Desde la caída del comunismo el continente americano viene padeciendo en unos casos y, en otros, superando el nefasto “Socialismo del Siglo XXI”. Nombre que adoptara la misma izquierda Marxista-Leninista de antaño como estrategia surgida en el Foro de Sao Paulo, bajo el liderazgo de Fidel Castro y de Luis Ignacio Lula Da Silva, hoy nuevamente presidente de Brasil.
Frente al hecho de que el discurso del comunismo basado en la defensa de la clase obrera se quedó sin piso porque el capitalismo demostró su capacidad de ofrecerle a esta mejores condiciones de vida, Castro y Lula se dieron a la tarea de organizar la izquierda latinoamericana para construir una nueva y sugestiva pero mentirosa narrativa ideológica para cautivar -en realidad engañar- al electorado y acceder al poder por las vías democráticas para luego desnaturalizar la institucionalidad, generar caos y perpetuarse en el poder.
Pasaron de ser voceros de la clase obrera a montar una falaz narrativa en la defensa de los derechos de la población LGTBIQ+, de la mujer, de los pobres, y del ambiente. Su discurso se centra en destruir el concepto natural de familia a partir del impulso de la ideología de género involucrando abusiva e irresponsablemente a los menores de edad, en fomentar el aborto como si la formación de una vida se tratara de otro órgano del cuerpo de la mujer, en promover la lucha de clases, así como la obstrucción al sector empresarial so pretexto del dudoso “calentamiento global”, término que viene siendo sustituido por el de “cambio climático” frente al hecho de que el primero ha venido perdiendo fuerza y sustento. A esto se le ha denominado “progresismo”.
Bajo el pretexto de la búsqueda de la paz y la defensa de la libertad esta ideología termina amparado la impunidad y restringiendo los mínimos y más esenciales derechos como el de opinar. Argentina padeció décadas este virus. Perú cayó en manos de Pedro Castillo pero ya libre de ese incapaz. Brasil está de nuevo en manos de Lula, uno nuevo pero no menos nefasto Lula. Nicaragua cooptada por el corrupto dictador Ortega, y la gran Venezuela sometida a los más inimaginables abusos de parte del inepto y no menos corrupto dictador Maduro y los militares cómplices de la dictadura así como del narcotráfico que lo apoya.
Colombia siempre fue esquiva a esta destructiva ideología durante décadas, entre otras razones, gracias a la intervención del más importante y relevante de los dirigentes políticos de nuestra vida republicana: Álvaro Uribe Vélez. El presidente Uribe casi en solitario enfrentó y mantuvo a distancia a Hugo Chaves, a Néstor Kirchner, a Daniel Ortega, a Evo Morales, a Rafael Correa y al mismo Lula Da Silva, quienes directa o indirectamente estaban alentando las acciones terroristas de la FARC, quienes terminaron refugiados y al amparo de los gobiernos de Ecuador y Venezuela de entonces.
La popularidad de Álvaro Uribe Vélez osciló entre el 63 por ciento en febrero de 2010 hasta el 85 por ciento en julio de 2008, cuando concretó con éxito la Operación Jaque, arrodillando a la narco-guerrilla de la FARC y apabullando a los mandatarios Castro-Chavistas que la oxigenaban. Como respuesta a la tarea libertaria del entonces presidente de Colombia se puso en marcha hasta el día de hoy una milimétrica e intensa estrategia de persecución mediática, política y judicial en su contra.
El Grupo de Puebla reunido en 2019 -hoy fracturado- acordó ajustes a la estrategia, la que “paradójicamente” coincidió con la fabricación de los falaces “estallidos sociales” que allanaron el triunfo electoral del progresismo en Colombia, Perú y Chile. El caso colombiano es el más grave. Tanto que ha sido incapaz de rechazar con contundencia el descarado robo de la elecciones en Venezuela y hasta ahora viene posando como cómplice.
La libertaria del momento es la venezolana María Corina Machado. Una mujer corajuda, como bien la definiera el embajador de Uruguay, Washington Abdala en la OEA, que ha sufrido durante décadas la infame y antidemocrática percusión del progresismo autocrático venezolano, pero hasta hoy ha salido airosa. Será recordada por ser la artífice de la derrota en la urnas del narco-régimen de Maduro.
En 2023 los millones de forzados inmigrantes venezolanos nos advirtieron de la perversa estrategia progresista y aun así se eligió a Gustavo Petro, quién en solo dos años de mandado ha demostrado aplicar al pie de la letra el libreto Chavista.
La izquierda, por incapaz y corrupta, perdió esta oportunidad que le dio el pueblo de Colombia. Pasarán años para que regrese al poder, si regresa. Aquella ha permitido que la vieja clase política se mimetice en el gobierno de Petro. Por eso personajes como Ernesto Samper, quien llegara a la presidencia con dineros del Cartel de Cali, posa hoy como “recto” progresista. Mucho me temo que tiene varias cuotas burocráticas en este gobierno.
Colombia en 2026 mirará para otro lado. Por eso no sorprende la creciente y bienvenida audiencia de la periodista Vicky Dávila como la del abogado y empresario Abelardo De La Espriella. Ambos exitosos en su campo, quienes le hablan al país con seriedad, firmeza, de manera directa y con la verdad.
En 2026 Colombia elegirá a quién le proponga un cambio de verdad para construir progreso y no para destruir lo avanzado como el que trajo Gustavo Petro y Francia Márquez.