Para nadie es un secreto que la ola de manifestaciones y protestas que sacuden a nuestro país ha sido aprovechada por unos pocos para desinformar a muchos, especialmente a los más jóvenes, crear falsas realidades a las cuales atacar y exacerbar la violencia en las ciudades del país.
Ahora bien, esta situación nefasta, provocada con la finalidad de desestabilizar a Colombia y que nos ha golpeado con extrema dureza, está creando un efecto que quienes la promueven no esperaban: desde el campo, las ciudades, las calles, la academia, los gremios y las diferentes organizaciones públicas y privadas, se está creando una conciencia colectiva sobre la necesidad y la importancia de conservar, defender y promover nuestro Estado de Derecho.
Seamos honestos, hasta hace muy poco la violencia en las manifestaciones se volvió paisaje para muchos colombianos que, como en los tiempos más crueles de la guerrilla y el narcotráfico, se acostumbraron a ver en los medios de comunicación noticias sobre muertos, incendios y atentados contra los bienes públicos, pensando ahora que esta situación era pasajera y terminaría prontamente.
Sin embargo, pasaron los días y la apatía reinante en el ciudadano del común se ha transformado en un clamor individual, que entiende que lo que está en juego ante las desvirtuadas y mal llamadas protestas va más allá de las diferencias políticas, y atropella directamente su derecho a trabajar, su economía familiar, la educación de sus hijos, su propiedad privada y hasta su vida misma.
Ya son millones los colombianos de bien que han sido afectados por los desmanes. Y, aunque no se puede estigmatizar las protestas y todos los que participan en ellas, es claro que los intereses personales de algunos que pescan en río revuelto, la delincuencia y la falta de discurso de quienes no encuentran más herramientas que la violencia y desestabilización social para defender sus ideales, están aprovechando para crear una situación que, al final, lo único que busca es acabar con nuestro Estado de Derecho.
Para quienes a ciegas se han dejado llevar por el sin sentido de las protestas violentas, es importante recordarles que un Estado de Derecho es aquel en el que sus ciudadanos deciden que todas sus relaciones se ordenarán mediante las leyes vigentes. Nadie, absolutamente nadie, puede estar exento de cumplirlas. El Estado de Derecho podría denominarse las reglas de juego de nuestra sociedad, las cuales están contenidas en la Constitución y hoy requieren, como nunca, que unidos las defendamos.
El Estado de Derecho propende por el respeto de los Derechos Humanos, es el motor de las comunidades prósperas y asegura un principio de gobernanza en el que todas las personas, instituciones, y entidades, públicas y privadas, incluido el propio Estado, están sometidas a leyes que se promulgan públicamente y deben ser cumplidas.
Hemos sido testigos de cómo en algunos países que han visto desaparecer su Estado de Derecho reina la anarquía, la ley no es ejercida por el poder judicial, desaparece el derecho a la posesión, se amplían las desigualdades y los ciudadanos tienen que salir de sus países por no encontrar oportunidades de desarrollo económico y social.
Es importante reconocer que, entre otras cosas, en Colombia persisten desigualdades, existen problemas de orden social que deben ser atendidos con prontitud y requerimos de medidas económicas que beneficien a los más necesitados; pero también lo es el que gracias a nuestro Estado de Derecho hemos logrado consolidar la cuarta economía más fuertes de América Latina y el Caribe, ejercemos realmente el derecho al voto, respetamos la propiedad privada y contamos con un orden institucional que vela por los Derechos Humanos.
Así las cosas, uno mi voz a la de millones de compatriotas que exigen el respeto a nuestro Estado de Derecho, y que no quieren ver como nuestro país y lo que como individuos hemos alcanzado se desmaterializa bajo un espejismo creado con falacias, que algunos incautamente creen entender y compartir.
Es hora de alzar nuestra voz individual y para crear una colectiva, porque tenemos que entender que si nos quedamos callados permitimos que las voces de la zozobra y la destrucción nacional sean las que se escuchen las redes sociales, los medios de comunicación y las calles para continuar atacando la institucionalidad que tantos años nos ha costado construir