Vivimos una época de cambio que, sin duda, está transformando las bases del relacionamiento social a nivel global.
La humanidad afronta una serie de desafíos sin precedentes. La guerra en Europa, la postpandemia, el cambio climático, el incierto avance de la Inteligencia Artificial, y la inestabilidad política y agitación económica mundial, parecieran tenernos en medio de una tormenta muy difícil de soportar.
Y si bien la situación es inquietante y el mundo cambia cada vez con mayor rapidez, la sensación de estar a la deriva es una oportunidad para redireccionar el timón y llegar, como sociedad, a un nuevo y mejor puerto que el de partida.
Uno de los primeros pasos para lograrlo es ser conscientes, ayudando a concientizar a los demás, de que vivimos en un planeta que es de todos y para todos.
Juntos debemos esforzarnos para mejorar la habilidad, la oportunidad y la dignidad de todas las personas, romper paradigmas e involucrar, de una vez por todas, a los grupos históricamente marginados por su estado de discapacidad, identidad de género, cultura o etnia, entre otros factores. Solo de la mano, respetando y exigiendo los derechos y deberes de los otros, encontraremos el nuevo camino que tanto anhelamos.
Diversidad, Equidad e Inclusión son términos que se utilizan ya comúnmente, y que se precisan en todos los países como elementos cruciales y transformadores para la sociedad y, muy específicamente, para las empresas.
Desde hace varios años, impulsadas en gran medida por la necesidad de dar respuesta a los nuevos desafíos a los que se enfrentan para no desaparecer, muchas organizaciones del mundo implementan las denominadas estrategias de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI).
Las estrategias DEI son vistas por un gran número de empresarios como una forma de dar respuesta a los requerimientos sociales, cada vez más crecientes, frente a la desigualdad entre las personas. Es decir, las consideran herramientas efectivas para alcanzar un reconocimiento institucional positivo y generar buenas estadísticas para demostrar sus aportes en este sentido. Sin embargo, aunque eso está bien, les queda faltando.
Hoy, como nunca, el compromiso del empresariado debe ser el de mejorar la manera de vivir en sociedad. La diversidad, la equidad y la inclusión, más allá de ser utilizadas como una estrategia corporativa, tienen que convertirse en un fin.
Así las cosas, no se trata de generar puestos de trabajo para que las personas con mayores dificultades (aquellas con algún tipo de discapacidad física o cognitiva o pertenecientes a poblaciones indígena, afro, migrante, LGTBIQ+, o cualquier otra) se sientan representadas. La cuestión va más allá de la representatividad.
Lo que se requiere es construir lazos que nos unan a todos como personas. El objetivo debe ser el de sumar voluntades, desde todas las áreas de la organización y con otras organizaciones (públicas, privadas y educativas), para que nos alejemos del concepto de representación y construyamos uno de sociedad diversificada que convive, participa, intercambia y garantiza la pluralidad.
Respetar y asegurar las libertades y los derechos humanos de los otros, es algo que deben enseñar y promover las empresas a su interior, en las comunidades donde están presentes y en cualquier escenario en el que se desenvuelvan. No se trata de números, se trata de que solamente trabajando juntos, y para eso se necesita trabajo, podremos superar la tormenta que nos azota.
Una vez más reitero que vivimos en un planeta que es de todos y para todos. Se que esto suena lógico, pero la realidad nos ha demostrado a lo largo de toda la historia de la humanidad algo muy diferente.
Finalmente, me uno a la celebración hoy domingo del Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo de la ONU. Si alguno de los lectores investiga más sobre el objetivo de esta fecha, creo habrá valido con creces la anterior reflexión.