Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Un adorno junto al corazón

El año del Dragón comenzó con dos tragedias en Japón que pusieron a prueba la capacidad que tiene este país para afrontar situaciones extremas. Al terremoto de 7,6 grados en la escala de Richter que sacudió la costa occidental del país, provocando medio centenar de muertos, le siguió el espectacular incendio de un Airbus A350 de Japan Airlines que chocó con un avión de la Guardia Costera japonesa mientras aterrizaba en una pista del aeropuerto de Tokio.

Cinco de los seis tripulantes del avión de la Guardia Costera —que precisamente prestaba socorro a los afectados por el terremoto— murieron en el accidente. Solo el comandante de la nave pudo salir con vida del aparato. Sin embargo, los 367 pasajeros y los doce tripulantes del Airbus fueron evacuados del aparato sin que hubiera heridos, antes de que el aparato acabara totalmente calcinado tras ser devorado por las llamas.

 “Un auténtico milagro”, se apresuró a calificarlo la prensa occidental. Los japoneses, que no creen mucho en milagros, saben que el salvamento de los pasajeros del Airbus se debió a la disciplina y los protocolos aplicados en el momento del accidente. La evacuación se completó en 18 minutos; se abrieron cinco de las ocho puertas, es decir aquellas que no ponían en peligro a los evacuados y, según la prensa nipona, se puso en práctica un protocolo conocido como “evacuación de 8 segundos”.

Lo ocurrido durante este accidente me trajo a la memoria el encuentro que tuve hace ya años durante un vuelo de Tokio a Bangkok. Viajaba a mi lado una chica japonesa que, en cierto momento del trayecto, se identificó como azafata de vuelo de la compañía que nos llevaba hacia la capital tailandesa. No vestía obviamente el uniforme sino un traje de calle e iba acompañada por una colega que había sido ubicada en otro lugar de la aeronave. Las dos amigas iban de vacaciones a Tailandia.

En un momento de la conversación, se me ocurrió preguntarle por una especie de botón que llevaban en el uniforme los tripulantes de aquella nave. Era una especie de pin, una insignia o adorno pequeño aparentemente inútil, nada estético y que me llamó la atención por no llevar ningún distintivo de la compañía, cosa que le habría dado sentido a su presencia en el pecho de los asistentes de vuelo.

Mi compañera de viaje sonrió ante mi curiosidad y me dijo que no era el primer pasajero que le hacía esa pregunta, a la cual solían responder siempre con evasivas. Yo, sin embargo, tendría el privilegio de saber la razón. “Es un botón —me dijo— que debemos desprender cada vez que nos quitamos el uniforme, y poner de nuevo antes de salir para el trabajo, al vestir de nuevo el uniforme. Su finalidad es recordarnos que la rutina y el comportamiento maquinal en esta profesión, sin ser conscientes de la tarea que tiene encomendada cada uno, puede ser causa de graves accidentes”.

Luego he sabido que los estudiantes japoneses, al terminar cada curso acostumbran pedirle a su mejor amigo el segundo botón del uniforme como recuerdo. Se dice que ese botón es el que suele estar más cerca del corazón. No sé si la práctica de aquella compañía aérea tenía algo que ver con esta costumbre. Comoquiera que sea el descubrimiento que hice durante aquel vuelo fue una prueba más de que los japoneses parecen hechos con una pasta diferente al resto de sus congéneres.

Un accidente como el del Airbus de Japan Airlines en un ambiente de latinos es difícil que hubiese tenido un resultado tan impecable. Nunca lo sabremos. Pero el haber salvado la vida tantas personas y el haber evitado dolor a tantas familias, fue posible en una sociedad en donde prima una norma de vida fundamental: aunque saben que el azar es imprevisible, los japoneses son educados desde las más tiernas infancias con la mentalidad de que siempre hay que dejar todo preparado antes de que ocurra, adelantándose al mayor número de acontecimientos de que sean capaces. Así de sencillo.

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