Comparados con China, India o Egipto, somos una nación muy joven. Apenas, como república, cumpliremos el 17 de diciembre 204 años. De la eclosión juntera y, por lo tanto, del golpe a las autoridades españolas en Santafé, hoy 20 de julio, cumplimos 213 años.
Por ello me cuesta -y hasta me molesta- aceptar que tengamos tan poco interés por nuestro pasado; y no lo digo como historiador sino como un aficionado por tiempos pretéritos y, sobre todo, por el arte de reconstruir el pasado.
Como toda manifestación artística, la historia exige un alto grado de sensibilidad que le es ajena tanto a politicastros ignorantes e irresponsables como a presumidos subintelectuales. Combinación perfecta que se ha incrustado en una sociedad como la nuestra donde, de un lado, está un Estado sin mayor vocación por gestionar mejor su pasado y, del otro lado, “una pléyade” de profesores sin biblioteca.
Siguiendo a John Elliott, una ajustada definición histórica de nuestra nación se limitaría a los confines del mundo Atlántico donde confluyeron los pueblos de la península ibérica, el golfo de Guinea y las Indias. El cruce y amalgamiento de estas geografías, con sus acumulados históricos, dan por origen a nuestra nación.
Ahora bien, el origen del Estado nos viene de España, cuyas estructuras han sido bien descritas en “La Revolución en América”, “Introducción al estudio de la Constitución de Colombia” y “Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia”. Obras que han dado cuenta de la manera en que funcionaba la administración que se arraigó por tres siglos y cuya fractura llevó a lo que se conoce como independencia o Estado Republicano.
-En ese momento aparecen Miranda, Bolívar, Bello y Sucre para sentar las bases de lo que sería después nuestro Estado republicano. Al Precursor le debemos la bandera, el nombre y el primer intento integrador en Panamá; al Libertador continuar con la idea del preferido de Catalina La Grande; al “maestro de Bolívar” el trasplante del código civil a nuestras incipientes repúblicas y al Mariscal asesinado en Berruecos, gran parte de la estrategia político-militar.
En honor a la verdad, tenemos más historiografía colombiana que lectores de la misma. Lo que produce una enseñanza y aprensión del pasado a partir de lugares comunes y textos poco eruditos. Esta forma mediocre de empinarnos frente al pasado ha moldeado lamentablemente nuestra conciencia histórica.
Más preciso aún, es decir que en Colombia el asunto de la enseñanza de la historia no ha sido un tema de Estado. Y ante ese vacío de poder, tal como ha sucedido con nuestros territorios, otros actores han querido controlar la historia.
Un ciudadano medianamente entrenado en las lides de la lectura histórica, divisa perfectamente que la historiografía colombiana, en las últimas décadas, ha estado secuestrada (por fortuna, no en su totalidad) por aquellos que han sentido una pasión, casi siempre soterrada, por la guerra subversiva.
En el marco de la combinación de todas las formas de lucha, administrar un pasado amañado hace parte del objetivo estratégico de la guerra de guerrillas. Documentales como “La niebla de la paz”o “Camilo Torres Restrepo, el amor eficaz” me asisten en razón. Y con ciudadanos poco entrenados en la interpretación del pasado, resulta obvio que al terminar la función se levanten a aplaudir el ejercicio propagandístico.
Toda vez que los índices de lectura, en general, como de la historia colombiana, en particular, son tan deficientes, piezas cinematográficas como las anteriores ayudan al objetivo de subvertir el pasado a fin de legitimar las guerrillas y hacer de sus crímenes algo moralmente superior. A menores índices de lectura histórica, mayores probabilidades de tener presidentes como Gustavo Petro.
He aquí otro problema. Dado que la guerrilla ha logrado el objetivo estratégico de su lucha con Petro a la cabeza, hemos notado durante los meses de la errática “Administración por sobresaltos” una característica particular: la subversión del pasado.
En las peroratas de Petro no sorprende la ignorancia superlativa que en cuestiones del pretérito lo invade, lo que alarma es que millones de adoradores le crean y de esta manera, se subvierta la historia. Tal es el caso de querer imponer la mentira histórica de estar por primera vez gobernados por la izquierda colombiana.
Mentira que fácilmente se puede contradecir con gobiernos como los de José Hilario López o los del Olimpo Radical en el siglo XIX. En el siglo XX, tan solo basta ir a la Revolución en Marcha o al Mandato Claro para concluir que, como ya lo he repetido, la guerrilla ha logrado su objetivo estratégico y, en consecuencia, tener las riendas del Ejecutivo con alguien proveniente de sus filas.
A horas de escuchar la intervención de Petro, en la instalación de la nueva legislatura, esperamosque no siga subvirtiendo la historia ni haciendo un uso malintencionado del pasado. Porque desde esta tribuna hemos sido, como lo exige el oficio, vigilantes ante cualquier yerro histórico.
Es deplorable que teniendo en nuestra historia republicana a liberales de primerísimo orden como Manuel Murillo Toro, Rafael Núñez o Alberto Lleras Camargo y a conservadores universales como Miguel Antonio Caro, Marco Fidel Suárez o Laureano Gómez, hayamos descendido al bochornoso mundillo de “PetroBarbie” o, desglosando a Molière, al de unas ridículas que se creen preciosas.