Hasta la coronilla estamos con el tal Petro. Como siempre, este señor, ha querido ser centro de atracción y para lograrlo llega a cometer los más grandes disparates. A éste se le abrió el camino a la presidencia cuando quienes debieron estar ocupados en consolidar un candidato serio de su partido se dedicaron a prevenirnos y llenarnos de terror anunciando que el lobo llegaría. El lobo llegó y está haciendo desastres. Siendo apenas un precandidato entre decenas, eso ya poco más de un año, resolvió que Ucrania no podía ser motivo de interés, así el mundo entero pusiera los ojos en ese país que para los colombianos no significaba gran cosa, porque lo importante era atender los delirios del nuevo “führer bananero" cuando decía cosas “trascendentales” sobre tierras, pobreza y, especialmente, cambio climático en un lenguaje inspirados, que pocos lograban entender, para salir con la siguiente perla; “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos”.
Admito que para los colombianos llegue a ser más importante la seguridad en sus campos y ciudades y, para el individuo la de su entorno cotidiano, que lo que ocurra en el Donbás; como también que el motivo de sus inquietudes sea cómo llegar a final de mes con su salario o lograr ganar lo del día que le represente llevar a casa el mercado y contar con el dinero suficiente para los otros gastos inmediatos, o cómo pagar el colegio o la universidad de sus hijos. Es de entender que un precandidato, en su afán por alcanzar el triunfo, enfatice en su discurso en las necesidades y urgencias en materias como la salud, la educación, el empleo y la seguridad de su gente para ofrecerles soluciones en caso de llegar a la presidencia y no en las consecuencias de una intervención militar por allá en la antigua Unión Sovietica. De eso no tengo nada que objetar, lo que si llega a ser preocupante es que ese precandidato de manera totalmente inexplicable dentro del juego democrático, alcanzara el poder y, ya investido como presidente, dedique su tiempo y los recursos de los colombianos, a viajar por el mundo ofreciendo absurdas soluciones a cosas de tan poca relevancia, comparadas con las urgencias de sus conciudadanos, como el cambio climático cuando el país se empobrece de manera dramática y cuestiones como la salud sea bombardeada con artículos incluidos en una reforma, en la que se empeña sin ninguna consideración, que va a aniquilar un servicio que ha sido eficaz para todos durante los últimos años.
Y logra su objetivo este señor. Todas las miradas están puestas en él y se cumple lo dicho sarcásticamente por Oscar Wilde: “Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. A Petro es inevitable criticarlo, esto lo vemos hasta en los que lo apoyaron cuando era un simple precandidato, el que se podría ufanar, parodiando la famosa frase de Wilde, de que hay solamente una cosa en Colombia peor que hablen de Petro, y es que no hablen de Petro.
Hasta la coronilla estamos de memes, artículos de opinión, portadas de las “furcias mediáticas”, trinos, videos por las redes dedicados al susodicho que tienen un efecto boomerang para quienes, con toda la razón, dedican su tiempo en compartir cuanto desastre comete el actual gobierno y cuanta estupidez sale de la boca del iluminado. Pero la pregunta que me viene a la cabeza es si no estamos perdiendo el norte cuando ponemos nuestra atención, de forma casi masoquista, en un personaje que no la merece mientras el país se desmorona. Lo que hace a una nación no son sus líderes sino su gente: “La democracia es una decisión de la sociedad. La primera característica de la democracia es que, en ella, las leyes y las normas son construidas o transformadas precisamente por las mismas personas que las van a vivir, cumplir y proteger”.
Tiene que haber un pueblo sumiso, propenso a que su construcción democrática se caiga en pedazos, para que un “führer bananero”, logre imponer su voluntad contra la de la sociedad. Siendo motivo de vergüenza el que tengamos un presidente como el actual, una vicepresidente como la actual, una primera dama como la actual, unos ministros como los actuales, un Congreso como el actual, etc., etc.; de lo que tendríamos que ocuparnos es de no permitir que unas condiciones tan adversas nos lleven a ser simples testigos, por más críticos que seamos, y no poner la mirada en cómo prevenir los daños y, si estos llegan a darse, cómo reconstruir desde los escombros.