En diferentes momentos históricos las sociedades han tenido que definir cómo reaccionan ante nuevas innovaciones tecnológicas. En plena revolución industrial, el surgimiento de nuevas tecnologías vio por un lado una respuesta dada por quienes vieron cómo este invento iba a transformar los modelos de producción y lo aprovecharon, y por otro al movimiento ludita, artesanos que ante la amenaza que vieron en las nuevas tecnologías decidieron que el único camino era destruir las máquinas.
Con el surgimiento de la IA estamos de nuevo ante un momento que nos pide una respuesta, la de quienes ven las oportunidades que traen los desarrollos o la ludita de frenar cualquier avance. Este dilema adquiere especial relevancia en lo que se refiere al impacto ambiental que tiene la IA, con la pregunta de si vamos por el camino de la prohibición o si buscamos la manera de lograr que la IA sea una aliada en la gestión del cambio climático y la protección de la biodiversidad.
Hay que partir de un hecho innegable: el desarrollo de cualquier actividad humana tiene un impacto ambiental. La IA no es de ningún modo ajena a este hecho, su impacto está sobre todo relacionado con la cantidad de energía y agua que se necesita para el funcionamiento de los centros de datos en los cuales se desarrolla el entrenamiento de modelos de deep learning y machine learning.
Pero incluso en este ámbito, en el del consumo energético, la misma IA presenta una gran oportunidad ante la crisis climática, en dos vías: la primera, porque la alta demanda energética ha llevado a las compañías a buscar soluciones, impulsado de esta manera el mercado de las energías renovables como opciones con mayor costo-eficiencia; la segunda, porque la IA puede ayudar enormemente a mejorar la optimización en la generación de energía, como lo hace la empresa DoneDeploy que usa drones autónomos para evaluar diseños de granjas solares, maximizar la energía que generan las granjas y monitorear la salud de los paneles, a mejorar el mantenimiento de las redes de infraestructura y a hacer modelos meteorológicos que permiten mejorar la eficiencia de energías como la solar.
De acuerdo al Foro Económico Mundial, la IA puede ayudar a mitigar entre el 5% y el 10% de las emisiones de gases de invernadero de aquí al 2030. Según el Secretario Ejecutivo de la ONU Cambio Climático, Simon Steil, “cada vez hay más pruebas de que la inteligencia artificial puede ser un instrumento inestimable para hacer frente al cambio climático”. La IA puede ser usada para la predicción de cambios meteorológicos, para el mejoramiento del rendimiento de cultivos, para la reducción del consumo de agua y, como ya se dijo, para mejorar la eficiencia energética.
Justamente en el marco de la COP16 que se está desarrollando en Cali se debe hablar de los posibles usos de la IA para la conservación de la biodiversidad. Se utiliza para la vigilancia de hábitats, con modelos predictivos que dan datos sobre la distribución de especies y la idoneidad de los hábitats, para la vigilancia de la fauna y la lucha contra la caza furtiva mediante sensores y algoritmos para el análisis en tiempo real de vídeo e imágenes, el muestreo de ADN ambiental (muestras de ADN presentes en agua o suelo) para detectar la presencia de especies, entre otros múltiples usos.
La pregunta que nos debemos plantear no es entonces si se prohíbe o no el uso de la IA por el impacto ambiental que tiene. La pregunta es ¿qué debemos hacer para para aprovechar a la IA como herramienta clave para solucionar la crisis climática?