Me confieso y que Dios me perdone. Durante los cuatro días en que se perdió el señor, que no es ni será mi presidente así luzca el pedazo de tela tricolor como mono vestido de seda, imaginé que de pronto la Santísima Trinidad se había apiadado de nosotros y una sobredosis habría sido la venturosa causa de que ese sujeto, tan hinchado de vanidad, no mostrara su figura en vísperas de una ridícula coronación que nos llenará de vergüenza, así haya quienes lo aplaudan que para aprendices de tiranos siempre existirán multitudes de aduladores.
Y que Dios me perdone porque no fue tan solo un pensamiento sino que invoqué su auxilio en fervorosas oraciones. Ese perdón lo pido a Dios pero no a mis congéneres y menos al tal señor de las bolsas por no mencionar otros apelativos desagradables con los que es conocido.
Tampoco a los que batallaron conmigo durante una década contra un enemigo que terminó venciendo con sus mañas y sus tropelias. No sé si ellos me acompañaron con sus oraciones, no lo creo porque han estado ocupados deseandole un buen gobierno a aquel que no traerá sino desastres, como si con palabras se podría evitar lo que se nos vino encima por culpa de tanto bla bla bla. Las acciones efectivas no se llevaron a cabo en los cuatro años del gobierno de un presidente que tenía entre sus compromisos que no pasara lo que pasa hoy, porque el milagro no se me otorgó y ese señor que no es mi presidente, así lo crean muchos y me menten la madre por negarlo, se tomará por las buenas, claro que con malas jugadas, el poder quien sabe por cuantos años si es que Dios no se apiada y así sea con retraso nos haga el milagro, ese que le salió por la culata a los venezolanos como nos saldrá a los colombianos con semejante reemplazo que dejaría el emperadorcito, cosa que no calculé en mis rezos porque considero que los milagros no se dan a medias cuando raramente se nos otorgan.
Lo cierto es que nos cogieron mucha ventaja y no valen excusas, de ninguna especie, cuando la culpa recae, por negligencia y hasta complicidad, en quienes tuvieron como gobierno las facultades para que este desastre tan anunciado no ocurriera y del que lamentaremos sus trágicas consecuencias como cuando, por desidia e ineptitud, las catástrofes se cobran miles de vidas y quienes tenían la responsabilidad de evitar tamañas consecuencias se escudan diciendo que la naturaleza esto y aquello y, en este caso, que la izquierda ha pelechado durante años para lograr el objetivo.
No imagino a Viktor Orbán entregando su país a los comunistas como tampoco lo imaginaba con Duque. Pero así son las cosas porque cuatro años no le fueron suficientes. Habría podido reactivar la reelección ¿por qué no? que desmontó su amigo Santos ya que habría ganado sobrado, como lo afirmó, contra todo pronóstico cuando su favorabilidad está por el piso. Claro que Biden, en su delirio senil tambien soñará con una reelección porque el poder enceguese y no deja ver la pobreza mental de quienes deliran convencidos de que una corona o una banda de colores los hace inmunes a la estupidez.
Lo cierto es que ligando los acontecimientos a posteriori todo se concatena y muestra como inevitable el resultado. En mi pasado artículo hice un repaso que puede servir de ejemplo para demostrar que a partir de ficciones se pueden explicar, de manera arbitraria, los hechos que se encuentran en la oscuridad apoyándose en las consecuencias que están a la luz pública. Es tan delirante una teoría conspirativa basada en realidades como puede llegar a ser una reconstrucción histórica basada en ficciones.
Lo de hoy es la cruda realidad. Nos podemos refugiar en nuestra imaginación o enfrentar los hechos. Por mi parte me resisto a enlodarme y sobrevolaré el barrizal con mi imaginación.