En marzo de 1987, un año después de la tragedia de Chernóbil, estuve en Ucrania haciendo un reportaje para Televisión Española. Quizá fue una insensatez; desconocíamos el grado de peligro que entonces envolvía la región del accidente, y hubo colegas que no se animaron a viajar allí por si las moscas. Hoy quizá no lo habría hecho, los años te vuelven prudente o temeroso, como quieran ustedes llamarlo; en todo caso aquello fue una experiencia.
El nombre de Chernóbil está ligado al accidente nuclear más grave de la historia, la explosión de una central nuclear que liberó una cantidad de material radiactivo 500 veces mayor al liberado por la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. El desastre causó la muerte directa de 31 trabajadores, forzó al gobierno de la Unión Soviética a la evacuación de más de 100.000 personas y provocó la alarma internacional al detectarse radiactividad en diversos países del norte y del centro de Europa. Cuántos miles murieron luego por las consecuencias de aquel escape radiactivo, no lo sabemos.
Pero hubo más. Mijaíl Gorbachov, máximo dirigente de la Unión Soviética y a quien nadie quería ya en su país, trató de minimizar el desastre; acusó a los gobiernos y los medios extranjeros de difundir propaganda malévola y mintió diciendo que “lo peor ya ha pasado”, cuando lo peor estaba por llegar. De modo que Chernóbil fue una de las espoletas del estallido que disolvió la Unión Soviética.
Hice aquel viaje con un operador de cámara y un técnico de sonido. Después de recorrer en tren el trayecto entre Moscú y Kiev, la capital ucraniana, nos desplazamos hasta las cercanías de Prípiat, una ciudad abandonada; y hasta el perímetro de seguridad que circundaba la central nuclear, uno de los lugares más extraños de la tierra.
En estos días, con motivo de los acontecimientos en Ucrania, he vuelto a recordar aquellos espacios desolados, aquellos campesinos de rostros quemados por la inclemencia de un tiempo devastador, las mujeres embozadas en pañuelos coloridos, las carretas de tracción animal, el medio metro de nieve, las chimeneas humeantes que se alzaban desde los techos de sus casas, la lucha de aquellas gentes por arrancar los productos de una tierra que había recibido el beso mortal y silencioso de ese fantasma llamado radiación. ¿Cómo comerte allí tranquilo un plato a base de papa salida de esa tierra? ¿O una tortilla? ¿O un trozo de carne?
Era un mundo marcado por la aprensión y por el miedo. Nosotros nos fuimos, pero ellos quedaron allí. Me pregunto qué habrá sido de aquella gente. Sus hijos y sus nietos serán los que enfrenten con armas desiguales al segundo ejército más poderoso del mundo. Y entre los escenarios que se contemplan tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, está la resistencia que pueda oponer un pueblo al que le han repartido armamento y le han dicho que se prepare para defender su territorio.
Para el ejército de Vladimir Putin, 130 veces más poderoso que el ucraniano, la ocupación del país será un paseo militar. Sin medios para una guerra frontal, los ucranianos solo pueden meterse en una guerra de guerrillas en la que morirán como moscas, eso lo podemos certificar ya.
Putin llevaba años preparando esta invasión, obsesionado como está por recuperar para Rusia el prestigio y la influencia perdidos en los últimos treinta años, y como en su país no tiene ante quien responder ha considerado que este era el momento oportuno. Esa es la ventaja que tienen los dictadores. Que siempre quieren más.
Todo apunta a que los rusos llegan lista en mano con los nombres de la gente del gobierno ucraniano que quieren encarcelar o eliminar directamente, para poner en su lugar personajes títeres con hilos manejados desde Moscú. Nunca nadie, después de un incidente menor entre dos naciones o incluso de una invasión en toda la regla como la que hemos visto en estos días, ha sabido prever un desenlace. Ucrania no es la excepción y en este momento tenemos teorías para todos los gustos.
Nadie puede decir, pues, cómo acabará esto. Por eso mi pensamiento hoy solo está con las generaciones de aquellas gentes que dejé en las vecindades de Chernóbil; y en los que como ellos, en espacios desiertos, barridos por el viento, cubiertos por la aguanieve y por el barro, van a morir.