Piedad Córdoba representa el típico caso del político colombiano taimada y peligrosamente camuflado de “progresista”.
Recuerdo a Piedad posando de liberal defendiendo al turbio gobierno de Samper en asocio con su Ministro del Interior, Horacio Serpa. Así, mientras el proceso 8.000 avanzaba y nadie dudaba del origen espurio de esa Administración, Piedad juraba sobre la biblia que el Dr. Gordito, y su fiel escudero, eran unos hombres impolutos y que todo había sido a espaldas del entonces señalado presidente. Para Piedad, el “Gobierno de la Gente” era un dechado de virtudes y víctima, a la vez, de una conspiración de Myles Frechette en asocio, obviamente, con la extrema derecha. ¡Siempre el cuentazo aquel de la “extrema derecha”!
La historia de Piedad durante los diálogos en El Caguán es verdaderamente siniestra. El testimonio de Íngrid Betancur sobre la manera en que fue utilizado el secuestro con fines milimétricamente politiqueros, además de desgarrador, ha resultado revelador en cuanto a la manera en que muchos políticos se han relacionado disimuladamente con las guerrillas, léase en este caso particular con las FARC.
Del tenebroso caso de Piedad se desprende que entre más los políticos alientan las banderas de los derechos humanos (y afines) menos confianza generan de respetarlos, valorarlos y promoverlos genuinamente.
A Uribe Vélez no la bajaba de “paraco” y de “narco” y siempre cuestionó los intentos de este por acabar con el cáncer del paramilitarismo. De hecho, fue una de las tantas voces que se alzaron para decir que el Gobierno le estaba dando una serie de beneficios a los grupos ilegales pero nunca se le escuchó decir lo mismo cuando Santos Calderón legalizó a las FARC y se robó abiertamente las elecciones del plebiscito de 2016. Por demás, los “paras” fueron extraditados y las FARC, como el M-19, han gozado de la amnesia de la opinión pública y de la total impunidad de la débil justicia colombiana.
Entre 2010 y 2018, Piedad fue artífice fundamental de la patraña de la paz con las FARC. Con la aquiescencia de millones de ingenuos y con la fingida actitud pacifista de la izquierda, la dupla FARC-Santos llevaron al país por el abismo de la polarizaron entre los del SÍ y los del NO con el solo objetivo estratégico de legalizar a esa guerrilla. Y a pesar de todos los crímenes cometidos, durante décadas, se burlaron del derecho internacional de los derechos humanos y de todo el orden legal interno, obviamente a nombre de “la paz”.
La muerte le llega a Piedad en un momento en el que su situación jurídica y la de su hermano, confeso narcotraficante, empezaba a resquebrajar todo el edificio de mentiras que construyó, con ayuda del establecimiento progresista venezolano y colombiano, alrededor de una falaz defensa y uso mezquino de adjetivos políticos como “la paz”, “los derechos humanos”, “la justicia social”, “la democracia”, “el medio ambiente”, entre otros.
A todas estas, la Corte Suprema de Justicia y la JEP le deben al país una explicación de la manera en que Piedad aparecía, según los computadores de “alias” Raúl Reyes, relacionada como “alias” Teodora.
Para la memoria histórica de la Nación sería de mucha utilidad conocer la relación de políticos, empresarios, “intelectuales”, sacerdotes, periodistas, jueces/magistrados, militares, actores/artistas y otros sectores con la guerrilla. En un acto de justicia, tal como se hizo con la “parapolítica”, el país clama por conocer quienes (lista en mano) han apoyado e ideado, desde la clandestinidad, todos los crímenes cometidos por las FARC. De ahí que la pregunta que ronda en la opinión pública sigue siendo suficientemente legítima: ¿Piedad era “alias” Teodora?.