Tenemos que reaprender a relacionarnos con la naturaleza, a maravillarnos de su belleza, y a contemplar su singularidad. Nuestro planeta es inmensamente rico y nos brinda experiencias únicas, que no pueden ser reemplazadas por la pantalla de un computador.
En estos momentos en los cuales se ha generado alrededor del mundo una narrativa paralela a la del desarrollo tecnológico, la cual toma cada día mayor fuerza y que hace de la naturaleza el centro de una discusión empresarial y publicitaria. Las respuestas a las tendencias de consumo sostenible, las caracterizaciones de los clientes de la era post Covid y hasta una nueva versión de la pirámide de Maslow, creada hace pocos años (necesidades humanas), para aplicar en campañas de mercadeo, son objeto de estudio en diversos sectores de la economía.
En hora buena la naturaleza se ha convertido en un tema predominante en lo que al comportamiento y relacionamiento económico de nuestra sociedad se refiere. Sin embargo, es necesario considerarla más allá y reconocer su papel en el bienestar emocional de las personas.
Es indispensable que como seres humanos entendamos que la tierra es una creación divina que nos permite meditar en silencio sobre el verdadero milagro de la vida. Por más estrategias publicitarias o de mercadeo que se implementen, si individualmente no experimentamos los beneficios de relacionarnos con la naturaleza, muy probablemente seguiremos irrespetándola de diversas maneras.
La escritora y naturalista Lucy Jones, en el diario británico The Guardian, aseguró que: “Nuestras vidas están hechas de las cosas a las que ponemos atención. Bajar la velocidad y observar son acciones radicales que podemos hacer en nuestra era acelerada”.
Indiscutiblemente durante esta época en la que la inteligencia artificial, la inflación mundial y el retorno a la guerra y la violencia en muchos países, tenemos que revalorar nuestras prioridades como seres humanos, acercándonos a nuestra esencia, la naturaleza.
Muchas personas pasan semanas y hasta meses sin oler una flor, tocar la tierra, o detenerse a escuchar las aves. Como seres humanos hemos perdido, o más bien renunciado, a lo que alguien definió como “Los favores vitales que la naturaleza le hace al hombre”.
Es en la naturaleza en donde el ser humano puede activar con mayor intensidad sus cinco sentidos, relacionándose con ella experimenta una infinidad de sensaciones que se traducen en paz, placer, tranquilidad, armonía y salud física y mental, por mencionar solo algunas.
Debemos cuidar de la naturaleza porque nos ofrece los recursos, renovables y no renovables, que como raza necesitamos para sobrevivir y prosperar económica y socialmente. Eso es cierto como lo promulgan los expertos en mercadeo que construyen tendencias, pero de lo que se han olvidado es que sin ella perdemos todas las oportunidades de disfrutar las sensaciones que en nuestro cuerpo y mente despierta.
Apoyo incondicionalmente el que las empresas sean responsables y piensen en sostenibilidad. Aplaudo que en su publicidad hagan un llamado al uso racional y sostenible de los recursos y la defensa de la fauna, y desde aquí las invito a que, además, convidemos a la sociedad a redescubrir la elemental conexión que existe entre el medio ambiente natural y el bienestar de las personas.
Somos parte de la naturaleza, aunque a veces lo olvidemos necesitamos relacionarnos emocionalmente con ella y, no menos importante, nuestro cuerpo la reclama.