Jesús de Nazaret es el gran líder de todos los tiempos. Aunque su vida pública fue apenas de tres años, lo que hizo fue suficiente para transformar por siglos, a millones de personas en todo el mundo. Además, comenzó con escasos doce colaboradores, que la historia conoce como Apóstoles.
Desde el mismo instante de su nacimiento, Jesús produjo temor en los poderosos de la época. El Rey Herodes ordenó exterminar a todos los niños menores de dos años que había en Belén. Un Ángel advirtió a José y María del peligro y huyeron a Egipto con el pequeño Jesús.
A los 30 años, Jesús inicia con intensidad su liderazgo y comenzó a organizar a un grupo de doce discípulos, para predicar en muchas poblaciones la palabra de Dios y, por ende, la salvación de la humanidad. Era el fin de su breve existencia terrenal y el comienzo de su vida eterna.
Los mensajes de Jesús eran sencillos, pero de una contundencia arrasadora, los hacía en forma de parábolas y comenzó a aglutinar más seguidores con sus milagros, multiplicar alimentos y hasta resurrecciones. Su influencia ya trazaba la ruta histórica hasta nuestros días.
Y ocurrió lo inevitable, la gran popularidad de Jesús generó celos en los líderes de las sectas religiosas de los fariseos y de las autoridades romanas, que resolvieron emprender un plan para desacreditar al hijo de Dios, pero como no pudieron derrotarlo con las calumnias, les quedó la alternativa de la muerte.
Antes de su destino final en la cruz, Jesús pronunció tal vez lo que se conoce como su último discurso, al compartir con sus discípulos que pronto regresaría al Padre: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
De esta manera le respondió a Tomás sobre cual era el camino para llegar a Dios. Jesús les dijo que no estuvieran preocupados, pues habría una separación con ellos, pero que no sería definitiva. Jesús es el mediador para llegar al Padre.
Aunque su paso por la tierra fue fugaz, Jesús quedó para siempre en sus miles de millones de creyentes. Un liderazgo que aún nos deja muchas enseñanzas, un aprendizaje constante, resistir ante la adversidad, mantener la fe inalterable y también confiar en una vida eterna, pues nuestra presencia terrenal, también es efímera.