Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Hay quien ve la botella medio llena

Leo en la prensa de esta semana tres líneas sobre la situación mundial que hacen estremecer. Y lo digo no solo como colombiano, también como ciudadano de la Unión Europea por haber trabajado y desarrollado gran parte de mi vida en ese territorio. “Dimitri Medvedev, expresidente de Rusia, celebraba los aranceles (de Donald Trump): ‘Seguiremos el consejo de Lao Tse y nos sentaremos junto al río, esperando a que el enemigo flote. El cadáver en descomposición de la economía de la Unión Europea’”. Hace falta recordar que Dimitri Medvedev fue un muñeco de Vladimir Putin en la presidencia de Rusia. Sus palabras expresan la satisfacción y alegría que produce también al amo del Kremlin el ataque frontal Washington a quienes fueran sus aliados.

Todo cuanto quedó reflejado en el Tratado de la Unión y en Carta de Derechos  Fundamentales, orientados hacia la convivencia y el bienestar social como el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, más todos sus objetivos  sociales y de convivencia, son un estorbo para Medvedev y seguramente para Putin. Ninguna sorpresa. Lo que pasa es que leerlo  expresado de forma tan cruda causa una cierta impresión. 

Pero es lo que hay. Trump está llevando a cabo un ataque no solo contra sus adversarios, también contra quienes fueron sus aliados. La sacudida de la bolsa de esta semana, tras el anuncio de aranceles incluso a los socios más cercanos de Estados Unidos y el meneo de los mercados en todo mundo puso fin al compromiso de Washington durante décadas con el comercio internacional. Y eso acompañado con el ataque frontal a instituciones multilaterales, como Naciones Unidas, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y —claro está, lo que tanta satisfacción causa en el Kremlin— a la Unión Europea, ha sido un torpedo contra la línea de flotación de la alianza transatlántica. Y ya nadie se fía de las pausas y amagos de marcha atrás del hombre color naranja. Es mejor pensar que ha entrado en el mundo definitivamente como un elefante en una cristalería.

¿Existen razones para algún optimismo? No parece, pero siempre habrá quien vea la botella medio llena. Por ejemplo Amitav Acharya, un profesor de relaciones internacionales en la American University, institución más que centenaria con sede en Washington. Dice el profesor Acharya en un artículo publicado esta semana en The New York Times que “hay un mundo más justo posible” en un futuro a medio plazo.  “El caos no seguirá inevitablemente el fin del orden estadounidense. Ese temor se basa en parte en dos errores: primero, las últimas siete décadas, aproximadamente, no han sido tan buenas para todos en el planeta como lo han sido para Occidente. Y segundo, los propios preceptos del orden no son invenciones occidentales”.

En su primer apunte tiene razón: de todas las guerras ocurridas desde 1945 a nuestros días, que pasan con mucho del centenar, solo dos han tenido lugar en Europa y “por supuesto, durante la Guerra Fría más del 98 % de esas guerras tuvieron lugar en países fuera de Occidente”. Y en la segunda parte de su argumento, aquella según la cual los mismos preceptos de orden no son invenciones occidentales, nos descubre antiquísimos pactos de no agresión  y no menos lejanas normas humanitarias de guerra que prácticamente fueron copiadas por las convenciones de Ginebra de 1949.

“Si la primera y principal promesa del orden de posguerra es la paz, muchos países podrían preguntarse: ¿Paz para quién? Occidente no solo ha logrado proteger a sus miembros (y a algunos otros) del caos, el desorden y la injusticia, sino que en ocasiones ha contribuido a dicho desorden, como en las intervenciones estadounidenses en Vietnam, Irak y Afganistán”, dice Amitav Acharya.

¿Sirven de consuelo estas reflexiones a alguien en medio de este desbarajuste en Occidente? A lo mejor. Pero en vista de lo que se nos echa encima y frente a las alegrías del Kremlin en este momento, le diría al profesor Acharya lo del clásico para referirse a los proyectos a largo plazo que suelen desvanecerse con los vaivenes del destino: “¡Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho!”.

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