Se dispara el protagonismo de la inteligencia artificial. Desde la angustiosa carrera que ha
vivido Estados Unidos por su regulación hasta el insistente debate bioético de la Unión
Europea, nos encontramos ante el auge de este tema -incluso-, protagonizando muchos
de los discursos de los jefes de estado que asistieron a la 79ª sesión de la Asamblea
General de la Organización de Naciones Unidas.
En Latinoamérica, en países como Brasil, se registran 159 iniciativas legislativas
relacionadas con inteligencia artificial. En el Congreso de la República de Colombia, ya son
15 las iniciativas que se han radicado durante esta vigencia legislativa, quedando nueve
aún en trámite y discusión. Son tan variadas y diversas como las mismas fuerzas políticas
que las promueven, con enfoque en salud mental; derechos de cuarta, quinta y sexta
generación; control vial, enfoques comerciales; hasta se creó una comisión accidental con
metodología bicameral.
Pero lo realmente determinante para Colombia será asumir este escenario con una
capacidad de anticipación suficiente para poder legislar sobre este tema, en un Congreso
que carece de capacidades científicas para hacerlo. Recordemos que nuestra tradición
legislativa ha recurrido básicamente a usar la Ley para prohibir o a regular, cuando existe
una dimensión muy poderosa de la Ley que nos invita a “estimular”. Efectivamente, la Ley
sirve para estimular, pero esto requiere de un enorme ejercicio creativo que permita
desplegar los instrumentos idóneos basados en el conocimiento pleno y profundo de la
materia.
Si bien la ética y la economía no caminan a la par, y en nuestros días está brecha es cada
vez más evidente, tornándose -incluso- como dos ámbitos totalmente contrarios, insisto
en la premisa de que resulta necesario entender los escenarios generativos, inmersivos,
sincronizados y autónomos de la IA y los desafíos enormes y diferentes que acarrean;
donde es imperativo que el Estado colombiano trabaje fuertemente en generar
habilidades y capacidades simultáneas y en sincronicidad con el el monitoreo, la
simulación (‘sandbox’ y otros ejemplos de modelación), el desarrollo tecnológico y el
fortalecimiento de la ciencia aplicada.
Más aún: aunque estemos llenos de discusiones y discursos, si no existe una real
inversión, o si solo se apuesta por medidas e iniciativas “cosméticas”, en las que, por
cambiarle el letrero a un edificio en la Universidad de Caldas, igual que como se hizo con
el letrero de Colciencias para que luego se llamara Minciencias; creemos que ya se ha
hecho todo en materia de ciencia, tecnología e innovación, no se dará un avance significativo para Colombia. Porque la investigación científica que se hace hoy es la tecnología de mañana, y el punto de partida, es la inversión decidida en este sector con una planeación asertiva y pertinente.
Además, no olvidemos que la palabra “artificial” es definida a través de los siguientes
términos por la academia de la lengua: falso, ficticio, fingido, espurio, postizo, engañoso,
ilusorio. Y si la gran batalla de la humanidad ha sido por la representación y el
reconocimiento, ahora que toda esa memoria se la transferimos a las máquinas en un
pragmático acto de deshumanización, entonces ¿cuánto autoengaño queremos y
permitiremos cómo sociedad?
La ‘oligopólica’ concentración de datos, y en esto tenemos que asumir una
responsabilidad histórica, es la primera gran tarea que debe saber abordar el Estado;
incidiendo -además- en los instrumentos locales, regionales y globales que permitan
establecer límites frente a lo que sí puede ser un peligroso fenómeno, sobre todo para la
salud mental humana.
Es claro que hoy estimular la inteligencia humana, y propiciar habilidades y capacidades,
será mucho más determinante que invertir en múltiples inteligencias artificiales de
consumo; porque el equilibrio vendrá de la relevancia con la que diseñemos el fin último
de cada una de las IA que vamos a aprovechar.
Aseguran los desarrolladores que para el año 2040 la computación cuántica ‘cotidianizada’
tendrá más velocidad de procesamiento que el propio cerebro humano, llegando así al
perfeccionamiento de “inteligencias autónomas”. Sin embargo, está por verse y
entenderse la enorme capacidad que el propio cerebro humano aún tiene reprimida.
Como sociedad, la cuestión de fondo es entender quién programa y con qué interés, para
luego formular la gran pregunta nacional: cuál es el papel que queremos ocupar en la
historia; porque a la final el único punto seguro será acudir a nuestra propia inteligencia
para no terminar condenados a la irrelevancia, ni mucho menos entregar nuestro frágil
equilibrio social.