Expresar las emociones positivas supone una parte fundamental de nuestras vidas y nuestras relaciones, tanto con los demás como con nosotros mismos.
Sin embargo, parece que lo estamos olvidando.
El acelerado ritmo de vida que llevamos en un mundo globalizado, el cual cada vez nos hace ser más individuales; la dependencia creciente por las tecnologías, que han reemplazado en gran medida el contacto y el diálogo personal; y la costumbre de observar diariamente situaciones dramáticas, difundidas a nivel mundial por los medios de comunicación, parecen estar extendiéndose a la sociedad en su conjunto y acabando nuestra empatía hacia las demás personas.
Así mismo, el cariño y el afecto que sentimos hacia los familiares, la pareja, los amigos y todos aquellos que conforman nuestro círculo cercano, lo damos por sobreentendido, olvidándonos de la importancia de alimentarlos.
El amor, la pasión, la solidaridad y la amistad, entre muchos otros, son sentimientos que nos ayudan a crecer, compartir objetivos, instaurar lazos de cooperación y alcanzar, individualmente y como sociedad, metas comunes.
Me niego a aceptar que la indiferencia y la insensibilidad social son males propios de estos tiempos. Creo que es prioritario recobrar nuestra capacidad de asombro y de liberar las emociones para establecer una mejor relación con los demás y con nuestro espacio.
El ser humano experimenta más allá de la percepción física que le ofrece el entorno. Es capaz de crear una dinámica interna propia de sensaciones como resultado de un largo proceso evolutivo que le ha permitido, entre otras cosas, establecerse como especie gregaria, crear el concepto de familia y desarrollar la capacidad social, a la que tanto le debe.
Antonio Damasio, uno de los neurocientíficos más influyentes de las últimas décadas, asegura en sus investigaciones que las emociones y la interacción social están estrechamente relacionadas. De acuerdo con Damasio, las emociones son tan importantes como la razón a la hora de tomar decisiones correctas, rompiendo así la tradicional dicotomía existente por años entre estos dos conceptos.
Así las cosas, las emociones adquieren un papel fundamental en nuestro comportamiento, impulsan a la acción y nos ayudan a su vez a seleccionar las mejores conductas. No soy psiquiatra, ni trato de serlo, pero creo que la emoción y la razón se necesitan mutuamente para responder de manera asertiva a las diferentes situaciones que atravesamos a diario.
De esta forma los sentimientos nos constituyen y definen desde lo más simple a lo más complejo.
Por todo lo anterior, y aunque suene a cliché, creo que debemos retornar a enseñar y promover las emociones positivas y los valores humanos en el hogar, la escuela, el empresariado y la sociedad en general. Esta la única forma de crear nuevas generaciones que comprendan que los sentimientos conducen nuestra vitalidad, nuestras relaciones, nuestras decisiones y nuestra humanidad, es decir, nos recuerdan que estamos vivos.
Demostrar y compartir los sentimientos no supone grandes esfuerzos, con acciones mínimas podemos enseñar a otros el valor de hacerlo, y con seguridad hallaremos en este acto reacciones mentales y corporales muy positivas.
Un magnifico ejemplo de la importancia de compartir y expresar los sentimientos ocurrió hace pocos días en las calles de Bogotá y Medellín. En estas ciudades los floricultores colombianos entregaron, muy temprano, a los transeúntes dos mini bouquetes, uno para que lo conservaran y otro para que lo regalaran, compartiendo así las emociones positivas que despierta el dar y recibir flores.
El resultado fue concreto, todas las personas expresaron que al tener contacto con las flores sonrieron, se sintieron felices,con mayor vitalidad y con optimismo frente a la jornada que apenas iniciaban.
Además, al preguntarles por ese ramo que podrían regalar,dijeron que de manera inmediata recordaron a sus seres más queridos, y que solo pensar en entregarlo mejoró su estado de ánimo y les hizo evocar el amor y la amistad que por ellos sienten.
Si pensamos que recibir o entregar un ramo de flores desencadena tantas reacciones positivas al despertar los sentimientos y las emociones, podemos imaginarnos qué ocurriría si, como sociedad, nos proponemos regresar a la solidaridad y la expresión del afecto como una acción diaria para mejorar nuestras vidas y las de los demás.
Desde este espacio propongo a los lectores que retornemos a las emociones y los sentimientos. Los invito a que cada día lo comencemos con las mejores expresiones de afecto y solidaridad por las personas que nos rodean y por aquellas que no conocemos. Y los convoco para que juntos construyamos una cadena de emociones positivas, que tanto bien le puede hacer a nuestro país en estos momentos de incertidumbre mundial.
Estoy seguro de que, con acciones simples como esta,contribuiremos a construir mejores personas frente a los horrores de la guerra en nuestro planeta, la pobreza que acorrala al ser humano y la indiferencia social que nos está haciendo olvidar nuestra humanidad.