"El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes". Esta mítica frase que ha rodado por el mundo de la misma forma en la que el balón rueda por los campos de fútbol enmarca con más fuerza la realidad de Colombia.
La pasión por el fútbol se lleva en la sangre, pues ese amor se hereda a través de nuestros abuelos o nuestros padres, o simplemente surge con el pasar de los años. Ese amor hacia el deporte más popular del mundo ha quedado en pausa en este instante y ahora está en un segundo plano al ver un país donde las calles se tiñen de sangre.
En Colombia los partidos de fútbol ya no se están llevando a cabo en escenarios deportivos sino en campos de guerra. A medida que el balón rueda la gente muere en las calles, y no precisamente por hambre, sino por una crisis social que estalló con fuerza en los últimas días producto de más de 50 años de guerra, narcotráfico, desigualdad, pobreza, corrupción y violencia.
El fútbol... ese hermoso deporte que nos ha hecho vibrar de emoción con cada gol y llorar de tristeza con cada eliminación, no puede ser ajeno a lo que ocurre en la sociedad. Un pueblo herido jamás puede sonreír cuando ve morir a los suyos.
¿Acaso la Conmebol y los dirigentes quieren que utilicemos el tapabocas en los ojos para cegarnos de la realidad en la que vivimos? ¿Acaso es coherente vivir en medio de una alegría incompleta?
El escritor argentino Jorge Luis Borges decía que "el fútbol es popular porque la estupidez es popular" y sí que tiene razón. Pero en este caso no por los hinchas, quienes en diferentes ocasiones han demostrado empatía con un pueblo que sufre y con plantones a las afueras de los estadios intentando evitar que se lleven a cabo los compromisos deportivos.
Esta frase está más ligada a los dirigentes quienes cada vez toman decisiones desde el poder y el dinero que los consume vivos y no desde el lado más humano que parecen haber perdido.
La falta de empatía y de coherencia también nos está matando...