Perdida entre las noticias que nos han llegado del mundo esta semana, ha pasado casi inadvertida la aprobación por parte del Consejo Legislativo de Hong Kong, órgano de gobierno de la ciudad autónoma, la Ley de Seguridad Nacional redactada al dictado de Pekín, último clavo en el ataúd de las libertades cívicas en la ex colonia británica.
Es la primera vez, desde la devolución del territorio a China en 1997, que una ley regula los delitos de traición, secesión y secretos de Estado, además de las actividades de organismos extranjeros en el territorio. Dicho en otras palabras amordaza cualquier tipo de protesta o disidencia entre los hongkoneses y acaba con su estilo de vida equiparable al de las democracias del mundo desarrollado.
La medida es, sin ningún género de dudas, una tragedia temida durante mucho tiempo que finalmente se hace realidad. Por unanimidad y a velocidad de vértigo el Parlamento de Hong Kong aprobó esta primera Ley de Seguridad. En 2014, cuando Pekín dio las primeras señales de que algo así se pondría en marcha, los habitantes de Hong Kong salieron a protestar como no se había visto en muchos años.
Aquellas protestas se conocen como las Manifestaciones de los Paraguas. Ataviados con ese complemento cientos de miles de ciudadanos se volcaron a las calles haciendo un guiño con el color de los paraguas que pasó desapercibido en Occidente: el amarillo, su tono predominante, era el color para uso exclusivo del emperador en la antigua China. El mensaje simbólico de aquella trasgresión era claro: una manera de calificar a Xi Jinping y un modo pacífico de desafío al nuevo “emperador”.
Y es que Xi Jinping, contrario a lo que hicieron sus predecesores, Deng Xiaoping (que pactó con Margaret Thatcher la devolución de la colonia a China), Jian Zeming y Hu Jintao, se salta con esta vuelta de tuerca lo acordado entre Pekín y Londres que era preservar durante medio siglo los principios democráticos que habían regido la antigua colonia inglesa, dentro de un marco de convivencia que Deng Xiaoping denominó en su momento “un país, dos sistemas”.
A Xi Jinping, quien ha roto más de un principio de los que el gran reformador chino Deng Xiaoping había llevado a la vida política del país, no le ha importado saltarse lo acordado entre Deng y Thatcher. Romper lo pactado en China lleva a lo que allí se conoce como “perder cara”, término difícil de explicar pero que resulta fascinante cuando lo llegas a entender como extranjero. Para decirlo en palabras pobres es arruinar la reputación; algo que, en un país de hábiles negociadores como los chinos, es lo último que se puede decir de una de las partes que llegaron a un acuerdo.
Pero, dejando de lado todo tipo de simbolismos y fruslerías orientales, la cruda realidad es que el régimen de Xi Jinping y sus representantes en el parlamento de la ciudad autónoma han decidido amordazar a los hongkoneses con esta ley e imponer su sistema de vigilancia totalitario. Como dijo hace algún tiempo Chris Patten, último gobernador británico de la colonia, “No han podido ganar sus corazones y sus mentes, y solo les queda machacar a la población o encerrarla. Hasta cierto punto, Hong Kong ha sido el ‘canario en la mina’. El régimen comunista ha llevado a cabo la destrucción sistemática de las libertades fundamentales y de la autonomía prometida. Esto es algo malvado y hay que decirlo claramente”.
La expresión “el canario en la mina”, que menciona Lord Patten la emplean los ingleses para decir que algo no va bien. En el siglo XIX los mineros se internaban en las galerías de carbón con un pájaro enjaulado que amenizaba el trabajo, y que también avisaba de las fugas de gas. Al ser muy sensibles al gas, la interrupción de su canto era aviso de peligro.
Qué más puede suponer el silencio de este canario hongkonés no alcanzamos a adivinarlo. Lord Chris Patten, cuyo último cargo conocido es el de rector de la Universidad de Oxford, opina que Occidente ha permitido a Xi una cabalgada mucho más fácil por razones tanto económicas como políticas. Con el líder chino “ha habido miedo a llamar a las cosas por su nombre”, dice.
Y aunque dice sospechar a veces que lo que pretenden los líderes chinos es volver a la Guerra Fría, se muestra esperanzado en que Xi no cometa una insensatez como la de Vladimir Putin en Ucrania; es decir, atacando Taiwán. Por el bien de todos, que el pajarito siga cantando…, aunque sea a costa de la libertad de expresión de los hongkoneses, perdida ya sin remedio.