Al amparo de los empates, en medio de nerviosa expectativa, sobrevive Colombia pujando por clasificar al mundial, sin identificar la forma ideal de jugar.
Desorientada, la selección excita en los tramos finales de los partidos, cuando se sacude de los miedos, invade zonas de ataque, pone el partido patas arriba y convierte a los porteros rivales en figuras. Siempre las soluciones, nacidas de la confusión, llegan tarde.
Fútbol discontinuo, el suyo. Inadaptado, físico, con intercambio de provocaciones, con exclusión de la técnica, invaluable factor diferencial.
Predominantes en el apartado de figuras son el guardameta, los defensas o los volantes de contención, reflejo claro de la idea de juego.
Sus creativos no son criteriosos. No se les ve improvisar. Quizás porque el balón no llega claro desde la defensa, donde el único empeño es no dejar jugar.
Ni pequeñas porciones del futbol de Quintero. Jubilado en su juventud. Ni su zurda delicada, alegre y prodigiosa, ni sus fintas, ni sus disparos envenenados, ni sus pases rompe líneas. Acomodado, lejos del área, cerca de la suya, para encontrar en esos predios la zona de confort.
Cuanto se extraña el buen fútbol de James, cautivo hoy de los placeres sin límite de la exótica burguesía en palacios de cristal.
El gol, el alma de la fiesta no aparece. El brillo ante la red, de Falcao, Borré y Zapata, se ve poco, perturbados, solitarios, como otros tantos en la alineación, llevados al sacrificio. A Luis Díaz el libreto le reprime sus travesuras, las que sólo, ocasionalmente, puede demostrar.
El equilibrista Reinaldo Rueda, el hombre de los buenos modales, sin encontrar el equipo deseado. Indeciso siempre entre atacar o defender, atado a su pizarrón sin osadía.
Torneo clasificatorio hacia el mundial, tirando números, pegados a las calculadoras. Con jugadas polémicas ampliamente discutidas, que pudieron cambiar los resultados. En las que todo termina en la libre apreciación arbitral o con el respaldo del reglamento.
Cuanto duele que aquel frentazo de Falcao, el latigazo de Zapata o el derechazo dirigido de Díaz no hayan terminado en la red, ante Ecuador. Y no en la polémica por la mano de Mina, no premeditada, para empañar un epílogo desbordado, con gol, convertido en falso positivo. Lo dicen las reglas, manos en ataque, previas al gol, invalidan la acción.
Mucho se extraña a aquellos futbolistas que, en el pasado, tocaban de oído y nos llevaban a la fiesta… a disfrutar. Hoy es otro fútbol.