Con cuánta frecuencia nos vemos en situaciones en las que nos es más fácil y grato acomodar los hechos a ficciones que, casi sin darnos cuenta, hemos ido elaborando en nuestra mente impidiéndonos ver lo que está ahí presente reclamando nuestra atención. Lo que también evitamos comprender es que esas elaboraciones mentales no son fruto de nuestra reflexión sino de las afinidades que hemos ido cultivando que, como las plantas, tienen su propio crecimiento. Podemos recibir la noticia del “triunfo” de Lula como un acto democrático de un pueblo que libremente ha acudido a las urnas -así mismo lo hicimos en casos tan recientes como el de Petro y Boric y apenas nos indignamos profiriendo madrazos en privado cuando los “elegidos” son el resultado de una farsa que clama a los vientos como lo son Maduro y Ortega, por poner dos ejemplos-, de tal manera que terminamos aceptando frases trilladas y sin sentido como la de que “cada pueblo merece su destino” lo que nos impide aceptar el fraude como modus operandi generalizado.
El sábado se dio la tercera marcha “light” contra la dictadura petrista que calma conciencias dándole, a su vez, la oportunidad al emperadorcito de mostrar su talante “democraáico” sin enviar a los órganos de represión del estado, ni a sus “colectivos” de la primera línea… no hace falta. Muy acomodadito en su trono se da aires de “gran soberano” cuando lo que realmente es un soberano zopenco inflado como un sapo que lo hace más tenebroso y peligroso aún.
Estas son cosas de la política que tratamos de eludir creyendo que con eso evitaremos caer en el abismo en el que se encuentran nuestros vecinos. Los colombianos somos esto y lo otro y estamos protegidos por ser quienes somos esto y lo otro, nos decimos como mantra sanador que nos envuelve con su manto protector. Porque siempre, y para cualquier situación, tendremos el recurso de desviar nuestra mirada llegando a extremos que bordean la complicidad y hasta la cobardía. Y, como son cosas que tan poco nos afectan, seguimos habitando nuestro mundo de fantasías y recuerdos que podemos ir transformando a nuestro acomodo.
Paso a otro asunto. El sábado se dio un evento en mi antiguo taller de Bogotá como gesto de despedida de los casi treinta años de mi estadía ahí, como también bienvenida a su nuevo inquilino, el artista Alejandro Sánchez. “Mano a mano'' es el título de la exposición que montamos en el mágico espacio que fue, durante veinticinco años, mi taller de pintor el que hace cuatro años trasladé a La Calera. Para la ocasión presenté una obra de más de once metros y medio abombada en su centro y cuyo fondo era una pared en la que el grafito se escurría como si llorase. Sánchez presentó un dibujo realizado con tartrazina sobre servilletas a partir de una foto del desaparecido hotel Granada, tan ponderado hasta su demolición luego del trágico nueve de abril de 1948. Las dos obras tenían historias que develar, la de la fotografía se prestó a la especulación acerca de lo que ocurrió con esa, para algunos, joya arquitectónica y para mi un adefesio a la francesa propio del snobismo de una sociedad que mantiene sus alardes de culta y refinada. Mi pintura traía una historia privada, la de su propio devenir muy ligado al espacio en el que la pinté. Son formas de ver el mundo, a partir de la propuesta artística, de dos generaciones que se confrontan.
Otra experiencia reciente me ha llevado a preguntarme sobre esa mirada personal que termina construyendo el relato a su manera. Regresaba el domingo del puente pasado de visitar a mi tía Leonorcita en Mesitas del colegio. Eran las siete y algo de la noche y enfrentaba el reto de salir ileso de un aluvión de carros, buses, camiones y motos en medio de la lluvia y en una oscuridad en la que es más lo que se adivina que lo que se ve. Tomé el carril central para evitar estar zigzagueando y al lado izquierdo de la carretera se formó un charco lo que ocasionó que los carros trataran de evitarlo invadiendo el carril central reduciendo a casi cero la velocidad de los vehículos. De repente, y justo cuando venía rogando que no me correspondiera un estrellón con una moto ya fuera por descuido o desesperación del motociclista, vi como un ciclista perdió el control estrellándose contra el espejo de mi carro y cayendo al piso. Me bajé a auxiliarlo. Cuando se levantó noté apenas un poco de sangre en el labio superior pero comenzó a tambalearse diciendo que estaba mareado. Pensé lo peor, debió pegarse en la cabeza. Subí la bicicleta al techo del carro y lo ayudé a instalarse en el asiento trasero. Estaba en esas cuando llegó un policía en moto y preguntó:
-¿Qué pasó?
- Por los charcos terminamos golpeados, le dije.
-Y está tomado…
-No, yo no.
-Me refiero a él.
-No lo sé, dijo que estaba mareado y pensé que se habría golpeado la cabeza…
-¿Qué va a hacer?
-Llevarlo a alguna parte.
-Llévelo, llévelo.
Por suerte no recibí el acostumbrado coro de pitos, lo que habría hecho más perturbadora la situación.
-¿A dónde lo llevo?
-A Ataco.
-Dónde queda Ataco.
- ¡Pues en Ataco!
Sabía que así se llama el pueblo donde nació el Dr. Patarroyo y pensé que de pronto era el nombre de un barrio en Soacha. Puse la aplicación Waze y no existe otro Ataco que el pueblo del Tolima.
-Pero Ataco queda en Tolima.
-¿Dónde quería que quedara?
-Es un largo viaje y yo tengo familia y compromisos…
-Y que… lléveme a Ataco
-¿Usted está tomado?
-Si…
-Usted estaba yendo hacía Bogotá en su bicicleta y no hacía Ataco…
-Entonces de la vuelta y me lleva a Ataco. Usted me golpeó.
-No señor, usted fue el que con su bicicleta rompió mi espejo. Voy a darle una plata para que se las arregle para llegar a Ataco.
-No me de nada, lléveme a Ataco.
-Enfrente hay una bomba, voy a parar y usted se queda ahí mientras le pasa la rasca.
El joven se quedó en silencio, paramos, bajé la bicicleta y comprobé que estaba en perfecto estado, bajó del carro y me fui. Quedé con el sentimiento de culpa hasta que comprendí que en esas condiciones no habría sobrevivido y que lo que correspondía era llevarlo a lugar seguro mientras se le pasaban los tragos.
Ha llovido más que nunca y esta mañana disfruto de un sol espléndido. No tenemos ninguna posibilidad de cambiar esto y nos conformamos recordando que “las crisis son oportunidades”. La loca de la casa, como llamaba Santa Teresa de jesús a la mente, es tan traviesa como el clima en el trópico, a veces vemos oscuro el panorama pero siempre sale el sol, aunque sea por pocas horas.