El afecto de los vallecaucanos no deja de sorprenderme. La mayor parte de sus ciudadanos son personas nobles que saben expresar con asertividad sus opiniones, ya sean contrarias o similares a las del interlocutor. Seguro que esta virtud es la clave de la prosperidad de sus negocios y constituirá la piedra angular de la construcción de una nueva forma de hacer política en el departamento, alejada del clientelismo, la corrupción y la financiación ilegal de las campañas políticas.
Se trata de una valoración que, por quedar el Valle del Cauca en una región estratégica para los grupos al margen de la ley, debe manifestarse con ciertas salvedades que no cambian la generalidad de la apreciación.
Esta semana murió una niña de tres años que estaba aprendiendo a montar bicicleta en el municipio de Pradera, al sur del departamento, en medio de un operativo policial para capturar a un homicida. La desafortunada suerte de la menor suma su inocente sangre a las numerosas muertes que se presentan en el departamento desde que la intensidad de la violencia viene en aumento en esta región de Colombia.
La mayor parte de las zonas en las que se concentra el activismo armado se ubican en las fronteras y, entre las principales, el pacífico reúne a Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño… estos son todos sus departamentos. Allí, las disidencias de las Farc insisten en sembrar miedo por razones eminentemente económicas y estratégicas, esto es, la producción de cocaína y el fortalecimiento de su posición en el marco de las negociaciones de la paz total.
Por esta razón, la fuerza pública ha reforzado la seguridad y los enfrentamientos con este grupo al margen de la ley. Las disidencias, con cinismo, expresaron recientemente: «Se disuelve el grupo de contingencia pactado entre el gobierno nacional y las FARC-EP, cuya función era resolver las dificultades que se presentaran previas a el cese al fuego. Motivo: incapacidad para parar la guerra». Los incapaces fueron ellos, que la semana pasada atentaron con explosivos a la ciudadanía en Jamundí (Valle del Cauca) y Timba (Cauca).
¿Cómo podría entonces superarse la problemática? El secreto, bien guardado por el olvido al que ha sido condenada, se encuentra en Buenaventura.
La ciudad es el mejor espejo de Colombia. Rodeada por la riqueza que conforma su nombre oficial (Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico), Buenaventura es el ejemplo de cómo nuestra idiosincrasia criolla nos ha impedido desarrollarnos como país y convertirnos en potencia más allá de los discursos trasnochados del presidente de la República.
La compasiva caridad estatal (el subsidio y la subvención) son instrumentos a disposición de la administración pública para hacerse cargo de las necesidades que la economía aún no satisface de forma general. Sin embargo, en un Estado contemporáneo, resultan ser tan solo el primer nivel de intervención y no deben emplearse como herramienta única o principal.
¿Cómo podremos explicarles a nuestros hijos que Buenaventura carece de una facultad de ciencias del mar? ¿Cuándo nos comenzaremos a apenar porque el puerto de Buenaventura no tenga maquinas propias de dragado o se vea en la obligación de contratar técnicos panameños para su operación? Cuando encontremos la respuesta a estos interrogantes, habremos tomado el rumbo del desarrollo. Pero antes hay que encontrar el timón del barco, que anda refundido entre tanta palabrería. ¡Mucho ojo, caleños!