Mi antiguo taller de Bogotá se desocupó y fueron cinco los viajes de camión que se hicieron a mi taller en La Calera. Necesitaba entregarlo vacío a un artista que lo compró, con el que expondremos dentro de poco nuestras obras. Una montaña de checheres, bastidores, bases, archivadores, obras y miles de revistas se formó a la entrada y no tenía donde guardar todo eso, ni siquiera los recuerdos que traían consigo. Así que me puse en la tarea de construir una bodega con los mismos materiales arrumados. La cosa pinta bien, ha quedado una construcción que alcanza a fundirse con su entorno. Lo que contiene es parte de lo contenido, se envuelve y hace coraza, se pliega.
Mi hija me reprocha que voy haciendo las cosas a la loca sin preguntar a expertos. No puedo negarlo, son muchas las acciones que emprendo dejándome llevar por la intuición, entre ellas está la de escribir semanalmente dos páginas con mis inquietudes y reflexiones sobre cuestiones en las que no soy un experto sin pedirle permiso a nadie. Esa manera de ser me ha dado la libertad de tomar decisiones trascendentes que ahora, ya liberado del alcohol, no son tan arriesgadas y mantienen la cordura hasta donde lo permite el ímpetu de la intuición.
La intuición para imponerse se vuelve arbitraria e imperativa, no teme equivocarse, es terca y altisonante, no calcula ni hace cronogramas, tampoco lleva cuentas, se conforma de muchas vertientes cargadas de ideas, opiniones, alucinaciones, coincidencias y vivencias. La intuición no ve, vislumbra. Es fácil de rebatir, no tiene argumentos sólidos construidos con datos y cifras, lo que podría desalentar a cualquiera si no fuera por la sensación de inspiración sobrenatural que despierta en quienes han abierto sus puertas de la percepción. Mientras actúa no hay lugar al error, cuando las cosas no están fluyendo busca otro cauce; no hay dirección definida, tampoco un solo puerto de llegada. Son muchos los caminos que abre en su recorrido y muchas las metas que va alcanzando. Los resultados no tienen una sola cara, son tanto positivos como negativos y ellos se pueden plegar en sí mismos mostrando a la vez sus dos caras intercalando los juicios de valos a través del tiempo.
Con las revistas MUNDO decidí hacer un muro tapando un cuadro mural de 5 metros de alto. Cuando estaba por el metro y medio, habiendo instalado 5.000 ejemplares entrelazados como si se tratara de ladrillo, apareció una ligera barriga lo cual indicaba un posible derrumbe si continuaba. Así que el muro apenas esconde la parte inferior de mi obra. Pensaba que si llegase a un museo sería catalogada como obra conceptual: los diez años del MUNDO ocultan mi pintura. Estos juegos me permiten contar con un amplio espacio para experimentar, lo que le da rienda suelta a mi intuición.
Me pregunto a dónde va todo lo que olvido, tanta información, tantos análisis sobre temas políticos, filosóficos y artísticos que escucho a diario. Los libros leídos durante décadas, las películas y documentales. Los viajes, las charlas entre amigos. Ese amontonamiento de palabras y conceptos son como el agua y se filtran por todas partes, de tal manera que el pozo se desocupa si no es surtido continuamente y cuando queremos acudir a él lo encontramos vacío. Ocurre tanto con lo grande como con lo minúsculo. Lo que queda es el sedimento y de él se alimenta la intuición.
Las viejas amistades, como los viejos amores, siempre tienen un lugar en nuestra alma y los checheres revuelven el agua estancada de los recuerdos. Las afinidades se parecen a las amistades, las políticas en particular. Por ello en ellas la intuición se pone por encima de la razón, en muchas ocasiones.
Esto de que mi intuición me indique que lo que está precipitando a Colombia al abismo ha sido el resultado de una siniestra alianza entre derecha e izquierda, me ha llevado a preguntarme si tengo en algo la razón. No he encontrado una respuesta, por el contrario, se han precipitado las preguntas y el río de la inquietud se hace más y más caudaloso.
