El combate contra la corrupción es una guerra sin fin a escala mundial. Es un flagelo que erosiona la relación de la ciudadanía con sus gobernantes, en todas las encuestas de ahora y de siempre, la corrupción aparece como uno de los grandes males. Es un mazazo directo a la credibilidad.
El saqueo de los recursos públicos es escandaloso. Se han convertido en todos unos clásicos aberrantes, casos como el cartel de la contratación en Bogotá, Odebrecht y la más reciente perla aún sin recuperación de la platica, los 70 mil millones de pesos de Centros Poblados, de la anterior administración en la cartera Mintics.
La lucha contra la corrupción, también lo es por una mejor democracia. A mayores esfuerzos para erradicar ese mal, estaremos inyectándole altas dosis de fortaleza a nuestras instituciones. La corrupción es un animal depredador y hay que extinguirlo.
El otro frente de esta batalla sin cuartel, es la impunidad. La respuesta judicial aún está en deuda, muchos procesos no avanzan a la velocidad que la gente exige y en no pocas ocasiones prescriben. El castigo certero, ejemplarizante y a tiempo, no se asoma con la contundencia esperada.
Las consecuencias de la impunidad, derivadas de la corrupción son múltiples, desde lo político, económico y calidad de vida para la sociedad. Por supuesto, genera todo tipo de emociones adversas: rabia, indignación y desilusión.
No exagero la realidad, pues la realidad de la corrupción por sí sola, es exagerada. Y las preocupaciones de la ciudadanía no se pueden ignorar y mucho más cuando se roba con tanta impunidad, violan todas las normas para llenarse los bolsillos. Para cualquier duda de estas afirmaciones consulten a Emilio Tapia.
El otro factor de preocupación, asociado a todo el fenómeno de impunidad y corrupción, es el miedo. La gente le da pánico denunciar, pues lo inmediato es la amenaza de muerte, pero en caso de prosperar las quejas, ocurre algo decepcionante: la judicialización se queda a medias. Se hace mucho y se logra poco. Decepción absoluta.
Aunque siempre hay oportunidad para no perder el ánimo. El gobierno del presidente Gustavo Petro, lo intranquiliza esta situación y al frente de la Secretaría de Transparencia se encuentra Andrés Idárraga, un convencido de esta responsabilidad. No tengo duda que va en la dirección que incómoda a los deshonestos. Por esta razón ya ha recibido hasta amenazas contra su vida, pero no se detendrá.
En lo particular comparto una solución urgente que plantea el analista Andrés Oppenheimer: “La lucha contra la corrupción debe comenzar en las escuelas. Si fuera un tema obligatorio en las escuelas, obviamente no cambiarían las cosas de la noche a la mañana, pero probablemente ayudaría mucho en el futuro”
La corrupción maltrata las democracias, es un poder destructivo. La gente se aleja de las urnas, pierde la fe, no ven progreso, viven irritados. Son incrédulos y el daño colateral es contra las instituciones. Hay que recuperar la confianza