Como todos los años, los colombianos nos preparamos para recordar y conmemorar una de las dos celebraciones más importantes de la historia del país: el 7 de agosto.
Hoy, cuando desde todas las orillas de nuestra patria hablamos de una crisis de valores ocasionada por la deshumanización, la corrupción, la violencia, el egoísmo y la destrucción del concepto de la familia como eje de la sociedad, es importante reencontrarnos con las bases que como nación nos han forjado.
Para unos la relevancia de esta fecha radica en evocar una victoria militar que significó un golpe estratégico contra las tropas realistas del ejército español, convirtiéndose en el símbolo de la creación de la Gran Colombia.
Para otros, su significado es el de rendir homenaje a los hombres que combatieron en la gesta libertadora, los cuales, gracias a su tesón y sacrificio, sellaron nuestra libertad final en el puente de Boyacá.
Unos y otros tienen razón; debemos celebrar la batalla y exaltar a los soldados que cayeron librándola.
Sin embargo, creo existe una razón más poderosa: el 7 de agosto más allá de forjar sentimientos patrióticos, porque sin duda debe hacerlo, tiene que ser un ejercicio de análisis acerca de nuestros problemas sociales de otros tiempos. Conocerlos y entenderlos nos puede enseñar mucho cuándo buscamos soluciones a los que en el presente afrontamos.
Considero que, como lo dijo en una entrevista Joaquín Prats Cuevas, investigador y doctor de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona, de gran reconocimiento internacional y especializado en Didáctica de la Historia, “La Historia no explica el presente sino el pasado”.
Pero también pienso que tiene un inmenso poder formativo que nos permite comprender las claves detrás de los hechos acaecidos y los procesos que, bajo sus aprendizajes, deben construir las sociedades, siempre buscando su desarrollo.
Nuestra libertad no obedeció solo al esfuerzo de un ejército. Esta se alcanzó gracias a un fin común que unió a miles de personas súbditas de una corona que, desde la esclavitud, la desigualdad social, el mestizaje, la inequidad y la pobreza buscaban el derecho de elegir su futuro.
En esa lucha la solidaridad, la corresponsabilidad y la búsqueda del bienestar común, inspiraron y soportaron las acciones sociales que permitieron a nuestros soldados, con autodeterminación, enfrentar a un enemigo que se consideraba invencible, y alcanzar lo que se veía imposible.
Las familias con devoción aportaron sus bienes y entregaron la vida de sus padres e hijos. La presencia de las mujeres no solo fue numerosa y notable, sino que se dio de diferentes formas: ocultaron a los patriotas, organizaron reuniones secretas, confeccionaron uniformes, alimentaron a los soldados, entregaron sus joyas, asistieron a los heridos e, incluso, algunas levantaron las armas.
La participación de los sectores populares, aquellos sin poder político, militar o económico, fue decisiva para apoyar a los promotores de la independencia. Indígenas, esclavos y campesinos se sumaron a la causa.
Cada una de las personas que buscó la libertad se convirtió, desde su actuar, conocimientos y posibilidades, en un agente social de transformación. Eso fue lo que hoy nos permite prepararnos para celebrar el próximo 7 de agosto.
Es en el anterior sentido en el que se encuentra la gran deuda que tiene Colombia con esta fecha: debemos emular ese esfuerzo colectivo realizado hace más de 200 años y que hoy nos permite ser libres, ver la cohesión social como un fin para alcanzar el bienestar común, y no olvidar que, aunque todos somos diferentes, solo con unidad y solidaridad lograremos lo imposible.
Por eso los invito a que mañana lunes recordemos desde el Puente de Boyacá a nuestros soldados y su épica batalla. Pero sobre todo a que nos comprometamos como personas y actores sociales, a ser un agente de transformación que, desde la solidaridad y la conciencia colectiva, ayudemos a construir una Colombia próspera que genere oportunidades para todos, en paz y armonía.