Desconociendo uno de los capítulos más oscuros de la Guerra Fría, y fingiendo de estadista e intelectual, Petro ha ido a Berlín a llorar por la caída de un Muro que no solo representaba la bipolaridad de un orden mundial sino la quintaesencia de una forma tan homicida como farisaica de concebir y hacer la política.
La Crisis de Berlín se remonta a 1955, cuando empezó a cuestionarse si la presencia occidental en Berlín sería necesaria y, de paso, si ello ayudaría a distensionar las relaciones con Moscú. En medio de eso, se negociaba limitar el despliegue de armas estratégicas y por culpa de un incidente con un avión U-2 en territorio soviético, el Kremlin utilizó esto para endurecer su posición frente a la “Cuestión del desarme”.
Así, la temperatura política había subido a niveles muy peligrosos porque Jruschov amenazaba con retirarse de la Convención de Ginebra y en la ONU protestaba con uno de sus zapatos. La transición de mando de Eisenhower a Kennedy en nada alivió la relación bilateral así como tampoco la de Stalin a Jruschov. Es más, después de la Crisis de Berlín, el foco de tensión se desplazaría a Cuba.
La cuestión de Berlín produjo que del lado soviético se hablara de cerrar la frontera entre Berlín oriental y occidental. A partir de ese momento, empezó la estampida de alemanes rumbo al Oeste; tan es así que en un solo día (7 de agosto de 1961) se contabilizaron más de 2.000 registros de salida y mientras la presión subía, más alemanes cruzaban la frontera hacia Bonn.
La situación se hizo tan insostenible que el 31 de agosto, el ejército alemán del Este cerró los cruces de frontera y, rápidamente, se levantó una construcción a lo largo de todo el lado soviético. Por si acaso, nadie migró de Occidente a Oriente y el infame Muro empezó a cobrar vidas.
En el marco de este breve recuento es que se debe hacer la valoración histórica del Muro que debía caer como sabiamente le dijo Reagan, a espaldas de la Puerta de Brandenburgo ese 12 de junio de 1987, a Gorbachov. Al cruzar dicha puerta, se encuentra una placa incrustada en el suelo a la altura de ese lugar memorable.
La dantesca añoranza por una de las páginas más sanguinarias de la reciente historia, aglutina una serie de elementos que configuran, en su totalidad, una peligrosa, abyecta y brutal oda a los crímenes contra la humanidad.
De hecho, todo régimen totalitario es sinónimo de barbarie y esclavitud. Allí donde ha florecido este macabro régimen, la libertad ha muerto y con ello la dignidad del ser humano ha quedado sepultada para siempre. Obviamente, Petro no se ha documentado sobre los campos de concentración y las torturas a las que fueron sometidos millones de rusos, como tampoco la suerte que corrieron las mujeres alemanas a manos del Ejército Rojo. ¡Stalin, un hombre de paz!
Un lector honrado intelectualmente sabrá que tanto la obra de Aleksandr Solzhenitsyn como su testimonio de vida, desmienten las estólidas e inicuas palabras de Petro.
De otro lado, no se puede perder de vista que el comunismo dejó a finales de los 80´s la cifra no menospreciable de 100 millones de muertos, según Stéphane Courtois, y con ello una legión de nostálgicos simpatizantes con el crimen como estilo de vida. Claramente, Petro ignora la sistemática y especializada obra de este historiador que ha dedicado años a la investigación del totalitarismo comunista y su legado atroz y sanguinario.
Allí donde el comunismo y el nazismo surgieron, la creatividad ha sido catalogada como una herejía o una estupidez en tanto que desafía el oficio de repetir los credos que la propaganda dicta. Es decir, para los totalitaristas, intelectual es solo aquel que repite lo que la propaganda ordena y el que piensa es señalado, en el mejor de los casos, como profano.
Y digo que en el mejor de los casos porque aquellos que en un acto de auténtica inteligencia se apartaban del aparato propagandístico y sus mentiras filosóficas, políticas, económicas, sociológicas y culturales, la STASI (Ministerio para la Seguridad del Estado) llegaba para hacer un ajuste de cuentas peor al que hacía la Inquisición.
El Muro también significa haber sometido a los pueblos a un déficit de tecnología y a la imposibilidad de mejorar las condiciones materiales de vida a la que todo pueblo tiene el más legítimo derecho. Las sociedades que han vivido en modelos fracasadamente antiliberales han declarado al hambre como regla económica mientras se reputan ser benefactores de la humanidad.
El estudio de la historia de las ideas y su aplicación, evidencia que el comunismo termina siendo peor aún de lo que condena. En efecto, a nombre del desnazificación y el antifascimo han construido regímenes todavía más criminales que lo inventado por Mussolini o Hitler. Los casos más recordados de este período son: la Unión Soviética de Stalin, la Cambodia de Pol Pot, la Cuba de Casto, o la Uganda de Idi Amin.
Sin un acervo digno para valorar una pieza cinematográfica -como Good bye, Lenin!- o para transitar por La Isla de los Museos, a Petro le resulta impensable tener una mejor visión del pasado gracias a su estéril y bizarra perspectiva cultural. ¿Podrá algún día comprender la dimensión histórica del “Checkpoint Charlie”? No obstante, lo que ofende en él no es, de manera alguna, su probada ignorancia y falta de capacidad para liderar, verbigracia, los asuntos estratégicos del país.
Lo que genera tedio es esa postiza conducta que lo empuja soberbiamente a cometer actos vergonzosos a nombre de Colombia y a ofender a todas las víctimas del comunismo; enalteciendo a quienes han fomentado sus crímenes como algo “moralmente superior” porque van empacados en ribetes políticos tan engañadores como ‘la paz’, ´antimperialismo´, ‘igualdad’, ‘derechos humanos’, ‘justicia social’, ‘gobierno popular’ (…) Haciendo una apología al crimen y sin sospecharlo, Petro sigue renegando de su propio eslogan “Colombia, una potencia de vida”.