No sé por qué, pero el fracaso de la “guerra contra el terrorismo” en Afganistán me recuerda mucho el fracaso de la “guerra contra las drogas” en Colombia. Durante veinte años, Estados Unidos gastó más de ochenta y tres mil millones de dólares en equipar y desarrollar el ejército nacional, la policía, la fuerza aérea y las fuerzas especiales afganas. Sin embargo, todo aquel aparato bélico se desmoronó sin oponer resistencia ante el avance de los talibanes que, equipados con armas ligeras, recuperaron el poder.
En algo más de quince años, desde comienzos de siglo, Estados Unidos invirtieron en Colombia diez mil millones de dólares en ayuda militar --el mayor presupuesto de ayuda militar gringa después del concedido a Israel-- con el objetivo principal de “prevenir el flujo de drogas ilegales” (léase cocaína) hacia Norteamérica.
Y según los últimos datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga, Colombia tiene hoy 143.000 hectáreas sembradas de coca, la producción de cocaína incrementó en un 8% con respecto al informe anterior, se produjeron 1.228 toneladas de droga y el año pasado se incautaron algo más de 500 toneladas. Cifras aburridas, ya lo sé, pero que no hablan precisamente de un éxito en ese campo de batalla.
A menos de una semana de cumplirse el plazo para la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán, hemos tenido un aperitivo en el caótico aeropuerto de Kabul, de cómo pueden quedar las cosas en aquel país: un atentado con decenas de muertos, trece de ellos militares norteamericanos. Y autoría del ISIS o Estado Islámico, enemigo tanto de los talibanes como de los norteamericanos.
Hace dos décadas, los talibanes rechazaron detener a Osama Bin Laden y demás líderes de Al Qaeda, y aquello justificó para Georges Bush la invasión americana de Afganistán. Diez años les costó a los gringos dar caza al cerebro del derribo de las Torres Gemelas. Los talibanes fueron apartados del poder y el terrorismo fue debilitado, pero nunca derrotado del todo como estamos viendo.
Ahora en Europa los gobiernos están preocupados ante la posibilidad de que Afganistán se convierta de nuevo en un santuario para combatientes de otros países, incluidos los extremistas europeos. Mientras un informe de inteligencia estadounidense afirma que Al Qaeda continúa “planeando ataques terroristas contra intereses y ciudadanos de EEUU”.
¿Y cómo fue que “los malos” ganaron la “guerra contra el terrorismo”? En primer lugar, por la corrupción en los ministerios de Defensa e Interior de Afganistán donde robaron fondos, municiones y entregas de alimentos antes de llegar a los soldados en tierra. Las municiones y otros equipos se vendieron en el mercado negro y acabaron en manos de los talibanes.
La malversación y corrupción minaron la moral del ejército. Para los soldados no remunerados, los lujosos estilos de vida de sus comandantes eran un plato difícil de tragar. Así que, en lugar de luchar y morir, prefirieron salvar sus vidas y esperar que los talibanes cumplieran la promesa de amnistiarlos.
La falta de confianza en el liderazgo político del país, y la puesta en práctica por parte de los talibanes de una inteligente estrategia de control de los principales cruces fronterizos, terminaron de dar la puntilla al gobierno de Ashraf Ghani que salió huyendo, en un avión cargado de dinero, hacia Emiratos Árabes en donde tiene una fabulosa mansión.
Y por último un factor del que entendemos bien en Colombia. Una fuente de financiación del movimiento talibán --aunque no la única ni la principal-- fue la droga, uno de los recursos fundamentales del país. Los talibanes se hicieron con el control de la enorme y porosa frontera con Pakistán y, a través de ella, con el comercio de opio, droga que sitúa a Afganistán en el primer lugar mundial de exportación de heroína, por una parte. Por otra, con la producción de metanfetamina, poderoso estupefaciente extraído de la efedrina (planta local) cuyas ganancias equivalen a las que dejan la producción de opiáceos, según el Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanía.
Por cierto, que también allí llevaron los norteamericanos su “guerra contra las drogas” con resultados parecidos a los obtenidos en Colombia. En los años transcurridos desde la invasión liderada por Estados Unidos desde 2001, se dedicaron en Afganistán a operaciones antidroga nueve mil millones de dólares, casi tanto como aquí destinaron al mismo fin. Mientras, según un estudio sobre el opio de la ONU, el cultivo de la adormidera no ha hecho más que crecer en todo ese tiempo, y en 2020 aumentó un 37% con respecto al año anterior.
Pero en fin, no me hagan mucho caso, algún parecido es mera coincidencia y afortunadamente en Colombia no tenemos ninguno de los vicios que han llevado a Afganistán al borde del abismo.