Un león hambriento

Mar, 14/08/2012 - 00:01
El domingo pasado me senté con un grupo de amigos a ver la clausura de los Juegos Olímpicos. En algún momento comentamos con admiración los triunfos de los países africanos en las competencias

El domingo pasado me senté con un grupo de amigos a ver la clausura de los Juegos Olímpicos. En algún momento comentamos con admiración los triunfos de los países africanos en las competencias de velocidad. Entonces alguien con conocimientos olímpicos dijo:

—Eso no es gracia, con la técnica de entrenamiento que utilizan cualquiera ganaría.

—¿Si? ¿Y cómo es que se entrenan? —Pregunté con la mayor ingenuidad.

—Pues cuando salen al campo a rebuscar comida, les sueltan un león hambriento detrás.

¡Chiste viejo! Pero volví a caer por despistada; en medio de las risas se me ocurrió una reflexión sociológica que rescató mi autoestima de las burlas, es que hay básicamente dos tipos de entrenamiento para sacar deportistas exitosos:

El primero es el del hambre, que consiste en salir al rebusque y correr para salvar la vida porque un felino nos puede devorar. Es el león de la pobreza, que persigue con saña a ciertos deportistas quienes gracias a esto aprender a correr, o a saltar, o a alzar pesas, o a luchar, o a cualquier cosa con tal de ganarle la carrera a una muerte segura en las fauces de ese animal implacable que es la falta de oportunidades.

Y el otro tipo de entrenamiento, no sé si más eficaz, pero igualmente utilizado, es el de perseguir, como galgos de carrera, a una liebre de mentiras que siempre va unos metros más adelante y por lo tanto es inalcanzable, la liebre de la fama, del éxito, del triunfo. Este método es más utilizado en sociedades donde el hambre no es el estímulo ideal y por tanto es necesario inventarse uno mejor, como el de ser superior a los demás y así triunfar en medio de un mundo en el que la competencia es tan fuerte que nos puede también destrozar.

Me gustan los Olímpicos, los sigo como la gran mayoría de la humanidad, me entretengo con sus dramas y sus éxitos, pero no puedo dejar de pensar que representan modelos dramáticos de competencia. Eso de “Más Alto, Más Fuerte, Más Rápido”, es sin duda el paradigma del ser supremo, de personas que están en el tope de las potencialidades humanas y que se convierten, en sólo dos semanas, en los modelos a seguir, como una liebre mentirosa que está al alcance de todo el mundo.

Pero no es así, la superación física como patrón de éxito social no está al alcance de todo el mundo, muy por el contrario, apenas unas 330 personas alcanzan el oro olímpico cada cuatro años y somos 6.500 millones de seres en este congestionado planeta. Los deportistas dorados son a la humanidad como la partícula de Higgs al Universo: ¡mínimos! (y perdóneseme la comparación un tanto exagerada).

Con el éxito indudable de nuestra delegación, encabezada por la dulce y habilidosa paisita Mariana Pajón, ahora se pensará cándidamente como lo aseguró María Isabel Urrutia, en el programa radial Hora 20, que si se invierte más en el deporte le estaremos sacando niños y niñas a la droga y al conflicto. Bueno es culantro pero no tanto… Aquí también tenemos leones hambrientos que acechan a nuestros jóvenes pero no los hacen correr hacia las olimpíadas sino a las armas, a la prostitución y a la delincuencia.

Creo en el deporte, pero no es una fórmula milagrosa y no es para todo el mundo. El éxito disfrazado de liebre se puede convertir en tragedia y apartarnos de unas más duraderas soluciones como la educación; o si no miremos en lo que han terminado algunos de nuestros atletas como denunció Daniel Coronell en su columna de la revista Semana con el caso de Zorobabelia, una fabulosa mujer chocoana campeona de heptatlón que ahora, casi paralítica, mendiga una pensioncita ante una entidad pública. Es decir, ella alcanzó a la liebre y, cuando lo hizo, se dio cuenta que era de mentiras, pero mientras se distraía examinando ese peluche falso se la tragó el león famélico que la venía persiguiendo desde su infancia.

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