La selección, que vuelve con tareas de ajuste a días del mundial, y con ella Pékerman al frente dispuesto a encarrilar otro sueño.
La nómina básica, con reparos y aprobaciones, es el punto de partida para polémicas encendidas, con múltiples criterios, que se alimentan de encarnizadas críticas en los medios. Desde allí, al entrenador lo atacan por tierra, mar y aire, quienes le declararon la guerra desde su llegada, porque desplazó a preferidos y a manipuladores.
El mismo Pékerman de hace cuatro años. Dependiente de resultados y rendimientos. Sometido a la irregularidad de sus dirigidos o a los caprichos de sus elecciones: Aguilar, Teo, Armero, Stefan, Camilo, Avilés, Torres, Quintero, Cantillo, Mojica, Espinosa, José Cuadrado y Tesillo; ¿Realmente están en su mundo?
Suspira el pueblo con destellos de optimismo que nunca faltan.
Es hora de precisiones tácticas, de combinaciones técnicas y estéticas de juego, porque prueba única es el mundial, especialmente para el entrenador, a quien los directivos determinaran su continuidad después de evaluarlo con lupa en Rusia, a despecho de la presión de periodistas o de hinchas apasionados.
Vuelve Pékerman sin frases incendiarias, discreto, silencioso (cuando habla, poco dice), sin amor al riesgo, de espaldas a los juveniles en progreso, aislado de críticas y leal a los jugadores de su proceso.
El abuelo paternal que transmite confianza a sus dirigidos, ajado su rostro, plateado su cabello, convencido de su idea de triunfo que prevalece sobre las bases del juego. El resultado por encima del estilo.
Colombia espera con él faenas de alto vuelo como en Brasil, cuando el tricolor fue sensación, pero con la premisa de que en el fútbol no se vive del pasado. Es el día a día con exigencia extrema impregnado de presión al límite.
Otra vez el mundial. De nuevo la selección. Pékerman sobreviviente, convencido de que el peor enemigo no es el rival. Es él con sus aciertos o equivocaciones.