El objetivo de muchos políticos actuales no es el crear bases para el mejoramiento de la sociedad que dicen representar, sino el acceder al poder a cualquier costo. Y como ahora, con pocas excepciones, no funciona el método impositivo y los tiempos están para el convencimiento de la masa, el ascenso se hace a través del “conducto democrático”. Para ello (ab)usan del sistema democrático, en el que mediante algún carisma barato y capacidades oratorias del mismo valor, despachan discursos atiborrados de demagogia que causan impacto entre los ciudadanos menos reflexivos, con ayuda de aliados oportunistas que ven en ello posibilidades de promoción y negocio a expensas del Estado.
“La historia a menudo enseña que, cuando el escenario está instalado, alguien sube a las tablas”Es así como en los últimos tiempos la moda política se está ataviando de populismo, de esta se valen los elegibles, y a través de engañifas y protegidos por la misma democracia logran franquear con éxito los escalones electorales y quedarse con el poder. De ello trata con sumo detalle el reciente libro “El estallido del populismo”, un buen compendio de artículos sobre el tema, seleccionados por Álvaro Vargas Llosa con un prólogo de su ilustre padre Mario Vargas Llosa y con la participación de pensadores y políticos occidentales. Los diferentes escritos detallan lúcidamente el fenómeno del populismo en la urbe Occidental, al tiempo que advierten de su nefasta consecuencia. Lo primero: definir qué es el populismo; muchas pautas y propuestas son dadas, el libro logra obtener un buen consenso para aclarar que no es una ideología, sino un estilo, un método para alcanzar el poder y mantenerse en él, que no concierne una tendencia política en particular, sino que ataca tanto a la izquierda como a la derecha. Es, lo advierte desde el inicio Mario Vargas Llosa, “la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero”. En el tercer mundo –el nuestro– se disfraza, vaya ironía, con cautivadores adjetivos como “progresismo”. La gran irresponsabilidad, que infortunadamente produce electores, consiste en ofrecer paraísos, agitar pasiones con promesas demagógicas de esas que monetariamente las arcas estatales son incapaces de mantener por periodos largos y que sólo resisten el tiempo de la elección, luego las cuentas no cuadran e incumplen las quimeras anunciadas dejando estragos irrecuperables. Por supuesto acuden estos gobernantes a nuevas estratagemas para mantenerse en el poder, tales como acusaciones de injerencia imperialista, intentos de golpe de Estado, supuestos planes de asesinato y otras tantas simplezas que lastimosamente la masa inculta y poco informada suele creer a pie juntillas. El gran caldo de cultivo del populismo es el descontento de la población y el descrédito de las instituciones estatales; en este menjurje vienen a pescar los predicadores de ilusiones, desparramando sus discursos de esperanza veleidosa con los que atrapan incautos obnubilados por los espejismos que les prometen. Colombia está pasando por ello y el mundo en general. Los oídos descorazonados se vuelven receptivos a caudillos, a mesías prodigiosos que solucionen problemas, así sea sólo con palabras alentadoras a cambio de un voto, o en el peor de los casos, como ya comienza a avizorarse, que restablezcan un nuevo orden mundial a través de una nueva guerra mundial. Con ello sueñan los populistas y sus devotos, con ello soñó Fidel Castro, el gran populista, que en los años 60’s quiso promover una guerra nuclear, la que por fortuna fue considerada exagerada hasta por los mismos rusos. Y es que “el populismo luce agradable durante la fase inicial, cuando todavía hay recursos para gastar o empresarios a quienes exprimir, cuando el dinero se acaba el populismo muestra los dientes y la violencia de Estado emerge con todo su furor”, eso lo hemos visto en nuestra contemporaneidad, siendo el más palpable el de la oprimida Venezuela. Los fenómenos populistas coinciden en algunos puntos que vale la pena identificar:
- Exaltar pasiones populares mediante promesas demagógicas;
- Infringir la Constitución y reformarla para que se adapte al gusto y maniobras del líder;
- Denigrar sistemáticamente los medios de comunicación y reglamentarlos para impedir su libre expresión y crítica, así como las de los ciudadanos;
- Engrandecer maniqueamente una contraposición entre pueblo y élite;
- Mezclar manipuladoramente los conceptos de Estado, gobierno y partido político, y llevar a la idolatría esta mezcolanza;
- Violar la separación de poderes;
- Cooptar o agredir a la justicia;
- Usar la propaganda como herramienta central;
- Gastar más de lo que se puede, despreciando el largo plazo y generando déficits impagables;
- Abusar de las fuentes de financiación (impuestos, deuda externa, emisión de dinero);
- Promover un alto nivel de corrupción para beneficio personal y adhesión de dirigentes;
- Vulnerar los cimientos de la democracia para transformarla “legalmente” en dictadura o autocracia;
- Acusar de los males a las potencias extranjeras –el enemigo foráneo;
- Preconizar una paranoia antiliberal;
- Vestir un disfraz democrático;
- Enarbolar una falsa obsesión igualitaria que prometen si son elegidos;
- Extender la pobreza a todos los niveles con la sola excepción de los gobernantes populistas.