Que un perro muerda a un hombre no es noticia. Que un hombre muerda a un perro sí es noticia. Esas eran de las primeras lecciones que se aprendían en las facultades de periodismo en la década de los 80. Y para los entendidos del futbol, que el balón vaya a la mano no es falta, pero que la mano vaya al balón es falta. Ahora, que un hombro vaya al diente no es noticia ni falta pero que un diente vaya a un hombro es noticia y falta. Por eso resulta desconcertante que hasta el propio presidente uruguayo, considerado el zar de la ecuanimidad mundial, en un exceso de chovinismo futbolero caiga en la idea justificacionista de que la clavada de los dientes del mejor jugador de su selección, Luis Suárez, a su contrario italiano Giogio Chiellini, en pleno partido, sea de poca monta.
Aunque no tuviera antecedentes molares ni caninos este jugador es un peligro, pero no solo para la defensa colombiana este sábado, sino para cualquiera de los mortales que lo rodeen. Es notoria la intencionalidad de clavarle sus pequeños elementos filudos al otro. Las únicas armas cortopunzantes naturales que se permiten en la cancha porque se supone que los humanos saben que no las deben usar al estilo de los felinos para destrozar a su rival o a su víctima. Incluso habrá que empezar a revisar las uñas de los jugadores como hacían en la escuela las profesoras, a partir de este incidente. Es evidente que una persona que juega fútbol sabe que hay ciertas formas de agresión que no son permitidas pero que son inherentes al ejercicio de este deporte. Por ejemplo una patada al contrario se puede presentar al intentar golpear el balón.
O un codazo en el rostro del otro puede surgir del intento de impulsarse para saltar o de cubrirse la cara para no recibirlo. En esas puede darse falta intencional o no intencional y los árbitros están precisamente para interpretar eso y la gravedad de la falta así sea sin intención. En este deporte donde se permiten ciertos roces y las manos se usan inconscientemente para no dejarse empujar puede aparecer un manotazo más fuerte; o que por querer marcar a un jugador se pueda terminar agarrándolo de la camiseta. Pero esas son faltas connaturales a este deporte y cuando se ejecutan sin controlar la contundencia o sin prever los riesgos sobre el otro son sancionadas. Pero en el video, que por suerte ahora existen esas posibilidades tecnológicas, se nota la clara intención del jugador uruguayo de castigar al mejor estilo de los perros a quien le incomoda.
Se ve además la mala intención y la mala fe cuando se tira al costado como para hacer parecer que es la víctima. De seguro que si el árbitro lo hubiera visto lo habría expulsado, por lo primero o por lo segundo, pero con mucho miedo de que le pegara su dentellada. Por eso nadie puede ahora decir que la sanción es inmerecida. Sin caer en chovinismo futbolero en favor de Colombia, ese jugador es un peligro andante. Pero peor si se llegara a dejar jugar porque la aquiescencia de sus defensores de oficio como el propio técnico uruguayo que respondió molesto en la rueda de prensa que no lo iba a juzgar entre otras porque no lo vio, cosa que nadie le creyó, porque se vuelve como una patente de corzo para actuar birlando las elementales normas de juego limpio y de convivencia humana.
Sin embargo, lo peor de todo es que es reincidente. Y quienes lo defienden son concientes de que en aras del buen espectáculo deportivo están dispuestos a permitir el pésimo comportamiento de su jugador estrella. Ese es el fútbol del todo vale que queremos erradicar en Colombia y que se enseñoreó desde las épocas de la mafia y sus equipos narcodolarizados. Los colombianos que ven el juego limpio de su selección y que se alegran de que el técnico actual, por primera vez en mucho tiempo refleja que no obedece órdenes de capos dueños de equipos para promocionar jugadores o promover las ventas de sus pases, deben aceptar con gratitud que la FIFA le meta el diente a este tipo de prácticas. Habría que impulsar que varias de las faltas que se ven como el codazo innecesario del defensa francés a un delantero ecuatoriano sean sancionadas y emplarizantemente como sucedió con el delantero uruguayo.
En su caso particular las autoridades uruguayas tendrán que revisar las posibles patologías que subyacen en este tipo de conductas que generan la represalia que aplica el jugador y estudiar las causas de esa anómala actitud salvaje que lo llevan a usar sus fauces contra el rival. Esta conducta antideportiva se le vió al boxeador Mike Tyson y fue castigado por la asociación de boxeo, porque aún en este deporte, que es de golpes, es muy mal vista y es punible. Cómo entonces esperar que sean blandos con el jugador uruguayo que además deja ver al rompe que es orgulloso de sus colmillos como arma contundente contra su rival. No. El mundo está acostumbrado a confundir la legendaria garra charrúa con que sus jugadores sean a veces patabravas, pero faltaba más que los uruguayos piensen que los aficionados al fútbol tengamos ahora que aceptar los muelabravas.
En todo caso la mordida, esa palabra que se hizo famosa en la contratación en Colombia y que significa lo que ya se popularizó cínicamente con la abreviatura CVY, que no es otra cosa que la tajada de la torta que se lleva el funcionario coima, fue el titular símbolo del desplazamiento noticioso que refleja nítidamente que el mundial de fútbol logró opacar de plano los debates sobre las recientes elecciones presidenciales untadas de compraventa de votos, salpicadas de irregularidades regionales y de trampas locales, y sobre el indiscutible triunfo de la Unidad Nacional pero embadurnado hasta las cachas de mermelada y sustentado en la multiplicación de los votos por cuenta de los Ñoños y los Musas. Se salvó el presidente relegido “Juanpa” de la espuma postelectoral que anunciaba que un Álvaro Uribe rabioso mostraba los dientes y que no le dolía una muela para denunciar lo que considera el gran fraude electoral.
La mordida se volvió noticia mundial entre otras cosas porque representa el juego sucio, que no solo se ve en el deporte, y que se aplica magistralmente en la política colombiana, como ocurrió en las pasadas elecciones donde ambos rivales demostraron que lo saben ejercer y que tanto el uno como el otro han ganado su reelección con las mismas prácticas de juego sucio, no precisamente de mordida sino de embadurnada, no de colmillo afilado sino de fina aceitada de maquinarias. Una jornada política donde no se escatimó el ojo por ojo pero que ahora queremos que nos salgamos así sea a empujones del diente por diente.
La mordida
Vie, 27/06/2014 - 12:42
Que un perro muerda a un hombre no es noticia. Que un hombre muerda a un perro sí es noticia. Esas eran de las primeras lecciones que se aprendían en las facultades de periodismo en la década de lo