En la próxima contienda para elegir el alcalde de Bogotá se juega mucho más que el propio destino de la ciudad. Como nunca antes en esta coyuntura se decide no sólo la suerte de algunos políticos, o incluso la de algunos partidos, sino que fundamentalmente se define el futuro inmediato del país. Esta particular situación se ha generado entre otras porque el actual alcalde Gustavo Petro optó por hacer de este cargo una estruendosa tarima presidencial, la cual gracias a sus ribetes caudillistas y al flaco servicio que le prestan a la sensatez las sobreactuaciones de sus enemigos ideológicos, como las del Procurador Alejandro Ordoñez, han terminado por construir un fenómeno que poco a poco echa las bases para erigir una réplica del estrafalario expresidente venezolano Hugo Chávez. Una amenaza que se viste de Socialismo del siglo XXI pero que no es otra cosa que el populismo del siglo XX reencarnado en el aventurerismo moderno.
No es para nada casual que el exdirector de Cambio Radical, Carlos Fernando Galán, se haya lanzado a promover la candidatura de Enrique Peñalosa, quien había perdido el pulso dentro de su Partido Verde, donde fue cofundador, ante la imposición del veto de los petristas que se tomaron esta organización a punta de macartismos, al mejor estilo sectario y desmontaron la otrora ilusión de la Ola Verde que alguna vez representó la voluntad de cambio desde una perspectiva democrática y ciudadana, pero que ahora responde a los dictados de la extrema izquierda de los Progresistas liderados por el alcalde. Y no es casualidad que Galán para esto haya hecho causa común con David Luna, con quien compartía la responsabilidad de haber divididio en las pasadas elecciones las fuerzas democráticas, hecho por lo cual terminaron reinando las huestes petristas que hoy preocupan tanto a las fuerzas democráticas y renovadoras del centro.
Y precisamente estos temores surgen porque los demócratas de hoy ven cómo los efectos mediáticos de la demagogia y del promeserismo son el caldo de cultivo para estas salidas aparentemente redentoras de los pobres. Con el agravante de que la clase política tradicional, campante con sus prácticas mañosas, abona cada vez más el terreno para que prendan esas aspiraciones mesiánicas tipo Chávez. Irresponsablemente, al igual que la venezolana de antes de la era Chávez, se descara y ya no le importan los escrúpulos. El todo vale que algunos criticaban a los boquisueltos parlamentarios costeños ya es una usanza común en todos los rincones del mapa colombiano. Los Ñoños y los Musas, que no se diferencian mucho de los negros Martínez del Valle, se apoderan cada vez con más fuerza del escenario electoral y de los escaños de la democracia, sin que la ciudadanía se pellizque para tratar de voltear algún día esta torta.
Pero lo peor es que algunos demócratas que conocen el peligro inminente que se cierne sobre Colombia terminan alimentando, ya sea por su miopía o por su cortoplacismo, esta tendencia dictadorzuela, en la que inevitablenete terminan ese tipo de experimentos, porque el populismo solo se sostiene en el poder cuando el caudillo logra perpetuarse. Por eso demócratas como Alfonso y Juan Manuel López Caballero creen ingenuamente que al apoyar a Clara López fortalecen la democracia. Ignoran que esa es precisamente la forma de fortalecer al petrismo a nivel nacional. Porque la confusión que introduce el hecho de que Petro se presente como de izquierda y con un discurso anticorrupción termina por hacer creer al resto de colombianos que Clara es su continuación y esto animará a los sectores alternativos y democráticos a visualizar a Petro como la salida milagrosa para Colombia de los pobres contra la clase política tradicional.
Por esa misma razón se equivoca el candidato Rafael Pardo cuando pretende hacer una campaña que no parezca antipetrista, ya que no se da cuenta de que de esa manera lo que hace es fortalecer la candidatura de Clara, por cuanto los electores sienten que si el problema no es Petro, ni su gestión es cuestionable, entonces por qué no seguir con Clara, que es la representante de la izquierda, mientras que a Pardo es visto como otro miembro de la clase política tradiconal. Y si Pardo no hace distancias con Petro quedará en determinado momento con un discurso que no es ni chicha ni limoná, cosa que en la actual circunstancia es más un pecado que una virtud. Otro tanto se descachó el presidente Juan Manuel Santos cuando decidió arrebatarle a Peñalosa uno de sus alfiles al nombrar como ministro a David Luna, en momentos en que se mostraba como gran promotor del Equipo por Bogotá de Peñalosa. Santos creía de esta manera debilitar a Peñalosa, que por esos días crecía en las encuestas, y favorecer a Pardo, pero terminó fortaleciendo a la candidata del Polo y de la izquierda.
Galán se va con Peñalosa no sólo porque reconoció autocríticamente que haber hecho toldas aparte en la contienda pasada fue la clave para que la ciudad hubiera caído en esa especie de no futuro en que se encuentra, sino porque sabe que de todos los aspirantes es el único que garantizaría seriamente poder recuperar la Bogotá bonita que existió gracias a las administraciones de Antanas Mockus y de Peñalosa y que en su momento fueron casi un orgullo nacional. Pero sobre todo porque Peñalosa es el único que se puede convertir en una piedra en el zapato para las aspiracones petristas y sus sueños de emular con el chavismo. Peñalosa es el único de los candidatos que puede pensar en Bogotá sin la obligación de fortalecer un partido o un proyecto político que es la carga que tienen todos los demás. De un triunfo de Clara depende el futuro de Petro y de la izquierda. De un triunfo de Francisco Santos depende el futuro del uribismo en Bogotá.
Esto explica por qué juegan tras bambalinas los expredidentes. Detrás de Pacho está Alvaro Uribe, detrás de Pardo se acomoda Cesar Gaviria y detrás de Clara se camufla Ernesto Samper. Y el que se quede con Bogotá aspirará a poner el próximo presidente. Por eso vale tanto hoy la alcaldía de Bogotá. Y los bogotanos tienen la palabra. Si lo que se quiere es que el alcalde sirva para fortalecer la izquierda, pues no hay duda que es Clara López. Si lo que se quiere es fortalecer la Unidad Nacional y evitar que se cuele el candidato uribista, Francisco Santos, pues el hombre para eso es Rafael Pardo. Y si lo que se quiere es pensar en Bogotá habría que sacrificar todos esos intereses secundarísimos para la ciudadanía y pensar en una ciudad viable. Ahí, no hay duda de que el candidato es Enrique Peñalosa. Es tal vez de todos el que mejor diseño tiene para una ciudad del futuro y quien mejor comprende que lo humano de una ciudad es generar calidad de vida para todos sus habitantes.
La ciudad también existe
Mar, 30/06/2015 - 14:30
En la próxima contienda para elegir el alcalde de Bogotá se juega mucho más que el propio destino de la ciudad. Como nunca antes en esta coyuntura se decide no sólo la suerte de algunos políticos