No he terminado de leer un libro que se me antoja desde ya imprescindible: “Historia Mínima de Colombia” de Jorge Orlando Melo, un ejemplo edificante de una historia limpia y austera jamás malograda ni a riesgo por la ideología del autor.
Este es un país que soportó durante 52 años un terrible conflicto armado. El que esa prolongada guerra se librara en las periferias de una Colombia desigual, facilitó que se negara tranquilamente su existencia misma.
Y no estoy hablando solo de Álvaro Uribe, ni del ideario político del Centro Democrático. Hace apenas unas horas, Jorge Humberto Botero, destacado y respetado dirigente gremial, escribió para la Revista Semana una elegante pero durísima columna de opinión sobre el libro de Melo. Veamos.
“… la supuesta guerra de 52 años que ningún historiador serio registra, dijo Botero, hipotético evento que el gobierno actual ha divulgado con mucho éxito fuera del país. De hecho su supuesta finalización explica un Nobel de la Paz y su necesario correlato: el reconocimiento de un reo de crímenes de lesa humanidad como uno de los pensadores de 2017 (!!!).” ¡Vaya!
Hace un tiempo leí una entrevista que María Jimena Duzán hizo sobre la inexistencia del conflicto armado y sus consecuencias sobre la política y la seguridad, al sociólogo francés Daniel Pécaut. Guardo físicamente en mi memoria y en los archivos digitales, lo expresado entonces por el entrevistado.
Dijo entonces Pécaut, en la más aguda de las interpretaciones que conozco, que los colombianos nos acostumbramos a una violencia deliberadamente invisible y que muchos sectores tienen la convicción de que el conflicto armado a lo largo de los últimos 30 años, ha sido para ellos un factor de estabilidad social y política.”
Y añadió Melo: “… lo cual se resume en el hecho de que no han habido sobresaltos ni surgimiento de movimientos sociales fuertes (….) el conflicto les ha garantizado esa tranquilidad (…) De ahí la paradoja: a pesar de que este país ha crecido económicamente en los últimos años ha mantenido el mismo nivel de desigualdad social que había en 1930”.
Más allá de cualquier intención ideológica o postulado antropológico, hay razones más o menos insidiosas, en la conveniencia de negar el conflicto, o hacerlo languidecer como rezago de un pensamiento primitivo y periférico. Sin mayores esfuerzos, podríamos establecer desde este punto de partida que la negación de la guerra es un instrumento de status quo de las elites urbanas. La causa primera y única de una desigualdad peremne.
Hace unos días, yo diría que casi de una manera milagrosa, Germán Vargas Lleras y yo pudimos superar una época de repetidos desencuentros. Fue más fácil de lo que pensaba. Fue más fácil de lo que piensan quienes estén leyendo esta columna. Con los buenos oficios del senador Germán Varón, y en un ambiente de cordialidad no esperada, fue posible un entendimiento sólido, que permite que estemos aquí ahora trabajando por su candidatura presidencial.
No inventariamos esos desencuentros. Ni los trajimos a valor presente. Simplemente pasamos la página y nos dimos a la tarea de un entendimiento, no solo entre él y yo, sino entre Cambio Radical y el Partido de la U.
Yo tengo la pretensión de que ese entendimiento partidista es el hecho más importante de la escena política y electoral. De hecho supone, por ejemplo, un tercio de las curules totales del Senado de la República. Y supone rescatar un énfasis en la imprescindible estabilidad del proceso de paz. Y supone, también, un realinderamiento de las fuerzas. De la centro izquierda de la política colombiana.
Ojalá nuestro aporte a la consolidación de un proceso inevitable, que ha sobrevivido a la más feroz y endemoniada hostilidad de que se tenga cuenta, rinda las frutos políticos que buscamos. En otras palabras, fortaleciendo la paz iniciamos el camino de la igualdad en este país tan desigual. Esta, como en el lenguaje de Jorge Orlando Melo, es otra “historia mínima”. Aquí está el núcleo sobre el cual descansan las aspiraciones presidenciales de Vargas Lleras.
Historia, proceso de paz y Vargas Lleras
Jue, 19/04/2018 - 05:27
No he terminado de leer un libro que se me antoja desde ya imprescindible: “Historia Mínima de Colombia” de Jorge Orlando Melo, un ejemplo edificante de una historia limpia y austera jamás malog