De no ser porque existe el programa La Voz Colombia, que ha logrado que los colombianos vuelvan a sentir, a sufrir con esperanza, a perder con optimismo, a confiar en un jurado que transmite amor, comprensión y entusiasmo; que contribuye al aprendizaje de quienes creen en su talento y que, de lejos, ha superado los formatos de los realities tradicionales, los colombianos hubieran tenido que desahogar sus lágrimas, suspiros y tristezas con el nuevo show mediático que se ha montado alrededor de la enfermedad del vicepresidente Angelino Garzón.
Se juntaron varias enfermedades. La de Angelino que prácticamente entró con pie derecho, a los quirófanos casi desde que se posesionó. Hasta ahí había suscitado toda clase de solidaridades y desprevenidamente logró sacar lo mejor de los colombianos que hacía rato no sentían compasión por nadie, en medio de la indolencia a que nos ha acostumbrado nuestra cruda realidad. Pero luego de su recuperación de la operación de corazón abierto, puso el dedo en la llaga en varios temas espinosos y decidió hacer distancia con algunas posiciones del Presidente y sus ministros, lo que despertó la indignación de quienes lo veían como un advenedizo en el gobierno de Unidad Nacional.
Se enfermaron quienes lo sentían como una posible salida a un nuevo proyecto político que agrupara la izquierda y el centro izquierda, cuando el presidente Juan Manuel Santos aún caminaba por el sendero que le había endosado su antecesor. Pero luego se enfermaron quienes lo vieron como la opción uribista cuando el Presidente Santos decidió romper frontalmente con su herencia de los tres huevitos y Angelino sonó como alternativa de una nueva fuerza de centro derecha comandada por Uribe. Y comenzaron a enfermarse los voltiarepistas porque para hacer méritos hay que ser más papistas que el papa y la independencia de Angelino se empezaba a ver como una amenaza real para sus propósitos tempraneros de reelección de Santos.
Pero luego llegó el accidente cerebro vascular de Angelino, que lo tuvo tres días en coma y lo obligó a someterse a intensivas terapias porque perdió tal nivel de motricidad, inclusive facial, que no lograba ocultarla al hablar. Ahí tal vez le apareció otra enfermedad, la de no querer sentirse enfermo. Una especie de negación frente a su situación que lo llevó a un grado de sobreexposición de medios en la que lo evidente era la intención de mostrar, como el Pibe Valderrama, un ¨todo bien, todo bien¨, que pretendía hacer lo de los borrachos cuando hacen el cuatro para fingir que todo está bien, o las telenovelas cuando alguien le soba la espalada al otro mientras le dice que todo va a salir bien.
Lo curioso es que esto coincidió con los traumas cerebrales del alcalde Gustavo Petro, en un entorno saturado por la enfermedad del presidente venezolano Hugo Chávez, el cáncer del expresidente de Brasil Ignacio Lula, las graves dolencias de la presidente argentina Cristina Fernández, que invadieron hasta la heroica ciudad de Cartagena con la enfermedad de su alcalde, el periodista Campo Elías Teherán. El ambiente se había tornado seriamente enfermizo cuando, ¡suás!, apareció el tumor cancerígeno en la próstata del presidente Juan Manuel Santos, quien, bien asesorado médica y mediáticamente hizo una transmisión casi en directo de lo que fue su episodio clínico.
Y en medio de ese escenario con olor a anestesia y adornado con vestimenta de batas blancas apareció el lambericazo de Roy Barreras, con tintes de vendetta vallecaucana, para someter casi a un escarnio público al vicepresidente por estar enfermo. En un alarde de pantallerismo quiso que se adelantara algo así como un allanamiento a la historia clínica del vicepresidente para cobrarle su supuesto uribismo y hacer méritos frente a su nuevo jefe de partido. No tuvo reparos en hacer gala de su populismo médico para acosar en medio de la convalecencia a su contendor político en esas aguas no tan mansas de Dilian Francisca Toro y el exsenador preso El Negro Juan Carlos Martínez.
Por suerte para los colombianos el Presidente Santos salió bien de su intervención quirúrgica y al expresidente Uribe no se le ocurrió hacerle lo que Roy Barreras pretendió aplicarle a Angelino, una especie de eutanasia política. Pero como cuando los astros no están del lado de alguien al vicepresidente le surgió también un microtumor cancerígeno en la próstata y ¡ahí fue Troya!. Ahora son los medios los que lo someten a extensos interrogatorios sobre su próstata hasta tal punto que lo han dejado casi como un subnormal repitiendo frases como ¨al que más le importa la salud de Angelino es a Angelino Garzón¨, o ¨en mi agenda de trabajo está contemplada mi renuncia porque me debo preocupar por mi salud¨.
El hecho concreto que ha dejado ver este episodio de las enfermedades de los hombres públicos y del aprovechamiento de su situación que pretenden hacer sus contendores es que los colombianos se resisten a que no se respete la enfermedad. Si se pudiera medir en una encuesta cuántos puntos bajó Roy Barreras por tratar de cobrarse por ventanilla sus viejas disputas regionales, los políticos de bajos instintos aprenderían que hay ciertas cosas con las que no se juega.
Pero probablemente si hay alguien que tiene que aprender que la enfermedad se respeta es el propio Angelino Garzón, quien por no tener la paciencia que requiere cualquier recaída en la salud no ha atinado en el manejo mediático que le ha dado a sus enfermedades. Ha guardado silencio cuando no hay que guardarlo y ha hablado más de la cuenta cuando no se debe. La repetición de frases o conceptos que recomiendan los asesores de comunicación para lograr los efectos de recordación es completamente válida en condiciones normales, pero la repetición cuando uno tiene dificultades en los músculos faciales resulta tortuoso para quien habla y para quien escucha.
En ese sentido hay que recomendarle al vicepresidente que repose, que piense serenamente que cuando uno está enfermo, no hay remedio sino aceptarlo y que observe que lo que no lograron sus enemigos políticos ni los rebuscadores de chivas que le querían poner micrófonos hasta en la sala de cirugía, lo logró él mismo con el poco afortunado manejo y la exposición en medios que ha hecho. Tal vez les vendría bien tanto al vicepresidente como a los profanadores de lechos aprender que para que se les oiga bien la voz deben saber aplazar el triunfo, como se llaman en sicología. Lo cual es probablemente la mejor lección que nos regala por estos días el programa que amenizan Carlos Vives, Fanny Lú, Andrés Cepeda y Ricardo Montaner.