Parece que en Dimayor, que regenta el fútbol colombiano, el único poder valido es el dinero y que los dominicales olores a multitud importan poco. El espectáculo enamora por su intensidad, pero no por su calidad. En la escena rutinaria en los estadios, tantos deteriorados y en abandono por la desidia gubernamental, resaltan las simulaciones, las provocadoras pérdidas de tiempo, la irrupción permanente y peligrosa de las barras inadaptadas; el racismo, los futbolistas veteranos y mañosos, que alargan su vida competitiva por la ausencia de dopaje y la oleada de entrenadores sin preparación como bomberos en crisis, para campañas exprés. Una que otra mirada de dirigentes a la fiscalía, con recelo a sus investigaciones, copa la agenda; así uno que otro de los mismos afirmando, para lograr prebendas, que "todo está arreglado".
Del Var se dice que esta cerca, pero no será segura solución a la deplorable e inagotable agenda semanal de fallos de los arbitrios algunos tan maliciosos, incapaces o carentes de autoridad. Muchos futbolistas pagan peaje a sus entrenadores para ser contratados o alineados, como peaje pagarán los colombianos hinchas, por el canal especializado que se avecina.
El billete, es lo único que interesa. El objetivo es programar partidos y no velar por la proyección, promoción y fortalecimiento del fútbol como espectáculo. Si bien la salud de los clubes depende de boyantes economías, el esplendor del juego está ligado a la reinversión para vigorizarlo.
Necesarias y urgentes son las estrategias empresariales, pero también las deportivas. Es tan obvio que este bello juego para los dirigentes es un negocio y para los aficionados diversión y fiesta.