Ante el rechazo silencioso de la mayoría de los colombianos, la Corte Constitucional dio vía libre al matrimonio homosexual. Hubo ríos de tinta en los medios celebrando el paso histórico que sitúa a nuestro país dentro del “universo de las naciones tolerantes y modernas”. La minoría homosexual recordó que el verdadero sentido de la democracia no es el respeto de las mayorías sino el de las minorías.
Pero en este país superficial, el tema del matrimonio homosexual confirma lo ligeros que somos en el análisis de los temas y lo fácil que resulta acomodar los conceptos para torcerle el cuello a la lógica, las instituciones y la racionalidad.
El primer argumento para admitir el matrimonio entre parejas del mismo sexo es el de la igualdad ante la ley. Todos somos ciudadanos por lo tanto todos tenemos derecho a que se nos apliquen las mismas leyes. Nada es más cierto pues la discriminación contra los homosexuales, sea cual sea su justificación, es inadmisible. Pero, desde el derecho romano, el concepto de matrimonio- el religioso y el civil- aplica para la unión de hombres y mujeres con el objeto de mantener la especie. Esta visión puede parecernos hoy, en el mundo de la sobrepoblación, un concepto anacrónico. Pero no lo es pues una función determinante de toda sociedad.
Una pareja del mismo sexo nunca podrá cumplir con ese objetivo esencial en el concepto de matrimonio. Nadie es responsable de esa circunstancia pues es un hecho incontrovertible de la naturaleza, que no puede considerarse entonces como una discriminación legal. Luego decir que el matrimonio homosexual es idéntico al matrimonio entre hombre y mujer contraría la lógica porque no pueden cumplir el mismo cometido y por lo tanto no son iguales. De ahí la insistencia de los colectivos homosexuales en la palabra “matrimonio”. Ninguna otra les servía (por ejemplo unión social, contrato civil, régimen especial de convivencia etc.). Pero una cosa es el matrimonio y otra la unión de parejas homosexuales por aquello de que cosas distintas no pueden, por pura lógica, ser consideradas como iguales. ¿Quiere eso decir que hay que discriminar las uniones homosexuales negándoles los derechos a la salud, la herencia o cualquier otro beneficio garantizado por la ley? La respuesta es no.
El segundo abuso del lenguaje concierne la palabra familia. Según los defensores del fallo de la Corte, hay diversas formas de familia y por lo tanto no se puede definir por el concepto tradicional de un padre y una madre. Nada es más cierto en una sociedad donde cientos de miles de hogares están compuestos por una heroica madre con sus hijos abandonados por padres irresponsables. Pero si aceptamos la pluralidad de familias, ¿podríamos considerar que la tía solterona que vive con su gato que adora es también una “familia”? ¿La “familia” de la tía y su gato tienen derecho a adoptar porque son una familia? ¿La tía solterona no tiene el mismo derecho de definir lo que ella considera es “su familia” que la pareja homosexual? Si cualquier unión temporal o definitiva donde existe algún sentimiento es familia entonces el concepto de familia no tiene ningún significado.
Para legalizar la unión de parejas homosexuales había previamente que cambiar la Constitución. Lo podría haber hecho el Congreso mediante un acto legislativo o el pueblo mediante un referendo. ¿Por qué no se optó por ninguno de estos procedimientos? Porque la mayoría de los ciudadanos no lo aprueban.
El pequeño grupo de jueces éticamente cuestionados que conforman la Corte Constitucional no tienen ninguna autoridad para desconocer olímpicamente la moral de la mayoría de los colombianos, torcer la lógica y manosear la Constitución para la posar de “modernos” y “progresistas”.
migomahu@hotmail.com
Abusos del lenguaje
Lun, 11/04/2016 - 18:07
Ante el rechazo silencioso de la mayoría de los colombianos, la Corte Constitucional dio vía libre al matrimonio homosexual. Hubo ríos de tinta en los medios celebrando el paso histórico que sitú