Lo rico de encontrarse con los amigos es saber que están bien, que siguen creciendo, que el sueño del apartamento donde querían y como querían está cada vez más cerca, que estuvieron de vacaciones por el caribe y en general que están como uno quiere, entre otras cosas, gracias al tipo de formación que recibieron.
Los amigos también suelen llevarlo a uno a reflexiones en un juego de imágenes que se disfruta mucho, porque lo hacen a uno caer en cuenta y pensar realidades insospechadas, como la de Johanna Martínez, quien además de ser una de las mejores comunicadoras gráficas que conozco, me habló de una "generación perdida", la del Decreto 230 de 2002.
El dichoso 230 fue aquel que puso a pasar el año "gratis" a cuanto estudiante cursó entre 2002 y 2009, especialmente de colegios públicos, porque los privados siempre han respondido a una dinámica de mercado y han tenido que competir con altos estándares de calidad para seguir en el negocio.
Para mi amiga la generación formada en ese período se acostumbró a no exigirse mucho, los profesores se fueron acomodando también a exigir poco, y salvo contadas excepciones los verdaderos maestros y los alumnos conscientes de su futuro se preocuparon por tratar de aprovechar los también escasos recursos con los que contaban. Con esa panorámica es poco lo que se puede esperar de una generación así, dice mi amiga, conformistas, de poco esmero, acostumbrados a la "ley del menor esfuerzo".
[caption id="attachment_235739" align="alignnone" width="516" caption="Fotos de Red de Medios Escolares"]
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El 230, fue mejor conocido como la "promoción automática", e implicaba que los establecimientos educativos debían "garantizar un mínimo de promoción del 95% del total de los educandos que finalizaban el año escolar en la institución educativa"; fue derogado por el 1290 de 2009, que también ha mantenido la misma directriz y habrá que ver si realmente significa un cambio en el modelo, solo el tiempo lo dirá.
Con el 230, además de los criterios de evaluación y la autonomía entregada a las instituciones para definir los criterios de promoción (entiéndase aquellos que pasan el año), cabe la reflexión sobre la calidad de la gran cantidad de bachilleres que año tras año egresaron soñando, si es que lo hicieron, con ingresar a una institución de educación superior, sobre todo en regiones apartadas con difíciles condiciones de acceso y menos dinero en sus habitantes para llegar a la universidad.
El ICFES señala en un comunicado que no realiza “rankings” o listados de “mejores resultados” en las pruebas que aplica, pero es muy diciente que en Bogotá, por mencionar una ciudad, aparezcan pocas instituciones públicas como el Instituto Pedagógico Arturo Ramírez Montúfar y el Instituto Pedagógico Nacional, entre las instituciones del estado ubicadas en nivel Muy Superior en el último Saber 11 de 2012. No hablemos del Chocó y su capital, donde 13 de 16 instituciones están en niveles Bajo e Inferior, o Montería donde el 20% están en esos niveles.
Claudia Palacio, ya pensionada y ex Orientadora en un Colegio Distrital me pedía no olvidar los problemas asociados a esa "desesperanza aprendida" en los estudiantes de colegios públicos, relacionada con el entorno que viven sus familias, y las carencias que desde pequeños envolvían su desempeño escolar.
Eso es claro en gran parte del país, aunque le increpaba el por qué la mayoría de los docentes vinculados al estado no matriculaban a sus hijos en instituciones públicas y preferían las privadas argumentando que cuentan con mejores recursos pedagógicos.
Insisto y no niego que esto es cierto en la mayoría de las instituciones del estado, pero ¿no lo es también que debería existir coherencia entre lo que lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen? ¿no será que también desconfían de la calidad de sus compañeros de trabajo?, ¿no es deseable que el estado invierta más y mejor en educación que en drones, plataformas PUMA y armamento sofisticado?, ¿no es claro que mientras pocos se forman con la mejor y más costosa educación, muchos más reciben lo contrario?, ¿cómo podemos evitar otra generación perdida?
las preguntas son tantas como numerosas las respuestas, dígame usted ¿qué hacemos?
@maobayona
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El 230, fue mejor conocido como la "promoción automática", e implicaba que los establecimientos educativos debían "garantizar un mínimo de promoción del 95% del total de los educandos que finalizaban el año escolar en la institución educativa"; fue derogado por el 1290 de 2009, que también ha mantenido la misma directriz y habrá que ver si realmente significa un cambio en el modelo, solo el tiempo lo dirá.
Con el 230, además de los criterios de evaluación y la autonomía entregada a las instituciones para definir los criterios de promoción (entiéndase aquellos que pasan el año), cabe la reflexión sobre la calidad de la gran cantidad de bachilleres que año tras año egresaron soñando, si es que lo hicieron, con ingresar a una institución de educación superior, sobre todo en regiones apartadas con difíciles condiciones de acceso y menos dinero en sus habitantes para llegar a la universidad.
El ICFES señala en un comunicado que no realiza “rankings” o listados de “mejores resultados” en las pruebas que aplica, pero es muy diciente que en Bogotá, por mencionar una ciudad, aparezcan pocas instituciones públicas como el Instituto Pedagógico Arturo Ramírez Montúfar y el Instituto Pedagógico Nacional, entre las instituciones del estado ubicadas en nivel Muy Superior en el último Saber 11 de 2012. No hablemos del Chocó y su capital, donde 13 de 16 instituciones están en niveles Bajo e Inferior, o Montería donde el 20% están en esos niveles.
Claudia Palacio, ya pensionada y ex Orientadora en un Colegio Distrital me pedía no olvidar los problemas asociados a esa "desesperanza aprendida" en los estudiantes de colegios públicos, relacionada con el entorno que viven sus familias, y las carencias que desde pequeños envolvían su desempeño escolar.
Eso es claro en gran parte del país, aunque le increpaba el por qué la mayoría de los docentes vinculados al estado no matriculaban a sus hijos en instituciones públicas y preferían las privadas argumentando que cuentan con mejores recursos pedagógicos.
Insisto y no niego que esto es cierto en la mayoría de las instituciones del estado, pero ¿no lo es también que debería existir coherencia entre lo que lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen? ¿no será que también desconfían de la calidad de sus compañeros de trabajo?, ¿no es deseable que el estado invierta más y mejor en educación que en drones, plataformas PUMA y armamento sofisticado?, ¿no es claro que mientras pocos se forman con la mejor y más costosa educación, muchos más reciben lo contrario?, ¿cómo podemos evitar otra generación perdida?
las preguntas son tantas como numerosas las respuestas, dígame usted ¿qué hacemos?
@maobayona
