Ya han pasado tres días desde que ví “Joker” y ha sido difícil organizar mis ideas respecto a ella. La controversia alrededor de su lanzamiento es real: la película no solo contiene problemáticas referencias respecto a la violencia, la salud mental, la ausencia de un Estado de Bienestar y la lucha de clases, también provee una experiencia particular para cada miembro de la audiencia.
En lo personal, me sentí inmensamente perturbado. Fue tal la incomodidad que experimenté que me reía a carcajadas con situaciones incómodas; incluso, estuve a punto de ahogarme con mis crispetas y bebida. Si bien el mundo representado en esta película nos presenta un concepto familiar como lo es la Ciudad Gótica de Batman, esta parece más la decadente Nueva York de los años setenta: un sitio infestado de bolsas de basura, cadáveres, ladrones, estaciones de metro vandalizadas, sistemas de salud insuficientes, y criaturas invisibles cuyas circunstancias están a segundos de empujarlas hacia la notoriedad.
Los imponentes edificios de Ciudad Gótica no alcanzan a adornar las precarias condiciones que se dan en las calles, o aliviar la soledad de Arthur Fleck, un solitario payaso. La cotidianidad de este hombre consiste en recorrer las calles vestido como arlequín a sueldo, aguantar una eternidad en el transporte público para llegar a su barrio, subir cientos de escaleras y poder cuidar a su madre enferma.
Cabe destacar que él también necesita asistencia: está medicado debido a respuestas emocionales desorganizadas, pensamientos negativos, y una incontrolable y dolorosa risa que despierta cuando no lo necesita. A pesar de una situación de salud mental crítica que no alcanza a ser valorada integralmente por la trabajadora social que visita regularmente, Arthur, como muchos pacientes en las mismas condiciones, es invisible. Podría fallecer en la calle, y la gente le pasaría por encima.
Supuestamente basado en los cómics de DC y la mitología de Batman, el argumento del director-escritor Todd Phillips presenta una apariencia ambigua: la magia de una adaptación de historieta no existe en términos de espectáculo, sino en términos de incómodos golpazos a la audiencia con sus contradicciones personales. La violencia aquí no es diferente a cualquier otra película reciente, pero nos escandaliza porque no la lleva a cabo un superhéroe o una pandilla de encantadores conductores multiculturales sino un individuo que tendría que mantenerse oculto según nuestras arraigadas concepciones de normalidad: un “loco”.
En “Joker”, Phillips no se molesta en retratar la lucha de clases entre una élite emprendedora y una manada de trabajadores perezosos esperando asistencia social, se enfoca en estudiar la experiencia de alguien olvidado en medio estas batallas, alguien que jamás ha recibido afecto, que es rechazado por no estar sano en ninguna esfera, que está más apegado a figuras televisivas y padres desinteresados que a un amigo, alguien tan abusado que, finalmente, es notado cuando termina siendo el perpetrador de una tragedia. Y, aún así, la cinta no parece ser una pieza que quiera que nos pongamos en los zapatos de su protagonista; su motivo aparente es hacernos partícipes de una subjetividad no caracterizada por las decisiones del individuo, sino por el contradictorio contexto en el que ha crecido: un mundo que demanda a la persona enfrentar sus problemas con una sonrisa después de ser explotado en un ambiente laboral
indiferente; un entorno donde el pobre es un niño incapaz de tomar decisiones y de entender el emprendimiento de sus pares más privilegiados; una ciudad donde la salud mental tiene que aparentar normalidad y no existe ningún interés por entender la experiencia particular de la persona.
Después de todo ¿quién quiere entender una vida así? Mi experiencia en el cine fue de rechazo, yo simplemente no quería ponerme en los zapatos de Arthur Fleck, interpretado con tanto esmero físico y psíquico por parte de Joaquin Phoenix: no soportaba su famélica presencia, su marcha extraña, sus fallidos intentos de socialización, y la violencia a la que es sometido en las calles, el trabajo y su hogar. Lo más impactante de todo no fue que tuviera que ponerle atención a una criatura que no quería conocer, sino las circunstancias que hacen que Fleck gane notoriedad a pesar de la indiferencia de sus congéneres en Ciudad Gótica. El Guasón nace después de un terrible instante, cuando su vida, tan carente de todo significado y apego, gana reconocimiento en el momento en que Arthur encuentra consuelo en un mortal acto de violencia.
Eventualmente, la noticia del crimen se propaga por la ciudad, y un aristócrata con deseo de ser político se refiere al trágico asesinato de estos jóvenes como la obra de un pobre desadaptado social incapaz de motivarse hacia un mejor futuro. Si bien las acciones de Arthur tienen un valor único para él debido a sus circunstancias, la respuesta del político incendia la lucha de clases, pues este rico utiliza su posición de privilegio para explicar arrogantemente la miseria de personas que no tuvieron las mismas oportunidades que él.
Y aquí está el otro punto incómodo de la película: aunque Arthur no tiene otra finalidad más que liberarse a sí mismo de estar cuerdo en una sociedad contradictoria, cruel y alienada, su Guasón se convierte en el símbolo de una revuelta en contra de las élites de Ciudad Gótica; una violentisima lucha carente de significado impulsada por la imagen de un hombre completamente destruido, y que no provee mayor motivación a la revolución más allá de las consecuencias de sus acciones.Justo cuando nos olvidábamos que estábamos viendo un spin-off glorificado de la mitología del Caballero Oscuro, Phillips nos recuerda el evento más decisivo de Ciudad Gótica: el destino de la familia Wayne. Hace una década, Christopher Nolan nos mostró un Bruce Wayne entregado a restaurar el espíritu de los ciudadanos y la justicia para su ciudad; por su parte, el Wayne de Phillips, a la luz de los eventos de “Joker” tiene otro dilema: puede ser un Batman que justifique la inservible guerra contra la pobreza que las eternas elites de Gótica han promovido, o alguien que irá más allá para entender las circunstancias que promueven que un individuo abusado y olvidado se convierta en un ejemplar símbolo del caos para las masas. “Joker” no se empeña en hacer una glorificada crítica social o una fábula de advertencia sobre salud mental. Nos recuerda esas historias que decidimos esconder bajo la sombra de nuestra indiferencia, sombras que encontrarán su camino hacia nosotros eventualmente... Carlos J. Yaya Twitter: @CJ_Yaya Facebook: https://www.facebook.com/ElCinematografo2016/