@JulianCaperaB
El último verso de un poema que se escribe en otro idioma, pero al final rima. Un verso rebelde. Eso es Fernando Gaviria.
Éste es un poema con Cóndores y Condoritos, con Boteros pintando arcoíris; y estrofas repletas de Zipas y jardineritos; lleno de proesas con negros, cochises y chavitos. Un poema que estuvo esperando varias décadas por un trazo que hasta hoy llegó.
Y todavía cuesta creerlo. Ni en las cuentas del más optimista de los Gaviria Rendón estaba la hazaña que acabamos de atestiguar: el colombiano de 22 años, que corre su primer Giro de Italia, se metió sin ningún tipo de pudor en el libro sagrado del ciclismo mundial, en el salón de fama.
La de Fernando es la historia de un hombre que nunca se sintió cómodo conformándose. La primera vez que lo entrevisté para El Alargue de Caracol Radio, hace casi cuatro años, me dijo que quería que la bandera de Colombia también se ondeara en las etapas para embaladores de las grandes vueltas de Europa. Un acto de fe.
Y ahora, cuán lírico sería decir que lo de Fernando es un milagro. Pero no lo es. Es trabajo, convicción. Lo hemos visto construir día a día su leyenda con sangre y lágrimas. Retirándose del Tour de San Luis con el brazo fisurado, mandando todo a la mierda (literalmente) en los Olímpicos de Río 2016. Luchando incluso con su propia naturaleza.
La primera vez que le ganó a un grande no tardaron en aparecer los expertos para alzar la voz y decir que fue un descuido de Cavendish, o que su falta de forma a esa altura de la temporada, le había permitido al colombiano arrebatarle esa etapa en el Tour de San Luis. Gaviria respondió derrotándolo, nuevamente, dos días después.
Algunos meses más tarde le sostuvo la mirada a otro gigante: André Greipel. En la cuarta etapa del Tour de Gran Bretaña, Fernando fue el más rápido de todos. Y la historia se repitió con Peter Sagan en San Luis y la Tirreno Adriático; y con Viviani en tierras gauchas también. Los ciclopes caían, uno a uno, a los pedales del colombiano.
Al niño rebelde lo bautizaron como el Mísil. Y tal como lo había hecho en la pista y la ruta, alzó la voz. Renunció a ese apodo para sumarse a la causa de todos aquellos que hacen patria a cientos de kilómetros de su cuna, limpiando la imagen de un país estigmatizado ante el mundo por la violencia que en algún momento carcomió las entrañas de nuestra tierra.
En tierra de escarabajos, Fernando decidió ser el bicho raro. Y hoy su terquedad da frutos. Los analistas más prestigiosos de Europa siguen sin poder creer lo que pasa en Colombia. La patria del gran Nairo Quintana, de Lucho, de Fabio, de Cochise y tantos otros. Tierra de escaladores, y ahora, gracias a la revolución de cada pedalazo de Fernando, también tierra de embaladores.