El fútbol es de las pocas cosas que encuentro puras e interesantes. No se necesita de un comunity manager para hacerlo viral, no necesita de efectos especiales ni de viejos burócratas chupasangres para que exista. (Y si, es que es muy distinto el fútbol al negocio que la FIFA dirige) Para que haya fútbol solo se necesita la voluntad, se puede jugar solo, sin un balón y hasta sin una cancha. El fútbol es un estado del alma, un gusto que escapó al fetiche de lo que llaman entretenimiento, un impulso de correr y patear algo que no sea la vida misma y los problemas por un tiempo determinado. En mi humilde y siempre desacertada opinión el fútbol es la liberación de sí mismo comparada a escuchar una canción de Lou Reed cuando el día va mal, decir “hijue...” cuando se tiene algún dolor o rascarse el paladar.
El problema con estos placeres que cada vez son menos es la búsqueda de algunos por “privatizarlos” llenarlos de formas jurídicas y burocráticas al tiempo que destruyen con comentarios fuera de lugar y actitudes poco honorables. Después de las fechas de eliminatorias a la fiesta del mundial todos pasamos por un periodo de sequía futbolera, es aquí cuando producto de la necesidad se empiezan a tejer argucias al mejor estilo de esos programas que dan después del mediodía los fines de semana y son un vivo ejemplo de la descomposición social en la cual estamos chapoteando.
Entre los comentarios ponzoñosos están los de Blatter acerca de su odio por Ronaldo, su fanatismo casi sexual por Messi y ahora lo que sacude el mundo periodístico es la respuesta del jugador Diego Costa de no querer jugar con su selección natal (Brasil) y ponerse a los servicios de la campeona y matrona de la FIFA (la selección de España) las criticas van y vienen tanto apoyando a Costa como culpando a Scolari por haber tenido al jugador en un limbo y prestar más atención a los peinados extravagantes y recomendaciones de la prensa. El problema va más allá de la elección sobre ¿dónde quiero jugar? Demuestra un deseo de olvidar la tierra donde fue eyectado (a la mejor versión heideggeriana) y un escozor por generarle algún reconocimiento a Brasil (país que aparentemente no lo ha apoyado en absoluto).
El desarraigo hacia la tierra natal es un fenómeno interesante de analizar, nadie nace odiando de donde viene, pero si es producto de desilusiones, rechazos y falta de voluntad. Decía Bolívar que el único requisito para ser colombiano era tener la voluntad de serlo, ¿Cuántos han perdido esa voluntad? Y ahora se vengan trabajando en la política y ejecutando leyes que perjudican a millones de colombianos haciéndolos agonizar a la espera de una cita médica. Perder la voluntad en el país es “como escupir a la madre” pero nadie escoge a los padres que tiene ni los padres escogen a los hijos que les tocan. Lo podemos ver como una lotería, una lotería cruel que produce cuervos y sanguijuelas. Desde mi punto de vista felicito a Diego Costa por tener la suficiente decencia para elegir cambiar de país y así no tener que desempeñarse mediocremente o con odio en la representación del país y extiendo la invitación a algunos padres de la patria a que sigan el ejemplo del señor Costa pues en algunos casos es mejor abdicar a sumirlos a todos en el fango de la miseria y la desesperanza.
¿Escupiendo a la madre?
Jue, 07/11/2013 - 11:35
El fútbol es de las pocas cosas que encuentro puras e interesantes. No se necesita de un comunity manager para hacerlo viral, no necesita de efectos especiales ni de viejos burócratas chupasangres p