Si las personas de bien no hacen nada, reina el mal

Lun, 14/09/2020 - 14:38
¿Cómo es posible que alguien haya permitido que se desarrollaran las mayores tragedias y horrores que ha sufrido el mundo?

Muchas veces me he preguntado cómo es posible que alguien haya permitido que se desarrollaran las mayores tragedias y horrores que ha sufrido el mundo.

¿Dónde estaba toda la gente de bien, aquellos que expresaron su desacuerdo o deberían haberlo hecho? ¿Cómo es posible que la vida sencillamente haya continuado en medio de tal horror?

¿Cómo creció el comercio trasatlántico de esclavos durante cientos de años? ¿Cómo logró proliferar la esclavitud en este país? ¿Cómo es posible que se haya permitido el Holocausto? ¿Cómo se gestaron los genocidios en Ruanda o Darfur?

Por supuesto, casi siempre hay una explicación. Por lo regular es la política oficial y, en muchos casos, la propaganda es responsable de impulsarla. Pero me interesa más saber cómo veían las personas de la sociedad de ese entonces esos sucesos y cómo fue posible mantener cierta normalidad cuando sucedían ese tipo de cosas.

Resulta que la era que vivimos me ofrece la inquietante respuesta: fue fácil.

Hasta la fecha en que escribo estas líneas, casi 200.000 estadounidenses han perdido la vida, muchos de ellos innecesariamente, a causa de la COVID-19.

En gran medida, estas muertes se deben a que el gobierno de Donald Trump se ha negado a tomar medidas suficientes para controlar la crisis, a dirigirse con honestidad al pueblo estadounidense y a instar a la ciudadanía a tomar precauciones.

En vez de eso, Donald Trump ha mentido acerca del virus, le ha restado importancia y no ha escuchado las advertencias de los científicos. Por si fuera poco, sigue celebrando mítines sin exigir el uso de cubrebocas ni respetar el distanciamiento social.

La situación está a punto de empeorar: ahora algunos modelos predicen que el número de víctimas mortales del virus en Estados Unidos podría duplicarse de aquí al 1.° de enero. Según el Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington:

“Esperamos que el número diario de muertos en Estados Unidos, a consecuencia del cambio de estación y la vigilancia reducida del público, llegue a cerca de 3000 al día en diciembre. Para el 1.° de enero, se espera que el número total de muertes ascienda a 415.090, es decir, 222.522 muertes de aquí a final de año”.

Sin embargo, los estadounidenses todavía abarrotan los mítines de Trump, los republicanos no dejan de alabar su respuesta a la pandemia y no hay ninguna certeza de que pierda en noviembre.

En muchos estados, los restaurantes, bares, escuelas, iglesias, gimnasios y spas están abiertos de nuevo. No es que ignoremos que hay un virus mortal que se transmite por el aire, pero sí parece que muchos estadounidenses, hartos de las restricciones, han preferido aceptar esa realidad.

Sufrimos una crisis climática que sigue empeorando. Las tormentas se vuelven más violentas. Las sequías son graves. Los ríos se desbordan. El nivel del mar se eleva. Aun así, no hacemos casi nada para detener todos estos fenómenos y quizá no lo hagamos antes de que sea demasiado tarde para hacer algo.

En este momento, gran parte de la Costa Oeste se encuentra en llamas; por donde se mire hay escenas infernales de cielos anaranjados. Con todo, muchos de nosotros les damos por su lado a los negacionistas del cambio climático o, todavía peor, tal vez estamos bien enterados de la gravedad y precariedad de la situación, pero no hemos cambiado nuestros hábitos ni hemos votado por los candidatos con las ideas más audaces para salvar al planeta.

Justo en este momento, China tiene detenidos a alrededor de un millón de ciudadanos, en su mayoría musulmanes, en campos de adoctrinamiento. Su propósito es ‘reprogramar’ a muchos de ellos para que se conviertan en “obreros leales y así las fábricas chinas cuenten con mano de obra barata”, en palabras de The New York Times.

A pesar de todo esto, el mundo casi no hace nada. Muchos prefieren hacerse de la vista gorda. La vida sigue.

Así suceden las catástrofes, a plena vista, y las personas que están enteradas de todos los detalles no se rebelan. Algunas veces la gente piensa que el problema está muy lejos o, si no es así, que es demasiado grande y ellos son totalmente impotentes.

Tienen una visión provincial, o incluso pueblerina, pues solo les preocupa su casa, su calle y su comunidad.

“Qué mal que esos niños estén enjaulados, pero no puedo preocuparme por eso en este momento. Necesito doblar la ropa de la secadora”.

“Qué mal que la policía le haya disparado a un hombre negro desarmado, pero no puedo hacer nada por ahora. Necesito cortar el césped”.

Creo que, en cierto sentido, este impulso es un mecanismo de defensa, un intento de librar a nuestra mente y espíritu de una avalancha de angustia y rabia. El problema es que esta actitud permite que la maldad, ya sea una persona o un sistema, cause estragos sin ningún control, porque nuestra decisión de no intervenir le da licencia pública para actuar.

Quien no se queja, aprueba.

Lo cierto es que no tiene por qué ser así. Dejemos de considerarnos débiles o impotentes. Dejemos de pensar que todo se arreglará solo. Dejemos de pensar que la maldad se detendrá en seco al llegar a la puerta y no acabará con nuestro propio jardín.

Puedes reunir la energía necesaria. Puedes reunir a tus vecinos. Pelea, vota, publica mensajes y envía correos electrónicos. Haz todo lo que esté en tus manos para defender al vulnerable, al oprimido y al planeta. No permitas que la historia registre este momento de la misma manera que ha registrado tantos otros: como una época en que la gente de bien hizo muy poco para confrontar la crueldad y el desastre.

Como escribió Edmund Burke en el texto titulado “Thoughts on the Cause of the Present Discontents” (Reflexiones sobre las causas del descontento actual) en 1770: “Cuando los hombres malvados combinan fuerzas, los hombres de bien deben asociarse; de lo contrario, irán cayendo, uno a uno, en un sacrificio sin piedad, en una lucha deleznable”.

Aunque quizá te resulte más conocida otra cita que por lo regular se le atribuye a Burke: “Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada”

Por: Charles M. Blow
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