Más de un millón de personas en Estados Unidos se han convertido en anfitriones involuntarios del coronavirus. Hablamos con algunos que se enfermaron —en muchos casos de gravedad— y ya se han recuperado. Ellos describieron en términos vívidos cómo fue soportar esta enfermedad aterradora y desorientadora.
Aaron M. Kinchen
Kinchen, de 39 años, es estilista en producciones de películas en Jersey City.
Me desperté con un dolor de cabeza que estaba entre los cinco peores de mi vida, como si alguien dentro de mi cabeza estuviera tratando de sacarme los ojos. Tuve fiebre de 38 grados Centígrados.
La fiebre pasó, y luego tuve náuseas y un sabor metálico en la boca. Tenía hambre, y luego el sabor de la comida no era apetitoso. Puse algunas cebollas en la olla instantánea para saltear. Puse mi cara en la olla, pero no podía oler las cebollas. Me chorreaba la nariz, eso duró un par de días.
Mi pareja tenía tos y dificultad para respirar. Yo simplemente comenzaba a sollozar. Estaba totalmente asustado. Nos tomaron, juntos, la prueba con hisopos nasales, y se sintió como si sacaran un pedazo de nuestro cerebro.
Mi pareja obtuvo su resultado en 10 días. Yo recibí el mío en 22.
LaToya Henry
Henry, de 43 años, es dueña de una firma de relaciones públicas en Lathrup Village, Michigan.
Sucedió tan rápido. El lunes estoy en el estacionamiento de la oficina de mi alergólogo con un dolor de espalda y una tos que pensé que era una infección sinusal. El sábado, estoy en una ambulancia que se dirigía a emergencias.
Tres días después, los doctores me indujeron el coma y me pusieron en un ventilador. Estuve dos semanas en el hospital.
Todo me dolía. Nada en mi cuerpo parecía funcionar. Me sentí tan golpeada, como si hubiera estado en un ring de boxeo con Mike Tyson. Tuve fiebre y escalofríos: en un minuto mis dientes castañeaban y al siguiente minuto sudaba como si estuviera en un sauna.
Y esa tos pesada y ronca, Dios mío. La tos sacudía todo mi cuerpo. ¿Sabes cómo se oye un carro cuando el motor está chisporroteando? Así es como sonaba.
Mi hermana me decía que luchara. Todo lo que pude hacer fue orar, porque mi cuerpo estaba acabado.
David Hammer
Hammer, de 45 años, es reportero de investigación en Nueva Orleans.
El día 10 me desperté a las 2:30 a.m. sosteniendo una almohada contra mi pecho. Sentí que había un yunque sobre el pecho. No un dolor, ningún tipo de punzada: solo muy pesado.
Cuando le dije a mi esposa que tenía esta terrible presión en mi pecho, ella me dijo: “siéntate”. Me hizo un té, y me dijo que tosiera.
Nunca antes había tenido un ataque de pánico, pero jamás había sentido algo así. Comencé a sentir hormigueo en dedos y extremidades, y comencé a pensar, “esto es un ataque cardíaco”.
Lo que estaba experimentando no era una dificultad extrema para respirar, era pánico sobre si tenía una dificultad extrema para respirar.
Lo que hace a esto tan aterrador es que no es lineal, y la recuperación no es lineal.
Ruth Backlund
Backlund, de 72 años, es una profesora de francés jubilada en Anacortes, Washington.
Estás tan paranoico porque aparecen todos estos síntomas extraños de los que nunca has leído. Hay una gama tan amplia de síntomas que simplemente esperas a que pase lo peor. Siempre te preguntas, “¿Este es el virus?”.
Una de mis amigas comenzó a mejorar y al final murió. Varias personas empezaron a sentirse mejor, y luego empeoraron. Entonces, nunca tienes mucha confianza. Durante al menos un par de semanas, simplemente no confías, porque podría salir mal.
No quiero volver a tener esto nunca más. Es una sensación bastante horrible. Es tan rara la forma en que juras que está mutando en tu cuerpo cada día, intentando algo más.
Mark Backlund
Backlund, de 73 años, es psiquiatra en Anacortes, Washington.
Fue una pérdida de toda la energía y el empuje. No había superficie horizontal en mi casa sobre la que no quisiera acostarme todo el día.
No quería hacer nada. Y mi cerebro no funcionaba muy bien. Lo llamaba “el coronaniebla”.
El L.A. Times envió un reportero y un fotógrafo a nuestra casa y tomó una fotografía de mi esposa al piano y yo con ella, cantando. Y miré la fotografía al día siguiente, y me veía como Skeletor.
La miré y pensé, “tengo que empezar a tomarme esto en serio”. Tuve que abofetearme en la cara y decir: “Tienes que comenzar a comer, y tienes que empezar a beber”.
Jared Miller
Miller, de 27 años, vive en Brooklyn y es gerente general de una plataforma de entrega de alimentos.
Se sintió como una resaca muy larga. Si olía algo, sentía náuseas. La debilidad general que siente tu cuerpo, pero más severa.
Fueron escalofríos en un nivel que nunca había experimentado. Temblor intenso. Era muy difícil moverse. Tenía dolores corporales realmente intensos. Me sentí como si estuviera en una pelea de UFC, todo golpeado.
Hacer otra cosa que no fuera acostarme en la cama y dormir fue difícil. Tenía que estar en la posición correcta para que el pecho no doliera. O estar en una determinada posición para ser capaz de respirar profunda y cómodamente.
Está como en el fondo de tu pecho. Lo sientes. Definitivamente hay algo dentro de mí, y definitivamente estoy infectado con algo.
Clement Chow
Chow, de 38 años, es profesor asistente de genética humana en Salt Lake City.
Caminar me hacía perder el aliento. Solo estaba jadeando. Se sentía como si me ahogara.
Estuve en la unidad de cuidados intensivos durante toda mi estadía en el hospital: cinco días. La parte más aterradora era estar solo. Mi esposa me dejó en la sala de emergencias y le pidieron que se fuera. No la volví a ver a ella, ni a mis hijos, hasta que me dieron de alta.
Mientras estuve en la unidad de cuidados intensivos, pasé noches en vela pensando si iba a morir. La primera noche me dijeron que quizás tendrían que intubarme, y me pasé toda esa noche preguntándome si volvería a ver a mi familia alguna vez.
El dolor físico fue manejado con medicamentos y oxígeno. Pero la soledad era real. El equipo del hospital también llevaba equipos de protección, entonces las interacciones fueron muy impersonales. Aún no sé cómo luce nadie del personal.
Conté con un personal estupendo. Son maravillosos. Simplemente no me había dado cuenta de que mirar los rostros de las personas era tan importante para sentirse seguro.
Lauren Taylor
Taylor, de 71 años, es trabajadora social geriátrica en Nueva York.
Tenía el pecho oprimido, tenía fiebre, mi apetito estaba desapareciendo y tenía problemas digestivos. Perdí tres kilos. Llamé a mi doctora, y dijo que necesitaba ir al hospital.
Me pusieron en una sala de aislamiento, tomaron mis signos vitales, me hicieron la prueba con hisopos y una radiografía de tórax. Volvió mostrando una neumonía multifocal. Un doctor de emergencias me dijo: “Aún puedes respirar por tu cuenta. Es mejor que te vayas a casa. Si algo cambia, avísame, pero estamos a punto de quedarnos sin equipamiento en seis días”.
Mi fiebre terminó dos semanas después de la visita a la sala de emergencia. Hubo un par de días en que pensé, “no lo voy a lograr: esto se está apoderando de mi cuerpo”.
Estoy en el comienzo de una recuperación muy larga. Ayer por la mañana desperté sintiendo que tenía dificultades para respirar. El doctor dijo que fue un susto, no una recaída.
David Lat
Lat, de 44 años, es periodista de asuntos legales y reclutador en Nueva York.
Apenas podía caminar o incluso pararme, quizás por no recibir suficiente oxígeno. Pero, afortunadamente, tuve la fuerza suficiente para llegar a la sala de emergencias más cercana, que era donde debía estar.
La intubación en sí misma pareció una escena de ER o Chicago Hope, una de intensidad controlada. Dormí conectado al ventilador los siguientes seis días, más o menos. Más tarde, me dijeron que me había despertado varias veces, algunas veces para tratar de remover el tubo de respiración o para escribir preguntas. Pero yo no me acuerdo de nada de esto.
Cuando desperté, me sentí como Rip Van Winkle. Era como si esos seis días no hubieran pasado. En mi primera conversación con mi esposo después de que me extubaran, volví al mismo tema que habíamos estado discutiendo antes de que me intubaran: si podía traer una mochila con ropa y libros al hospital.
Kadambari Wade
Wade, de 44 años, vive en Chandler, Arizona, y trabaja en una empresa de seguridad y vigilancia.
Nunca me he sentido más extraña. Mi cuerpo se sentía como si no me perteneciera. Tenía un dolor de espalda enloquecedor. A veces sentía que no podía mover mis hombros.
Tuve una tos cruda y seca, y las fiebres se dispararon en la noche. Tengo una cicatriz de cesárea de hace diez años que me volvió a doler porque estaba tosiendo mucho.
Todo lo que hice me dejó sintiéndome sin aliento, y el simple acto de levantarme y tomar una ducha era agotador.
No tenía apetito. Tuve que obligarme a comer. Perdí cuatro kilos.
La única cosa que puedo decirle a cualquier otra persona, especialmente a quienes no saben lo que tienen y se lo preguntan, es: “Si puedes levantarte y caminar un poco, camina dos pasos más. Simplemente haz lo que puedas para seguir moviéndote”.
Thoka Maer
Maer, de 35 años, ilustró esta pieza y vive en Nueva York.
No es como un resfriado común, donde sientes dolor de garganta y resfriado. Simplemente se va directo a tus pulmones, y sientes que los otros síntomas salen de ahí.
Mi dolor de estómago era tan fuerte, que sentí que tenía apendicitis. También tuve una tos fuerte, falta de aliento y sensación de pesadez en mis pulmones. Dormía 19 horas al día, y aún así sentía no que era lo suficiente.
Cuando comencé a recuperarme, perdí mi sentido del olfato y del gusto. Pasó en un día.
Todo el proceso de recuperación es dos pasos adelante, uno hacia atrás. Sigues preguntándote todo el tiempo: “¿Ya está?”.
Cuando acabó, me desperté sintiendo como si me hubiera desprendido de un peso. Se siente como si tuviera una tarjeta para salir de la cárcel ahora que puedo moverme afuera un poco más libremente.
Por: The New York Times