Aunque sabe que la muerte puede estar cerca, intenta huirle y le teme, tanto o más como cuando tenía 25 años. Dice, acompañando la frase con un gesto de angustia, casi al punto de llorar, que aún tiene dos metas por cumplir, una de ellas es dejar a sus hijos bien, o medianamente bien, o lo mejor posible, y la otra, que también involucra a sus hijos, no quiso decirla, es su secreto; para cumplir sus propósitos le pide a Dios “harto trabajito”.
Su nombre de pila es Blanca Ligia Franco pero televidentes e internautas la conocen como doña Anciana Decrépita, compañera de set de Santiago Moure y Martín de Francisco en La tele letal, la segunda temporada de La tele, programa de humor y sátira creado por Carlos Vives a mediados de la década de los 90.
Blanca Ligia tiene 86 años y todavía corre, habla duro y hace pendejadas en televisión. Dice orgullosa que es una actriz natural, que así se lo dicen quienes saben de actuación. Empezó a trabajar en televisión en 1994, cuando tenía 64 años, al lado de quienes hoy en día siguen siendo sus compañeros: De Francisco, Moure y Carlos Molina, más conocido como ‘El Cerdo’; fue precisamente este último quien le dio el empujoncito para trabajar en el mundo de la farándula, aunque hoy en día es más periodista que actriz, dice con una risa contagiosa.
Se pone las manos en la cara, en símbolo de vergüenza y dice: “mi primer papel fue ser la novia de Martín (De Francisco) en la novela La señorita Isabel”. Dicha ‘novela’ hacía parte de La Tele y no era más que una burla a la novela de la época Señora Isabel, protagonizada por Judy Henríquez y Luis Mesa.
Desde hace 34 años Blanca Ligia asiste a un grupo de la tercera edad en Kennedy, donde comparte con los abuelitos de la localidad que buscan actividades para distraerse y sentirse ocupados. Hace 25 quiso tomar un curso de manualidades que ofrecían en la localidad de Barrios Unidos y llegó cinco minutos tarde y no la dejaron inscribirse porque ya se había llenado el cupo.
“Me puse a caminar por ahí y habían inscripciones para un curso de expresión corporal y me dije – esto es lo mío – y me metí”, recuerda.
En ese curso fue donde conoció a Carlos Molina, quien para la fecha ya trabajaba en La Tele, haciendo el papel de ‘El Cerdo’, un personaje exótico y extravagante, y quien le dijo a Blanca y a las demás abuelitas que tomaron el curso que tal vez habría posibilidades para actuar en la televisión. La oportunidad llegó meses después.
La Tele estaba buscando una mujer de avanzada edad que pudiera medianamente actuar para hacer el papel de ‘señorita Isabel’, un montaje en burla a la exitosa novela de la época. Aunque Blanca no fue la primera opción para quedarse con el papel, porque había una compañera con más años encima, terminó con el protagónico que hizo junto a Martín de Francisco.
Blanca Ligia nació en 1930 en Anolaima. Es y siempre ha sido una mujer humilde que ha levantado su casa, su hogar y su vida en medio de las dificultades propias de los estratos bajos. Después de muchos andares logró, junto a su esposo Pablo, adquirir un lote en Kennedy, al sur de Bogotá, en el que construyó una casita que tuvo que vender por un precio muy bajo a causa de uno los episodios que más ha marcado su vida: uno de sus hijos fue asesinado por los delincuentes más peligrosos del sector.
Llegó a Bogotá a sus 14 años, donde vivió con una tía en el Restrepo, en el sur, y un par de años más tarde se devolvió para Anolaima, donde estudió comercio, mecanografía y taquigrafía. Pensaba convertirse en una secretaria ejecutiva de alguna importante empresa. Nunca ejerció esas técnicas.
Trabajó en empresas, pero como operaria durante varios años, aunque nunca se pudo pensionar. Desde hace unos 35 años vive en Suba, en un barrio popular, a donde llegó con su esposo y algunos de sus hijos. Compró un lote que le costó un millón y medio de pesos y con lo poco que le quedó de la venta de su casalote de Kennedy, no más de dos millones, se empezaron a levantar paredes.
Hoy su casa tiene tres pisos que aún, dice ella, faltan por terminar. Cuando habla de sus hijos o de su vida familiar su rostro cambia, la tristeza la invade, los ojos brillan y las lágrimas se asoman; cambia de tema para no llorar, recuerda una fecha cualquiera, sube la voz como para fortalecerse y se acompaña con una tierna sonrisa de abuelita bonachona.
Es una escena recurrente en esta entrevista que se hace en la sala de su casa. Hace más de siete años perdió el 50 por ciento del sentido del oído. Para que escuche bien hay que hablarle duro, muy cerca y despacio. Quedarse sorda le atemoriza.
“Me da mucha tristeza no escuchar. Me hace mucha falta oír bien. Sufro mucho. Eso me ha traído dificultades hasta aquí en la casa. Me da tristeza ir a misa y no poder escuchar el sermón del padre”, dice.
Uno de sus hijos le regaló unos audífonos chinos pero no le sirvieron, no entran con comodidad en el oído y pitan mucho y no los soporta, dice que quiere conseguir un técnico chino para que se los arregle pero que no sabe dónde puede haber uno y que además no tiene quien la acompañe a hacer esas diligencias. Pero si no es un servicio técnico chino, quiere comprar al menos uno de “última tecnología”, para escuchar un “poquito más”. Ya averiguó y dice que puede costar unos 780 mil pesos.
Pero no solo sufre de los oídos. También le han practicado cuatro cirugías. Padece mala circulación, tiene desde hace 30 años gripa crónica y es alérgica a los medicamentos por tantos antibióticos que ha tomado.
Recuerda fechas y anécdotas con gran facilidad y dice que su memoria es la que le ayuda a aprenderse los libretos, que a veces le entregan la noche anterior. No solo ha trabajado con La tele, desde que el mismo Carlos Vives, en 1994, la entrevistó en su restaurante Gaira de la 96 con 13. También ha hecho cine dos veces, con el director Harold Trompetero. Ha participado en teatro con Moure y De Francisco en una obra que los dos actores/presentadores montaron llamado 'Un sit-down tragedy' y ha hecho parte de un par de series y novelas.
"Desde chiquita quise ser actriz", dice antes de taparse el rostro con las dos manos y soltar otra de sus sonoras y contagiosas carcajadas.
Cuenta que de niña, junto a su hermano, en Anolaima, cogían las hojas de plátano y con ellas hacían vestuarios y penachos con los que representaban culebreros e indios. Eran sus pinitos en la actuación, que llegó 56 años después.
"En el grupo de la tercera edad tenemos un grupo de danzas, y también con los demás abuelitos hacíamos Sociogramas, de cinco minutos y nos salían muy bien". Esa fue su carta de presentación cuando Carlos Vives la entrevistó para el papel de abuela que estaba buscando. Blanca Ligia, a sus 86 años, sigue corriendo y da brincos cada vez que la llaman a grabar un nuevo capítulo.
Sale de su casa, coge bus sola y llega a donde la producción le diga. En la calle algunas personas la reconocen y le piden fotos y autógrafos. Se siente feliz y orgullosa de ser la famosa doña Anciana Decrépita, porque sabe que ese papel es la oportunidad de cumplir su último sueño.