Los 'Retazos' de la vida de Plinio Apuleyo

Lun, 17/09/2018 - 13:03
Como una de esas tardes lluviosas en las que salía a recorrer París, admirando árboles, el viento, y esas musas que luego convertía en grandes obras literarias, Pli
Como una de esas tardes lluviosas en las que salía a recorrer París, admirando árboles, el viento, y esas musas que luego convertía en grandes obras literarias, Plinio Apuleyo Mendoza llegó a una tierra llena de esa magia que él reconoce, sigue viva. Villa de Leyva y el Primer Festival Internacional de Historias fue la excusa perfecta para sentarlo en la Fábrica Real de Licores a contar sus mejores vivencias, sus más apreciados recuerdos, y añorar a grandes amigos. Y así lo hizo. Luego de un café y par de sonrisas con amigos y personas que lo admiran desde siempre, se apoyó y tomó asiento ante un público que lo esperaba bajo la lluvia. Por más de 30 años vivió en París, una ciudad que le permitió construir ‘Retazos de una vida’ de la que ahora recuerda con una sonrisa espontánea, con amores fallidos pero con grandes enseñanzas, con amigos y letras, muchas letras. Un obra literaria que lo trae a la tierra de su infancia, que busca mostrar ese viaje por su vida periodística, y familiar, porque allí hizo familia y de ahí dos grandes mujeres que ahora, como su padre, son dignas de admirar. [single-related post_id="945524"] Y aunque su memoria va y viene, y él mismo se regaña a viva voz cuando esta lo deja con esos silencios largos, para él incómodos, fue capaz de recordar esos inicios donde París es su antes y después. “Quería viajar allá, me preparé solo. Hice toda la gestión y mi padre quedó impresionado. Quería ir, aunque era muy joven, tenía 16 años”. Y a esa edad no solo logró embarcar a París sino que lo hizo respaldado por la embajada donde trabajó por tres meses como primer secretario de la embajada de Colombia en Francia. Las relaciones internacionales se rompieron, y todo terminaba, pero Plinio ya estaba en la ciudad de sus esmeros, y para él todo era ganancia.

Vaivén de emociones

Su memoria vuelve meses atrás y recuerda una conversación con su padre, donde este le pregunta qué quería estudiar y ante la seriedad de la interrogante, Plinio no dudó en responderle  con sinceridad: “Filosofía y letras”. Él quedó mirándolo en silencio delatando su respuesta: “Te vas a morir de hambre, mejor estudia química Industrial”. La respuesta fue como pólvora al corazón, los ojos del literario se explayaron, y no dudó en responder un rotundo no.  Y ese no lo llevó a París con un cargo que no esperaba, pero que le daría grandes amigos que tiempo después se convertirían en personajes importantes de la historia. Grandes personajes políticos, pintores famosos que en sus inicios, en esas charlas, bajo el cielo de la gran ciudad, no imaginaron que terminarían siendo presidentes o ilustres artistas, como Paloma, hija del gran Picaso, o el Nobel de literatura, Gabriel García Márquez. [single-related post_id="945085"] Y es que un poco más allá, lejos de ese lujoso hotel donde vivía Plinio, estaba la ‘recocha’, ese sabor tropical de su caribe colombiano, esas camisetas alegres, esa verdad en la boca y pluma de Gabriel García Márquez, su confidente literario, del que recuerda y confiesa que en París, ese Gabo que conoció en un café de la helada Bogotá, de carrozas funerarias y sombreros de copa, era “menos costeños, y más acachacao”, con menos carnaval y muchas ideas mágicas. Gabo había sido para él ese compañero fiel, ese amigo sincero de consejos duros, de esos que le decía todo sin titubear para mejorar la relación amorosa con su esposa. Plinio debía buscar ayuda psicológica. De esos que buscaba para compartir un café y crear grandes ideas que los llevaban a los lugares más recónditos de París. El ganador del Nobel fue ese amigo en el que confió hasta crear revistas mágicas como la revista Libre, una de las más reconocidas en América Latina.
Para Plinio, Gabo era ese amigo, pero “no el que todos conocen, yo trabajé con Gabo el fregao”.
Gabo es para Plinio ese recuerdo de que lo simple es lo perfecto cuando se desea con el corazón, así como aquella noche cuando salió corriendo detrás del Nobel pues este quedó sin aliento y solo expresó: “Mierda, es nieve”. Ahí estuvo Plinio, tomó ese momento y lo capturó en su memoria para siempre.

Distancia macondiana

No hubo distancia. Gabo se inventó un mundo paralelo como Macondo, para estar cerca de Plinio, y él aceptó. Se escribían cartas, se contaban grandes secretos y sueños. Así fue por muchos años. Entre esos vaivenes que le juega su memoria recordó intacto que siempre estuvo con ese escritor auténtico, ese aspirante a periodista que años después se ve de frente con el premio de literatura y la fama. Gabo quiso a Plinio cerca de su vida. Buscó la forma y lo logró, pues él es el padrino de Rodrigo, hijo del literario, gran amigo de Mercedes, y el testigo de esas acciones extrañas puertas adentro de la familia García cuando el agua bendita caía sobre el pequeño que “siempre me llama por celular, padrino, padrino, lo quiero, lo valoro, uy sí, lo quiero”, expresa el oriundo de Tunja mirando al cielo.

Creyente de la juventud

Plinio terminó sus cuentos  y un gentío lo esperó, para conversar, para conseguir una firma, o una fotografía para la posteridad Muchos de ellos jóvenes y eso lo emocionó. ¿Cómo ve a la juventud colombiana? -Yo estoy feliz, estoy leyendo un libro de un joven colombiano, por cierto, y me da orgullo, vienen cosas mejores y la juventud se está preparando. Expresó el literario a KienyKe.com.
“A los 14 años escribí mi primer libro, se llamaba ‘Mis primeras palabras’, pero al tiempo me dio vergüenza, porque eran una serie de líricas, y cuando el libro salió me encargué de desaparecerlos”.
No dio consejos. Firmó pocos libros pues confesó sus manos ya no aguantan mucho, pero regaló sonrisas, recordó más momentos, y le puso una página más a ese libro que no ha terminado de escribir, porque habrá más cuentos e historias de la pluma de ese niño que creyó en su pasión hasta hacerla realidad.
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