Hacienda Caballo Bayo
Noviembre 2 de 2017
A mi padre: Manuel Fabio Echeverri Correa.
Quiero que sepas que como hijo no puedo estar más orgulloso del padre que me ha dado la vida y del ejemplo que de ti he recibido. Viviré para honrar los principios y valores que me inculcaste. Quiero que sepas que lo más preciado que he podido recibir como herencia son tus enseñanzas, tu legado infinito de entereza y valentía, tu sentido de la ética de trabajo y de la obligación social y personal de cumplir con el deber y de generar oportunidades que tenemos. Me queda tu lealtad y corrección en el obrar y la nobleza en la amistad y en el combate.
Me dejas lleno de ese amor por los caballos y por todo lo que a ellos va atado y que con tanto cariño me inculcaste desde que nací. Me enseñaste su lenguaje, a criarlos, quererlos, entenderlos, domarlos y cuidarlos. De ti aprendí lo que ha sido mi mayor pasión en esta vida, la afición por el rejoneo y el deporte del polo y por todo lo que un hombre puede hacer de a caballo. Por ti me interesé en el ganado bravo y aprendí a amarlo y a lidiarlo de a caballo con nobleza.
De los primeros regalos que me diste, recuerdo con gran halago unas pequeñas alforjas que me mandaste a hacer por copia de las tuyas, en la talabartería de los señores Mesa. No alcanzaba yo los cinco años cuando empezamos a recorrer juntos caminos y tierras en tu oficio de compra y venta de ganados por todo el país, y a tu lado aprendí a conocer la fuerza de la naturaleza y la importancia de los nacimientos, pues en ellos entendemos que la vida va atada a la muerte. Aprendí de tierras, de su manejo y administración, del debido respeto y la forma de tratar con igualdad y ser agradecido con los demás en el trabajo.
Me enseñaste el valor de respetar los principios que distinguen a las gentes de bien de los malandros que viven atrapados entre envidias y resentimientos. Contigo aprendí a respetar y amar a las mujeres, y que, en su entero vivir, un hombre de campo, lleva en sus alforjas sólo lo necesario y no más de lo necesario.
Me enseñaste que para lograr el equilibrio que demanda la verdad, las cargas deben estar siempre repartidas por igual, en cada alforja, en cada mano, en la romana y en el justo obrar que nos distinga.
Me enseñaste que un hombre libre e independiente en la vida, debe hacer valer sus principios y hacer respetar a los indefensos, y que le debemos a los demás humanos y animales, el mismo trato digno y respetuoso que queramos recibir.
Me enseñaste que sin importar el valor de lo que tenga un hombre en los bolsillos de sus alforjas, la única forma de poder volver a llenarlos al final de cada jornada, es vaciarlos en favor de las necesidades de nuestros amigos y de quienes no tienen los privilegios con que nos ha premiado la vida.
Me enseñaste que un hombre no debe ambicionar nada que supere el valor de lo que lleva en sus alforjas y en su corazón, pues tenemos la obligación de siempre honrar y cumplir todos nuestros compromisos.
Me enseñaste a nunca hacerle mal a nadie y a no permitir que nadie haga daño a un justo, pues los guerreros vinimos al mundo a luchar con nobleza por quienes dependan de nosotros.
Me enseñaste que la nobleza y la clase en las personas existen en todas las profesiones, sin importar su posición en la sociedad. Que nada significa de cuánto se presuma, cuánto se tenga, ni cuánto se diga, lo que pesa son los hechos y las acciones de las personas. Que la verdadera nobleza no es la que se hereda: se labra, se trabaja y se conquista a golpe de honestidad y respeto por los principios que se ven en nuestros mayores desde la infancia y se mantienen a lo largo de la vida.
Me enseñaste que ser inteligente depende de ser capaz de aprender de los errores de los demás sin tener que cometerlos uno mismo. Me enseñaste que nunca nadie se condena a sí mismo con la verdad. Que la determinación y la persistencia son la fuerza y la palanca con las cuales un hombre puede mover al mundo. Me enseñaste a escuchar y a reconocer que el silencio fortalece y que lo que se diga sin uso de razón destruye tus virtudes y te hace miserable.
Tu ejemplo siempre me hizo verte y admirarte como el hombre más valiente entre todos los héroes intrépidos que he conocido y con los cuales he compartido lidias y miedos. Me enseñaste a luchar por los principios y las ideas con osadía, sin tregua, pero sin perder la dimensión de lo justo y lo correcto.
Me enseñaste que hay que tener amigos mayores, pues en su experiencia y sus recuerdos habita la sabiduría; que hay que saber ser amigo de nuestros compañeros y competidores y que siempre hay que mirar con admiración las virtudes de los jóvenes para poder ser sus amigos y mentores.
Gracias papá, pues me diste a través del amor por los caballos, los ganados, el campo y todo lo que lo habita, la disciplina de la laboriosidad que nos permite sentirnos dignos y ser agradecidos. Hoy me siento orgulloso, el hijo más honrado y más afortunado por la vida. Viaja tranquilo papá a un lugar donde no tengas que batallar con tus nobles preocupaciones, donde galopes y te diviertas con tus ancestros, con tus amigos de a caballo, con tus compañeros de polo y de hacendosas luchas por esta patria colombiana, por una región libre de crimen y maldad.
Viaja tranquilo que en tus enseñanzas encontraré fuerza para dejar de lado las tristezas y los temores. Sé que no pasará un solo día sin que extrañe tu voz, tus consejos, la forma como me educaste y como disfrutamos todo lo que nos ha unido.
Viaja tranquilo que lo que dejas, trascenderá en nosotros, como en ti lo hicieron antes el viaje “del amigo Manuel” que de pequeño marcó tu carácter de generosidad e infinito amor por el campo y todo aquello que en él vive. Viaja tranquilo en busca de tu padre, mi tocayo que tantos años añoraste y a quien supiste honrar en tu época y a tu manera; abrázate a mi abuela Lucía, de quien heredaste esa manera de ser siempre el que primero evalúas las circunstancias, tomas las decisiones y mandas sobre los demás; diviértete con la elocuencia de María y la solidez pródiga de Rebeca, tus abuelas; dale cuentas de tu corrección en este mundo a Don Maximiliano; y disfruta de tu música y tus tragos con todos esos amigos que partieron por delante.
Viaja tranquilo que llevas las alforjas llenas del único tesoro que trasciende a esta vida: el ejemplo otorgado, lo vivido y el recuerdo que queda en los corazones de quienes amaste y de aquellos que te admiraron con aprecio o con recelo, ¿qué más da? Cuidaré de tu legado, de tus yeguas, de Caballo Bayo, de tus vacas, de tu montura, tus arreos y tus espuelas, de tus perros, de tus armas, y claro, de tus amistades como propias.
Desde que partiste en este viaje, cada despertar entre tristezas y avalanchas de hermosos recuerdos, llegan los mensajes y llamados de miles de personas de diferentes partes y edades, haciendo referencia a tus consejos, ayudas, regaños, regalos, y pasan las horas y aún no encuentro una mejor forma de hacerte un homenaje que pensar en vivir lo que me quede, honrando el ejemplo recibido, el privilegio de ser tu hijo y el compromiso que como seres sociales nos lleva a devolverle en vida a la vida, todo aquello que generosamente nos ha dado.
Luis Guillermo Echeverri Vélez
Hacienda Caballo Bayo
Puente Piedra – Madrid, Cundinamarca.
Créditos:
Archivo particular