La primera menstruación es un momento confuso para todas las personas con útero. La educación sexual en Colombia se reduce a fallos de las cortes que los rectores no miran con la atención que uno esperaría. Entonces, los cambios en el cuerpo cuando llega la regla se hacen difíciles de entender para esa persona y quienes la rodean. Es aún más difícil cuando eres la primera persona del salón que menstrúa.
Justamente eso le pasó a la modelo Elena Díaz Granados, conocida en internet por el seudónimo de Elena Melenaa. Su primera menstruación llegó a los diez años y su cuerpo cambió a toda velocidad, ante los ojos de sus compañeritas de colegio en su natal Santa Marta. Su busto se hizo grande y sus caderas se ensancharon.
Elena Melenaa no pudo evitar comparar su cuerpo con los de ellas. Por su parte, las otras niñas también notaron las diferencias y no lo pensaron dos veces antes de hacérselo saber. Llegaron a su vida el matoneo y los problemas de autoestima. “Ellas aún eran unas niñas y yo era un mujerón. Eso siempre me trajo una cantidad de pensamientos negativos hacia mi apariencia: siempre me di muy duro, siempre pensé que algo estaba mal por el simple hecho de ser gorda, por verme diferente”, confiesa.
Además de las miradas inquisidoras, ser una adolescente de talla grande en Santa Marta traía consigo otro problema: era una odisea conseguir ropa que le permitiera presentarse al mundo como la persona divertida, joven, femenina y sensual que ella era por dentro. De no mandar a hacer las prendas que quería —lo cual costó tiempo y dinero que no gastan las personas con cuerpos normativos—, Elena se vería obligada a usar las prendas anchas, oscuras y monocromáticas que se consiguen en el mercado y son propias de una persona mucho mayor, pero no de una mujer de 15 o 16 años.
En la costa Caribe colombiana, ser reina de belleza es un sueño común entre las niñas. De hecho, una de las exreinas más conocidas del país es una paisana de Elena: Taliana Vargas. Sin embargo, la falta de prendas de su talla en los anaqueles de prêt-à-porter le hicieron creer que no cabía en ese mundo.
“Muchas niñas crecen y dicen ‘quiero ser modelo’ o ‘yo quiero ser reina’ y se preparan y hacen dieta o esas cosas para lograrlo. Yo, la verdad, jamás me identifiqué con el tema de la moda porque simplemente pensé que no había un lugar para mí”, recuerda ella sobre su adolescencia.
A los 18 años, Elena se mudó a Bogotá para estudiar su carrera como publicista. También salió del país unos años hacia Buenos Aires, donde conoció a quien hoy es su pareja, un chef profesional. Regresaron juntos a Colombia y todavía conviven. También pudo explotar su talento para comunicar y su gusto por las expresiones de belleza femenina como bloguera de belleza y bienestar en la revista Aló.
A través de su habilidad con el maquillaje y la perspectiva que le dio viajar a un país donde no se fiscalizan tanto los cuerpos ajenos, Elena comenzó a recuperar la confianza y la feminidad que le robaron los comentarios hirientes de su familia y amigos. “Después de mucho tiempo abrí los ojos y me di cuenta de lo poderoso y hermoso que también es mi cuerpo, aún siendo diferente. Entonces, mi cuerpo no cambió: lo que cambió fue la forma de tenerlo, la forma de reconocerlo y aceptarlo así como es. Ha sido realmente maravilloso darme cuenta de eso. Me salvó la vida, me salvó todo”, reconoce.
Un día, en 2016, Elena recibió el mensaje de una persona que le estaba pidiendo permiso para usar sus fotos de Instagram en una propuesta comercial. Ella no reconocía el nombre de quien la contactó, pero sintió que era una buena idea aceptar. A sus 28 años, su imagen exudaba sensualidad y estilo. Ahora, ella lo sabía. No había nada que perder.
Tiempo después, recibió otra llamada de la misma persona para informarle que el cliente había aprobado su propuesta. Finalmente supo de quién se trataba: un productor de renombre añadió el nombre de Elena a una campaña para la multinacional Falabella que se dedicaría a los jeans como prenda universal. Los participantes eran de varias razas, tamaños y edades, y estaban acompañados por Paulina Vega.
Al principio, Elena consideró rechazar la oferta “por el miedo de pensar ‘ay, ¿qué dirá la gente? Se van a burlar de mí, ¡qué oso!’. Pero mi pareja me dijo ‘no, dale, hazlo’ y bueno, me atreví”. Ese fue su primer trabajo pago como modelo profesional. Tuvo que acostumbrarse a ver su imagen en los paraderos de buses y a recibir mensajes de los amigos que se la “encontraban” en la calle.
Además del reconocimiento internacional y los premios que recibió la campaña, a Elena le sorprendió el impacto de su sola presencia en vallas y comerciales. Presentarse a sí misma como una figura bella y válida, con sus 165 centímetros de estatura, sus 95 kilogramos, sus ojos verdes, su diastema y su actitud elegante pero decidida, era todo lo que necesitaba para inspirar a otras mujeres a sentir la confianza de seguir… existiendo.
Al hacerse una figura pública, comenzaron a llegarle historias de mujeres de todas las edades que finalmente se sintieron representadas en Elena. Algunas de estas personas fueron víctimas de matoneo o sentían ganas de quitarse la vida por cuenta de su apariencia. “Recibí muchos mensajes diciéndome algo tan simple como un ‘gracias, por fin me siento identificada, por fin siento que yo también hago parte de todo eso’”, dijo Elena.
Fue entonces cuando decidió que ella podía marcar la diferencia a través del modelaje y se asumió como modelo profesional. Se empoderó de su voz y se tomó el tiempo para presentarse a más castings y concursar de tú a tú junto con mujeres de cuerpos normativos.
“A mí también me han hecho muchos desplantes en esto del modelaje. Mucha gente piensa que yo no cumplo los cánones necesarios para ser modelo, y muchas otras cosas han pasado, pero siento que que estoy para eso, para reeducar ese pensamiento de que la belleza es solo una”, asegura con firmeza.
Elena se ha convertido en una figura de inspiración para algunas personas, no solo por su visibilidad, sino por su sensualidad. Ella comparte fotografías de sí misma en lencería, prendas cortas y en poses de desnudo artístico. En mujeres normativas esto se considera sensual, mientras en mujeres de talla grande se señala como “valiente”, porque a ellas les han quitado hasta el derecho de mostrarse y sentirse sexis. “Hace poquito una chica me escribió que yo era diferente porque muchas chicas plus-size les enseñaban a vestir, pero que yo la enseñaba a desvestirse”, recordó.
No obstante, Elena también se ha convertido en un blanco de los ataques de otras personas: un pequeño número de usuarios de internet exhiben su gordofobia en las publicaciones de sus redes sociales.
“Al principio te puedo decir que me dolía mucho. Hoy en día creo que puedo soportar un poco más. No te puedo decir que no me duela que te estén diciendo todo el tiempo que eres horrible o que te vas a morir, porque soy humana. Pero siento que también es mi trabajo ponerle el pecho a las balas y esas personas son la motivación más grande que tengo para demostrar de lo que soy capaz”, sentencia.
Tiene claro que no le debe delgadez o cuidado a nadie que no sea ella misma. Como una persona común y corriente, ella está pendiente de su salud y se hace chequeos médicos, pero no tiene rutinas de belleza establecidas como las tienen muchas modelos que entran en los cánones: “hay días que hago ejercicio y hay días que no. Hay días que como bien y hay días que no, como cualquier persona”.
Elena también dicta talleres de autorreconocimiento y aceptación corporal. En el futuro, le interesa seguir ayudando a que las personas reconozcan en sus cuerpos un sistema diseñado para preservar la vida y dejen de perder el tiempo en detalles que no impiden esa función. “Quiero demostrar lo maravilloso que es estar vivo, lo maravilloso que ser diferente el superpoder que tienes de ser tú. Eso es lo que más me mueve hoy en día”.