El señor de los libros cuenta su propia historia

Vie, 23/04/2021 - 12:22
'El señor de los libros' los rescata con amor, les devuelve la vida y permite que lleguen a aquellos que lo necesitan. En el Día Internacional del Libro, KienyKe.com conoció su historia.
Créditos:
Samuel Villalobos - KienyKe.com

Los libros van más allá de un simple cuerpo de hojas protegidas con carátulas, que consigo llevan letras, ilustraciones, dibujos y un sin fin de contenido. Cada letra impresa se convierte en la puerta de entrada a la imaginación del lector, le ofrece conocimiento de utilidad y lo transporta a mundos y situaciones impensadas. En muchos casos, son el mejor escape de crudas realidades.

Disfrutar de un libro es una de las experiencias más maravillosas porque enriquece el espíritu y se convierte en un alimento vital para la mente. Sin embargo, muchas veces no se les presta la debida atención que se merecen ni se reconoce el inmenso valor que poseen. 

Algunos libros son afortunados y se mantienen vigentes en la vida de sus lectores. Otros, por el contrario, viven en un frío abandono y son condenados a un terrible final: aguardan en polvorientos muebles, repisas o bibliotecas, a que algún lector se acerque y descubra sus páginas. 

Pero en Colombia, los libros tienen su ángel. Se trata del Señor de los libros. En el Día Internacional del Libro, KienyKe.com conoció la historia de José Alberto Gutierrez, un hombre cuyo amor a los libros, los rescata, les devuelve la vida y permite que estos lleguen a aquellos que lo necesitan.

Las raíces

José Alberto Gutiérrez nació en la ciudad de Bogotá. Proviene de un hogar con raíces campesinas conformado por sus padres —un albañil y una ama de casa— y tres hermanos, quienes se aventuraron a asentarse en la gran ciudad para buscar un mejor porvenir. Vivió una infancia humilde, pero tranquila y feliz. 

Sus padres le heredaron el gusto por las expresiones culturales y artísticas. En algunas ocasiones, el pequeño José Alberto acompañaba a su padre a su lugar de trabajo. Entre cemento, arena y palustre, lo veía declamar poesías de Julio Flórez; también cantaba e interpretaba la bandola con canciones propias de la época. Los domingos, luego de la tradicional misa, compraba el periódico y se lo pasaba a José Alberto, quien con emoción se devoraba las historias de Roldán El Temerario, Mandrake, Tarzán y muchas otras.

Su mamá, como buena boyacense, rezaba el rosario con la familia todos los días. Luego de este acto de devoción, les leía a sus hijos unas cartillas con relatos que sembraban universos imaginarios en sus cabecitas. Cuentos como el de Don Gato, La gallinita roja y Simón el bobito los marcaron con enseñanzas para su camino de vida.

Gracias a mi madrecita que no había noche que nos faltara leyendo cuentos, a veces le pedíamos que nos lo repitiera porque nos parecían tan bonitos esos cuenticos y nos iluminaba ese ranchito donde vivíamos. Creo que eso hizo que me fijara en los periódicos, en los letreros y en la lectura”, recuerda el futuro Señor de los libros.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

El encuentro

Pasaron los años. Mientras José Alberto Gutiérrez buscaba oportunidades laborales, encontró un trabajo como cuidador de una casa en el barrio Nicolás de Federmán en Bogotá. Para pasar el tiempo mientras cumplía su misión en esa casa, leía libros de cuentos y revistas e iba alimentando su gusto por la lectura.

Hubo un momento que le cambió la vida al Señor de los libros para siempre: un día, en un lavadero de autos, se encontró con un hombre que venía en su lujoso Mercedes Benz. José Alberto vio un libro dentro de aquel auto y la curiosidad lo llevó a dirigirse al hombre para preguntarle por el ejemplar. Este le comentó que se trataba de La Odisea, de Homero, una de las obras cumbres de la mitología griega. Quedó intrigado con conocer las aventuras de Ulises. Se acercó a un mercado de pulgas y allí consiguió un viejo ejemplar de esta épica obra.

Me consumí ese libro de una manera impresionante, me pasaba día y noche y me lo repasaba. Cuando lo terminé, me creía Ulises, sentía que había vivido todo eso. Lo leí con tanta pasión que me di cuenta de que el conocimiento y la sabiduría eran importantes y eso se adquiere con los libros, leerlo me marcó para toda la vida. Hoy en día no me lo leería” , comentó entre risas.

Grandes autores como Shakespeare, Gabriel García Márquez y Homero, entre otros, empezaron a envolver su existencia. Leer ya era parte de su estilo de vida y nunca se desligaría de esa actividad. José Alberto reconoció que estudiar no era su fuerte, pero se dio cuenta de que podía obtener el conocimiento que requería para la vida mediante la lectura. Por eso invertía gran parte del fruto de su sudor en sus amigos de papel.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

El amor

José Alberto Gutiérrez encontró el amor en el municipio de Pasca (Cundinamarca). En aquel lugar, mientras trabajaba en la construcción de una vivienda, conoció a una mujer llamada Luz Mery. Como una doncella de aquellas que había imaginado en tantas horas de lectura, ella lo dejó encantado.

A sus 22 años sentía que estaba cansado en el oficio de la construcción, pero Luz Mery se convirtió en esa gran motivación para continuar en el camino de la vida. Paradójicamente, José Alberto le pidió matrimonio antes de entablar un noviazgo.

Nunca le dije que fueramos novios: primero le pedí la mano, porque tenía que volver a Bogotá y quería estar seguro de si podía tener algo con ella, para tener una razón para volver. Entonces, en una noche, bajo la luna como testigo, le dije ‘¿te casas conmigo?’ Ella quedó paralizada, pero dijo que sí. 52 días después volví y a los tres años nos casamos. Es y ha sido mi cómplice”, afirmó el enamorado Señor de los libros.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

Rescate

No hay día que José Alberto Gutiérrez no leyera. Conseguía libros y los devoraba. Su casa se llenó de ejemplares; era tal su obsesión que compraba libros en lenguas que no entendía solo por ver cómo estaban hechos, su textura y olor. Hasta tenía problemas con Luz Mery porque se le escapaba para ir a ferias de libros.

El Señor de los libros ingresó a trabajar en la compañía de aseo LIME como conductor de camión recolector. Ahí pasaba sus días al frente del volante y al lado de sus inseparables libros. Se considera un hombre activo y dinámico: a pesar de que su trabajo solo consistía en conducir, cuando podía, ayudaba a sus compañeros a mover y desocupar las canecas de basura. En una de estas actividades hubo un momento que lo marcó para siempre: dentro de kilos de residuos, encontró una edición del libro Ana Karenina, la famosa novela de León Tolstoi. Sin dudarlo, lo rescató del triste final al cual estaba condenado y lo llevó para su casa.

A partir de allí, empezó todos los días a fijarse en el contenido de cada bolsa de basura que recolectaba. Era grande su sorpresa cuando hallaba libros, revistas y enciclopedias entre los desperdicios. José Alberto sentía un poco de decepción por ver que muchas personas no valoran la riqueza de los libros y estos terminaban en las canecas de basura. 

Llevó una maleta a su jornada laboral para rescatar los libros que encontraba. Con el tiempo, esta quedó pequeña para la gran cantidad de libros que rescataba. Eso sí, José Alberto tenía que salvarlos con sigilo, porque las políticas de su trabajo le prohibían salir con algún tipo de material recolectado.

Me tocaba salir con mucho cuidado y recogerlos discretamente, porque si me llegaban a descubrir podía perder el trabajo. Mis compañeros se daban cuenta de que yo me llevaba los libros, pero afortunadamente nadie me hizo quedar mal”, señaló.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

La fuerza de las palabras

José Alberto Gutiérrez se dio cuenta de que su casa, ubicada en el barrio La Nueva Gloria, en la localidad bogotana de Usme, estaba atiborrada de libros. Las pilas de volúmenes, ejemplares de enciclopedias, novelas, revistas, libros infantiles y todo tipo de tesoros impresos ocupaban todo el espacio.

Teníamos en mi casa a un amigo al que le tenía arrendada una habitación, y cuando él se fue, resolví no arrendarla y dejar en ese espacio parte de los libros que tenía. Luego de esto me surgió la idea de montar una biblioteca. Hablé con mi esposa y mi hija y estuvieron de acuerdo”, recuerda.

Poco a poco fue dándole forma a esta iniciativa: conseguía madera y tablas para construir las repisas y dignificar esos libros que había rescatado. Sus vecinos ya sabían que en ese lugar abundaban los libros: los niños se acercaban y le pedían prestado, otros hacían sus tareas escolares allí y algunos más solo se acercaban para pasar un buen rato al compás de un buen libro.

Con apoyo de vecinos y amigos, la biblioteca fue inaugurada en el año 2000 con el nombre de La Fuerza de las Palabras. La bautizamos así porque una vez encontré en un versículo de la Biblia que hablaba de la fuerza del verbo. Lo que uno habla tiene mucho poder y es un decreto, entonces todo se fue dando y ahí encontramos ese nombre”, señaló José Alberto, quien fue bautizado como ‘el señor de los libros' por aquellos que visitaban su biblioteca casera sin conocer el nombre del propietario. Así quedó marcado para siempre. 

Fueron ocho años en los que La Fuerza de las Palabras funcionó con alegría y amor en el domicilio del Señor de los libros. Sin embargo, en un punto fue tal la cantidad de ejemplares que llegaban a su casa que esta ya no dio abasto y prácticamente se cerró sola

Eso sí, no se cerró para quedar en el olvido o como parte de un gran recuerdo; simplemente evolucionó. El cambio comenzó con la visita del reconocido presentador de televisión Jota Mario Valencia (q.e.p.d.), quien conoció su noble misión y lo invitó a su programa para que el país conociera al Señor de los libros.

Ese día yo estaba nervioso de salir en televisión. La entrevista duró muy poquito. Jota Mario me felicitó por la labor que estaba haciendo y me preguntó dónde me podían contactar las personas que tuvieran libros o computadores que quisieran donar. Di el número fijo de mi casa y esta misma línea de teléfono celular. Hasta el sol de hoy no ha dejado de sonar”, cuenta.

 

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

La misión

Un día cualquiera, su cuñado le dijo que había hablado con una profesora de una escuela de una vereda rural en la localidad de Sumapaz, quien quería saber si era posible donar unos libros para los niños del lugar. El Señor de los libros no dudó ni un segundo en acceder al pedido. Su casa prácticamente era más libros que casa, así que alquilaron un camión y lo cargaron de volúmenes para hacer la gran donación.

Cada vez que tratábamos de desocupar la casa de libros, el universo como por arte de magia, se encargaba de llenarla otra vez”, recuerda José Alberto Gutiérrez.

La noticia creció como una bola de nieve y muchas personas empezaron a solicitarle donaciones de libros. Ante la cantidad que tenía en su casa, más los que seguía recogiendo por las donaciones que le enviaban, le pareció buena idea empezar a hacer estas entregas. Aunque no contaba con vehículo propio para poder llevarlos, siempre contó con ayuda para que estos libros encuentren un buen destino. Un buen día, en reconocimiento por su labor, la marca de vehículos Nissan le hizo entrega de una camioneta para seguir con su misión. 

Como dicen por ahí, “el enano empezó a crecer”. De repente, el Señor de los libros ya no solo recibía solicitudes de donaciones en Bogotá, sino de diferentes partes del país. José Alberto Gutiérrez calcula que ha visitado más de 500 lugares a lo largo y ancho de Colombia. En sus viajes conoció personas, historias y paisajes como los que había leído, pero ahora los libros le daban la posibilidad de vivir esas experiencias de primera mano.

Hubo un lugar que me marcó muchísimo. Eso fue en La Macarena (Meta): allí había una especie de internado para niños y jóvenes y sus profesores me comentaban que lo único que tenían para leer era el papel periódico donde venían envueltas las remesas que llegaban al lugar. Eran niños que nunca habían salido de allí, toda su vida transcurría en ese lugar y solo conocían el suelo que pisaban y el cielo que miraban, no más. Por temor a la situación de conflicto y violencia que se vivía allá, vivían prácticamente escondidos”, recuerda.

En carros, camiones, lanchas, ferrys y hasta en aviones, ha viajado a lugares recónditos y de difícil acceso con sus libros, para llevar felicidad y acceso al conocimiento. Siempre ha contado con el apoyo de muchas personas que le ayudan a hacer esto posible, pero sobre todo, con la complicidad de su esposa, Luz Mery, y sus hijos, María Angélica, Joan Sebastián y Marcela.

También ha tenido la oportunidad de asistir a lugares y eventos como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México y próximamente recibirá un título honoris causa de The New School en Estados Unidos, algo que sin duda le brinda esperanza y fuerza para continuar.

José Alberto Gutiérrez desempeña esta labor con un amor sin igual. Siente una gran satisfacción cuando los libros llegan a manos de niños, jóvenes y adultos que por sus escasos recursos no pueden acceder a ellos, y que con este acto tengan la posibilidad de conocer historias, abrir la mente y acceder al conocimiento.

Los libros son nuestros mejores amigos, nuestros maestros. Yo me he encontrado con unas cosas impresionantes con los libros que permiten una evolución en nuestras vidas; por eso me da mucha alegría ver la cara de felicidad de los niños cuando con sus manos reciben un libro y con curiosidad empiezan a ojearlo. Eso es muy bonito”.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

Los sueños

Por el momento, a sus 58 años de edad, el Señor de los libros no cuenta con una oportunidad laboral. Afortunadamente cuenta con el apoyo de su esposa e hijos y espera conseguir un empleo para alcanzar las semanas y montos cotizados para obtener su pensión. Quiere escribir su propio libro, siente que el corazón se lo está pidiendo. “Es como una fuerza que me dice que tengo que escribir”, confiesa José Alberto Gutiérrez.

La empresa papelera Familia le donó un terreno de 300 m2 en el barrio Ciudad Londres, en la localidad de San Cristóbal, para que pueda concretar el anhelo de construir un centro cultural y un banco de libros. También espera conseguir un camión con capacidad de cinco toneladas para llevar personal, libros y equipos de cómputo que le permita crear talleres de emprendimiento para jóvenes.

Le pido mucho a Dios y a los angelitos que estos propósitos se puedan alcanzar. Si lo logramos, sería el hombre más feliz del mundo”, afirma.

El señor de los libros
Créditos:
Archivo particular

El mensaje

José Alberto Gutiérrez es un hombre convencido de que los libros son capaces de transformar vidas, que sus páginas impresas e ilustradas alimentan el alma, pero lo más importante: más allá de la lectura, lo satisface la posibilidad de hacer las cosas con amor y el poder de cambiar el mundo con buenas acciones.

La verdadera realización está en el desprendimiento de todo. Esa es nuestra verdadera misión y que no olvidemos que el amor es la fuerza más grande y es la que debe regir este planeta, y lo que no es amor, es una fuerza contraria que nos daña. Siempre hay que hacer todo con amor y agradecer por lo que tenemos y todo lo que nos rodea”, sentencia.

El Señor de los libros es ese amigo que con valentía, persistencia, coraje y amor, continuará alcanzando los lugares más inalcanzables para entregar sueños, alegría y esperanza a todo aquel que lo necesite.

Si tiene libros, material didáctico o computadores en buen estado para donar a esta bella causa, puede contactarse al número 313 2867352.

Por: David Palencia

 

Creado Por
David Palencia
Más KienyKe
El Ministerio TIC transforma vidas en las cárceles con programas digitales que impactarán a más de 100.000 personas privadas de la libertad. Así funcionará.
El Gobierno de Colombia a través de la Cancillería "reconoció y acató" orden de arresto contra Netanyahu, Gallant y líder de Hamás.
Este viernes 22 de noviembre el Gobierno tomó la decisión de ampliar el plan de implementación del acuerdo de paz con las FARC.
CorteIDH ordena a Colombia mecanismo para revisar sentencia a exministro de Comunicaciones, Saulo Arboleda Gómez.