Pese a sus 35 años, algunas canas y una calvicie prematura, Carlos Vargas es el hijo consentido de la casa. No sabe cocinar y tampoco manejar la lavadora. Cada mañana su papá, Carlos Álvaro Vargas, un militar retirado, le tiende la cama. Al salir de la ducha su mamá, Aida Moreno Osorio, le tiene preparado un desayuno con arepa, huevos y fruta. El presentador aún no deja la casa de sus papás porque le tiene miedo a la soledad.
La casa de Vargas no siempre fue un remanso de consentimientos. Cuando era niño su padre era muy estricto, exigente y algo frío. Carlos no podía confesar su gran secreto: era gay. En su adolescencia le ocultó a sus compañeros de colegio su orientación sexual. Para despistarlos solía besarse de vez en cuando con una niña, la única “novia” que ha tenido. Hoy en día se ríe de esto con uno de sus mejores amigos.
Viviana Vargas, su hermana, fue la primera en enterase de su orientación y apoyo al momento de contárselo a sus papás. Primero fueron las conversaciones en el comedor. Los hermanos Vargas hablaban abiertamente de sus amigos gays de la universidad y compartían algunas anécdotas para cambiar la posición de sus papás, que era muy conservadora. Pero la confesión de Carlos solo llegó cuando tenía 23 años y su hermana se había ido del país.
Al señor Vargas fue a quien le afectó más la noticia. Sin embargo nunca dijo nada. Con el tiempo se acostumbró. Carlos recuerda que tres años después su papá lo abrazó y le dijo que se sentía muy orgulloso de él.
Su abuela le dijo en una ocasión: “Ay, mijo, una vecina me contó que había leído en el periódico que usted dizque era ‘mariposo’ ¿Eso es verdad?” Él, sin dudarlo, le dijo que sí. “A mí no me importa lo que diga la gente, mijo. Yo lo quiero a usted como es”, concluyó.
Superados los miedos, Carlos puede llevar a su pareja –aunque ahora está soltero– a su casa con total tranquilidad. Confiesa que se enamora fácil y ha tenido decepciones como cualquier persona. Le incomoda atraer hombres muy distintos a él. “Es el típico modelito que no tiene nada en la cabeza sino pelo para peinarse y que busca en mí un mánager o un impulso para ser famoso”. Todas sus relaciones han estado apartadas del espectáculo y su sueño es conseguir su príncipe azul –ojalá exitoso pero que no le afecte su ego–, casarse y tener hijos.
Carlos Vargas llega a la entrevista con un morral en su espalda. Lleva puesto un jean y un saco azul oscuro. Parece un estudiante universitario. Antes de comenzar la conversación, saca una cartuchera con algunos elementos de aseo, gotas para los ojos y un gel especial que quita el brillo de la cara. Nunca deja de hablar y sonreír. Esa es su naturaleza. Le da mal genio que la gente no pida el favor, no mire a la cara a un mesero y el maltrato hacia las empleadas del servicio. Llora de inmediato cuando lo hace alguno de sus papás o se despide de su abuela que vive en Cartago, municipio donde nació. Durante toda la tarde, Vargas responde a todas las preguntas, habla abiertamente de su familia, trabajo y homosexualidad.
Carlos tiene una debilidad especial por la música y la tecnología. Su habitación está equipada con todo tipo de aparatos para escuchar sus canciones favoritas y noticias. Disfruta de la política tanto como del espectáculo. También es un cantante frustrado y conocido por sus amigos como ‘La rockola Vargas’. Prefiere las reuniones en casa, bebe poco y le encanta bailar salsa. Su mejor pareja, dice, es la actriz Sara Corrales.
La música ha sido fundamental desde niño. Por mal estudiante, su mamá lo castigaba y le prohibía escucharla. También apagaba la televisión. Para Carlos era una tortura perderse telenovelas como ‘Alcanzar una Estrella’ y ‘Pasiones Secretas’ porque soñaba con aparecer en la pantalla. Anheló cantar y bailar en el programa infantil ‘Imagínate’, vestido con un overol. Le pedía a su mamá que lo llevara a las audiciones, pero ella le respondía que no recibían niños que tuvieran malas calificaciones. En la universidad Jorge Tadeo Lozano, cuando estudió comunicación social, tampoco fue muy aplicado. Repitió hasta tres veces una materia y con complicidad de su mamá pagaba cursos intersemestrales para nivelarse.
Su primer trabajo fue en un programa que buscaba hacerle la competencia a ‘Laura en América’. Se llamaba ‘Maritere’. Allí fue asistente de producción y debía conseguir cuanta cosa le pidieran. También entendió cómo funciona la magia de la televisión. Los invitados al programa tomaban trago antes de grabar para calentar las peleas y discusiones. ‘Maritere' nunca fue emitido.
Luego pasó al programa de chimes Sweet. En principio era practicante y no recibía ninguna remuneración. Estuvo durante ocho años e impuso un estilo propio para entrevistar a los famosos. También hizo radio en la emisora Vibra Bogotá y junto a Guillermo Díaz Salamanca, en La Escalera y el Cocuyo de RCN.
Luego llegó a Día a Día y La Red del Canal Caracol, donde trabaja en la actualidad. Su sueño profesional es tener su propio programa de entrevistas donde los entrevistados hagan revelaciones y confesiones. Sus dos modelos a seguir son el presentador del programa ‘El precio es correcto’, Iván Lalinde, su mejor amigo y creativo del Canal Caracol, y Gustavo Gómez, a quien admira por su versatilidad.
Sus compañeros de set lo han molestado por ser gordo. Vargas dice que esto no le molesta porque así ha sido durante toda la vida. En el colegio sufrió matoneo y solía llegar triste a la casa, pero su mamá le enseñó a tener carácter y seguridad en sí mismo. Ella le enseñó a responder con la frase: “Flaca tiráme un hueso”. Al final, sus compañeros aprendieron a reírse de las respuestas de Vargas.
Carlos confiesa tener varios complejos físicos. Su mamá, dice, no lo parió sino que lo tejió. Repudia los vellos de su cuerpo. Cada quince días va a la peluquería para que se los corten con una máquina. La primera vez que quiso deshacerse de ellos eligió la cera, pero esto le produjo una quemadura y un ardor inolvidables. Segundos después se toma las tetillas y se queja porque son muy grandes. Considera que su sex-appeal son su boca y su sonrisa.
Recorrer con Carlos Vargas un centro comercial es ser testigo de su carisma. Es un ídolo de la televisión. La gente se le acerca a pedirle fotos. Muchos niños lo saludan y demuestran su admiración. También lo hacen hombres y mujeres mayores, quienes le piden que nunca cambie.
En un par de meses Carlos vivirá solo, cuando regrese de un viaje familiar a Europa. Por ahora disfrutará de la sopa de letras de su mamá y del ajiaco que cocina su papá. Extrañará los pequeños regaños de su mamá por culpa de su impaciencia. Así como ser el consentido de la casa. No miente cuando dice que es feliz allí, pero cree que es hora de independizarse: “¡Qué mamera querer comerse a alguien y no poder porque estás en la casa de tus papás!”.
A Carlos Vargas su papá le tiende la cama
Jue, 22/05/2014 - 16:06
Pese a sus 35 años, algunas canas y una calvicie prematura, Carlos Vargas es el hijo consentido de la casa. No sabe cocinar y tampoco manejar la lavadora. Cada mañana su papá, Carlos Álvaro Vargas