Se entra por la parte trasera de un edificio rosado. Luego hay que bajar cuatro pisos hasta su apartamento. Carla abre la puerta y saluda con una sonrisa que le ocupa toda la cara. Cálida. Tiene el pelo marrón recogido sobre la cabeza en una cebolla, aretes de esmeraldas, una camisa blanca transparente de manga larga y taches dorados en el cuello. Debajo tiene un esqueleto blanco y no lleva puesto brasier. Lleva puestos jeans negros y unas alpargatas blancas, sucias y viejas. Tiene los dedos llenos de anillos de oro y las uñas transparentes, impecables. Es bajita y solo se ha puesto pestañina. Con la cara casi lavada se ve fresca y muy bonita. Su nariz puntiaguda debe de ser la envidia de varias adictas al quirófano, pero Carla se maneja con una gracia delicada. Sencilla. Sabe que es hermosa. Se sienta con la espalda bien erguida, gesticula mucho con las manos y mientras habla cierra los ojos de tal forma que para la fotógrafa es complicado retratar a la mujer que estamos viendo en vivo y en directo.
Vive sola en un apartamento de dos cuartos, pisos de madera y techos altos donde todo es muy blanco. Nada cuelga de las paredes. Frente a la cocina tiene una mesa de madera rústica en donde la mujer que trabaja en su casa clavó un cuchillo de carnicero como si se tratara de una instalación. La mesa está sola, le faltan las sillas. Tiene unos pocos libros de fotografía y arte, y el diario de Frida Kahlo que compró en la Casa Azul de Coyoacán. Colecciona cámaras fotográficas y muñequitos como los de Kidrobot que son hechos por diseñadores pero no está segura si son de origen japonés o chino. Toda la casa es impecable y muy limpia. Carla es maniática con el orden, todo tiene su lugar y así se sabe si le han movido alguna cosa.
Nos sentamos en unos sofás blancos y Carla enciende un cigarrillo soplando el humo sin cuidado como si se tratara de un ambientador. Nació en Medellín el 30 de agosto de 1986 en una familia que no conoce: la adoptaron cuando tenía una hora de nacida. Es hija única. Su mamá es maquilladora de televisión y diseñadora de efectos especiales, entonces tuvo la oportunidad de crecer en el medio y hacer muchos extras. Lo que recuerda con más afecto es la novela La otra mitad del sol, donde a los siete años interpretó a la hija de Alejandra Borrero. Entonces solo le tocó sonreír y mostrar su cara, no debió aprenderse libretos pues no tenía parlamentos. A los once años perdió el acento paisa para la novela Me llaman Lolita, a través de un curso de técnica vocal y ahora habla como una niña que estudió en un colegio privado en el norte de la capital.
Al principio, sus papás no querían que trabajara en esa novela pues les parecía que la historia la iba a exponer a una realidad para la cual, a su corta edad, aún no estaba preparada. Sin embargo Carla no quería otra cosa en la vida e insistió tanto y lo hizo tan bien que le permitieron interpretar el papel de Lolita. No conocía muchos de sus parlamentos y ahora que volvió a ver la serie después de algunos años, le aterran algunas de las cosas que dijo e incluso las miradas que le lanzaba a Marcelo Cezán. Pero no se arrepiente de nada y está muy orgullosa de su trabajo.
“Pasé de ser nadie, una mortal cualquiera, a tener el mundo a mis pies. Era lo que dijera la niña, pues en ese momento la novela era la que tenía mayor rating. Era lo que yo pidiera, en el set, en la vida con mi familia, afuera, donde fuera”, recuerda.
Cuando volvió a ver Me llaman Lolita le aterraron las miradas que le daba a Marcelo Cezán en el set, con solo 11 años.
Sus papás le manejaban el dinero, y ella solo comenzó a gastarlo cuando llegó a la mayoría de edad. A los catorce años se fue de su casa, pues no estaba a gusto. Nunca más volvió. “Cuando tienes ciertos valores y ciertas reglas, no dejas de cumplirlas por más que ya no estés en el lugar donde te lo inculcaron”. Y así, Carla vivió bajo las reglas de las casas de cada uno de sus amigos con quienes vivió durante un tiempo (con la actriz Diana Ángel y el director John Bolívar Acosta, por ejemplo).
A los 17 años se emancipó y comenzó a vivir la vida de un mayor de edad: alquiló un apartamento y abrió una cuenta bancaria. Hoy en día dice que si en algún momento una hija adolescente le dice que se quiere ir de la casa, la dejaría partir: “Que coma la misma mierda que yo comí. Cada cual decide su vida y se labra su camino. Para mí no fue fácil, yo comí mierda todos los días de mi vida hasta los 18 años. Eso no fue soplar y hacer botellas. Estuve expuesta a miles de cosas a las cuales no debería haber estado expuesta. Abandoné el confort y cada día tenía que pensar dónde iba a pasar la noche. Si mi hija quiere hacer lo que ella quiera, pues se tiene que ir. En mi casa se vive con mis reglas. Las reglas son para poder convivir”.
–¿Carla, te pusiste tetas y te las quitaste?
–¡No! ¡Eran mis tetas! Yo nunca me puse tetas, yo soy anti cirugías a pesar de que me he hecho dos reducciones de busto, yo quería quedar sin tetas. ¡Eran mis tetas! Yo me engordo y lo primero que se me engordan son las tetas, no me crece nada más.
Sobre su sexualidad dice que es algo muy básico, tuvo una relación con Natalia Arroyave durante cinco años y ya. “Eso fue todo lo que pasó, no entiendo qué más tengo que explicar”. Dice que nunca ha dicho que es bisexual. No se define en términos de sexualidad. Todo el mundo la ha definido, excepto ella misma. Asegura que podría volver a enamorarse de una mujer, pero después de Natalia, sus últimas tres relaciones han sido con hombres y estar con una mujer no es algo en lo que esté pensando en el momento.
Está orgullosa de los desnudos que hizo pero no volvería a repetirlos si no se tratara de un papel para una película.
Terminó de grabar y promocionar una serie llamada La ruta blanca en México en la que interpretó a Francisca Rojas, una campesina desplazada por la violencia colombiana. Su siguiente proyecto es una comedia con Fox que se llama Graduados en la que Carla interpretará a Gaby, la hermana del protagonista. Antes había hecho comedias pero asegura que le fue muy mal pues su personaje era cómico y ella nunca lo logró. Siente que ahora está en un mejor estado emocional y con un grupo de trabajo con el que logra soltarse y ser cómica. Esta vez se siente más segura.
Carla fue una estrella infantil como Michael Jackson, Britney Spears y Miley Cirus. Sin embargo la gran diferencia que Carla ve entre entre su estrellato temprano y el de estas mega estrellas internacionales es que ellos tuvieron mucho más dinero y por estar en el primer mundo estuvieron expuestos a muchas cosas que ella nunca tuvo que vivir. Lo define como un medio de mucha ansiedad y lleno de riesgos de caer. “Constantemente estamos explorando cosas nuevas y mirando un poco más allá de lo que la gente ve. Ciertos pasos más adelante que el resto”.
Carla no se arrepiente de nada, pero menciona una entrevista que dio para la revista Soho a los 18 años que hoy en día la sorprende, pues dijo muchas mentiras. Sin embargo, no quiere referirse a dicha entrevista ni aclarar cuáles fueron las mentiras que dijo. “Son cosas que uno tiene que vivir para aprender. Y al final, pues qué carajo. Ya fue, ya pasó. A la gente, lastimosamente, no se le olvida”. La mayor idea errónea que la gente tiene sobre ella es que es una loca. “Pero a mí me vale verga lo que la gente diga y piense. Siempre ha sido así, y eso es lo que más le duele a la gente. Yo sigo parada y demostrando que puedo seguir adelante. Nunca les he dado el gusto. A mí me parece divertido jugar con la mente de la gente. ¡Realmente es tan fácil darle la vuelta a la mente de una persona! Es tan fácil hacer caer a una persona, me encanta que la gente alucine”, dice.
Le teme a la oscuridad y cuando está en penumbras imagina que alguien le está abriendo la puerta. Hace tan solo un año aprendió a dormir con el televisor apagado y ahora duerme con dos luces prendidas: la del baño y la de afuera del cuarto. Siempre le ha temido a la oscuridad, desde chiquita, y le tiene pánico a las cucarachas.
Todos los días de su vida se levanta soñando con convertirse en una actriz muy bien formada y haciendo “la buena televisión que todos nos merecemos”, dice. Quiere contar otro tipo de historias para que el público sea más inteligente. No comparte los realities pero los ve, siente que cuando los ve la absorben mentalmente y queda embobada. “Es el opio actual. Antes había una televisión más digna, antes se respetaba más al televidente. Se puede hacer algo mucho más bonito sin necesidad de exponer la vida propia para que los demás opinen”.
Luego de graduarse del colegio siguió actuando y nunca pasó por la universidad. A ratos hace cursos de fotografía y a pesar de que es una afición, no se lo ha tomado muy en serio. Quiere tener hijos y espera que le llegue el hombre maravilloso de la vida, pero duda que eso ocurra.
A la mitad de la entrevista nos interrumpe el timbre, ha llegado su hijo, un gato llamado Gato que tiene dos años. Viene recién bañado y se mueve entre los pies de Carla maullando para llamar su atención, mientras ella se sirve agua de piña en una copa de vidrio y nos ofrece que la probemos. Toma agua de piña todos los días desde que tiene 19 años en un intento por adelgazar más rápido. Como si le hiciera falta. No tiene ídolos y solo se siente identificada con ella misma. “Soy muy mala para idealizar a la gente”. Cuando era chiquita no era fan de nadie y de nada. ¡Muy raro!”. Alucina con Anthony Hopkins y dice que si lo ve se muere y se vomita. Solo se quita el sombrero con Meryl Streep y le cuesta trabajo nombrar actores colombianos que admire.
–¿Carla, eres inteligente?
–Pues yo no sé cómo se mide la inteligencia. Yo la mido conociendo a las personas, si tengo qué preguntar y de qué hablar, me parece que es inteligente. Poder llevar una conversación es inteligente. Cuando una persona no tiene nada de qué hablar, me parece que es una persona triste sin nada que aportar. Me parece que si una persona tiene algo que aportar, ya es inteligente pues logró entrarte por algún lado.
A sus 26 años entiende que muchas de las cosas que hizo cuando era una niña ya no tienen que ver con la persona en la que se ha convertido.
Se define como espontánea y divertida. Dice que hace reír mucho a sus amigos, que es muy auténtica. No le interesa ocultar nada y a pesar de que no es la misma atacada y desparramada que era a sus 18 años, sigue diciendo la verdad. A pesar de decir todo lo que piensa, ahora se considera más cautelosa. Evolucionó, ya no es la misma. Aunque algunos no estén de acuerdo, Carla considera que cada día evoluciona más. Por eso dejó de dar muchas entrevistas. “Yo aquí en Colombia no hablo con nadie. Si me piden entrevistas saco el culo”. Le da mucha pereza seguir hablando de lo mismo.
Sus únicos amigos son personas del medio en que se mueve. Nunca tuvo muchos amigos; al contrario, era muy solitaria y por eso no tiene amigos de cuando no actuaba. Dice que siempre está sola en su casa y casi siempre almuerza allí alguna sopa deliciosa que le prepara su ‘negra’, a quien define como una mamá. Solo tiene tiempo de leer libretos porque su vida se resume en la novela que esté grabando en el momento. Se considera melómana, a pesar de no tener un cantante o banda favorita. Sin embargo, todos los días oye a Andrés Calamaro. No se llena la boca lanzando nombres de las personas famosas que ha conocido a lo largo de su carrera. Al contrario, protege a sus amigos sin exponerlos al escarnio público.
Su último desnudo lo hizo para unas fotos de la revista Don Juan tomadas por Alex Mejía. Dice que le encanta andar desnuda. Duerme sin ropa y de la misma forma se pasea por su casa pues no le gusta sentirse amarrada y encerrada. “¡Si Dios nos trajo así al mundo es porque es cómodo!”. Sin embargo, cuando llegó a trabajar a México se encontró con que allá las actrices no se desnudan para las revistas. “Si Ana de la Reguera se hubiera empelotado, pues no sería Ana de la Reguera”, asegura. Fue un poco incómodo y Carla sintió que había metido la pata, ya que los mexicanos tienen otro concepto de lo que significa ser una estrella.
Carla mide cada una de sus palabras y no contesta nada diferente a lo que se le ha preguntado. Es muy concisa, no se va por las ramas. Sabe muy bien qué revelar y qué no. Es una mujer pragmática que al fin y al cabo solo acaba de cumplir 26 años. Ha vivido mucho más de lo que vive una mujer de su edad en su generación. Dejó de ser una niña a los once y abrió los ojos cuando aún no debía abrirlos. A las patadas, en muy poco tiempo, aprendió muchas lecciones. Vive su vida bajo sus propias reglas. Sola. Se niega a nombrar al hombre con quien sale hace un buen tiempo. No quiere decir el nombre de un amigo suyo, un latinoamericano a quien define como muy, muy famoso, y yo me pregunto si estará hablando de Luis Miguel o Ricky Martin. El caso es que a Carla no le hace falta nombrarlo. Su público cree que sabe quién es Carla Giraldo, la definen, la encasillan y la encierran, pero Carla vive su vida tranquila, sin preocuparse por qué dirán. Es responsable por sí misma y solo depende de ella misma.
Carla Giraldo no se arrepiente de nada
Jue, 13/12/2012 - 10:48
Se entra por la parte trasera de un edificio rosado. Luego hay que bajar cuatro pisos hasta su apartamento. Carla abre la puerta y saluda con una sonrisa que le ocupa toda la cara. Cálida. Tiene el p