Si hay una opción de que el Tour de Francia recupere suspense, pasa por una etapa trepidante, llena de argumentos de ataque, en constante subida y bajada y con nerviosismo hasta el final.
Ese es el escenario que propone la penúltima jornada de la ronda gala, antes del paseo triunfal del maillot amarillo por los Campos Elíseos, en una jornada corta, de 133,5 kilómetros con 3.600 metros de desnivel entre Belfort y Le Markstein. Sin un momento de reposo, tras haber recorrido ya tres semanas de dura pelea en uno de los Tours más rápidos de la historia.
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Parece la única forma de que cobre aliciente una carrera que parece ya decidida. Con el líder, el danés Jonas Vingegaard, asentado en una renta de 7.35 minutos sobre el segundo, el esloveno Tadej Pogacar, el tercer puesto, que el británico Adam Yates ostenta solo con 1.16 frente al español Carlos Rodríguez, parece el último resquicio para el duelo.
Aunque el paso por el Jura, el quinto macizo, tras Pirineos, el Central, los Vosgos y los Alpes, tiene material suficiente para alimentar todos los fantasmas.
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Apenas seis kilómetros después de la salida, las bicicletas comenzarán a escalar el Ballón de Alsacia, un puerto de segunda que tiene un lugar de privilegio en la leyenda del Tour, porque durante años, desde 1905, fue la principal dificultad montañosa de una carrera que tardó algo más en aventurarse a cotas más duras en Alpes y Pirineos.
Son 11,5 kilómetros al 5,2 % que servirán de aperitivo para lo que espera. Apenas acabado su descenso y tras atravesar una zona escarpada, el Col de la Croix des Moinats, también de segunda, se encadena con el Grosse Pierre, de la misma categoría, y con el Schlucht, de tercera.
Difícil controlar el pelotón en una zona de constantes toboganes, con una bajada sostenida hasta el pie del Petit Ballon, el primero de los dos colosos de la jornada, las últimas rapas del Tour de 2023.
Sus 9,3 kilómetros al 8,1 % ofrecen un paisaje cuya dureza es comparada a la de Alpe d'Huez, porque no ofrece ningún centímetro de reposos y una sinuosa y serpenteante carretera, una perfecta rampa de lanzamiento de ataques antes de que se lancen a una peligroso descenso que lleva hasta el Col de Platzerwasel, que se ascenderá por cuarta vez y que aparece como el último recurso.
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Sus 7,1 kilómetros al 8,4 % de desnivel medio, el col lleva marcados los nombres de los españoles Jesús Aranzábal, que lo coronó en cabeza camino de la meta en el Ballon de Alsacia en 1967 y Joaquín Purito Rodríguez, el primero en pasar por su cima en 2014 en una etapa que terminaba en La Planche des Belles Filles.
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En esta ocasión, la pancarta del puerto está a ocho kilómetros escarpados para la meta de Le Markstein Fellering, donde al final el Tour ya podrá bajar los brazos, descansar y mirar con calma la general que será la que, tras el protocolo de los Campos Elíseos, entre en la historia de la carrera.