La carrera de Alicia de Rojas no comenzó en el teatro ni la televisión, sino en la radio. Una crisis económica la llevó a los micrófonos en 1949, cuando llevaba dos años de casada con Jesús Rojas. Logró que la dejaran recitar un poema en la emisora Ondas de Los Andes, por el que recibió su primer pago: 300 pesos, con el que compró un regaló de ‘Día de la Madre’ y alivió las cargas del joven matrimonio.
Ese mismo año comenzó a hacer radionovelas, la primera y una de las más recordadas en la radio colombiana fue la adaptación de ‘El derecho a nacer’, escrita por el compositor cubano Félix B. Caignet a mediados de los años cuarenta y que fue sensación en todo el continente por aquellos años.
Néstor Panader, quien escribió un perfil de ella hace varios años, explicaba que “es actriz por vocación. Su padre fue el primero en aprovechar esta inclinación. Él, pese a ser músico y dirigir una orquesta sinfónica, amaba el teatro”. Ella, Alicia, en tanto, recitaba fragmentos de obras famosas delante de familiares y amigos a los ocho años.
Aquellas inocentes exhibiciones marcaron el destino profesional de Alicia de Rojas. Sin embargo, explica Panader “lo que hubiera podido ser un despegue precoz y promisorio, porque a finales de los años treinta Bogotá no ofrecía posibilidades de llevar una vida artística estable”.
La vocación no le sirvió de mucho. Necesitaba un plus, un golpe de suerte que le llegó a los veinte años: sin un centavo en el bolsillo para comprarle flores a su mamá le recitó un poema. Al director de la estación le gustó tanto su voz que le propuso hacer un programa, ‘Música y poesía en la noche’.
El secreto de su vida en la pantalla chica y en la radio lo atribuía a una ayuda celestial “es que mi manager es Jesucristo, y pienso actuar hasta que Él quiera”. La actriz más veterana de la televisión colombiana solo protagonizó una telenovela, ‘Señora Bernarda’, y fue secundaria en una larga lista, tanto obras de teatro como en radionovelas. ‘La Casa de Bernarda de Alba’, ‘Los Cuervos’, ‘¿Por qué mataron a Betty si era tan buena muchacha?’, ‘Escalona’.
Todas las mañanas hacía la misma rutina de ejercicios. A las cinco y media de la mañana salía de su casa en el barrio La Esmeralda en Bogotá y caminaba diez minutos hasta un parque cercano e iniciaba su ritual: caminata, estiramiento, cardiovascular y respiración. Lo justo para mantener una mente y un cuerpo sanos. La gimnasia era su preferida: estiraba los pies hacia los costados hasta formar una línea recta centrada en la cadera, llevaba la mano hasta la punta del pie y lo extendía sin permitirse desperfectos ni quebraduras, también hacía el arco hacía atrás y contorsionaba su espalda como si fuese de goma o látex.
Nada de esto sería extraño si esta amante de la gimnasia fuese una chica adolescente o una entrenadora, pero no era así. Se trataba de una dulce ancianita, bajita, con la cabeza como un copo de nieve y una sonrisa permanente y amable.
Esa fue una de sus últimas apariciones en televisión. Ella, posaba un momento y de inmediato hacía sus ejercicios ante la cámara, como en un comercial de salud y adiestramiento físico mostraba las virtudes de su rutina y revelaba el secreto de su vitalidad octogenaria. Explicaba que desde los cuarenta años el deporte y la ejercitación fueron un hábito.
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