Donatien Alphonse Francois de Sade pasó a la historia como un vicioso, pervertido y adicto a las aberracciones sexuales. Fue, podríamos decir, un autor maldito. Oscuro. Misterioso. Aunque al leer sus escritos dificilmente se puede ser más explícito e ilustrativo. Describe encuentros sexuales, en la más laxa comprensión del término, como quien registra datos e ilustra escenas para una crónica roja. Sabía ver. Así de simple, lo más inmediato y profundo, a veces resultaba siendo repulsivo, agresivo y escatológico. Hay otros textos en que se percibe su humanismo, la capacidad de comprender el sufrimiento del hombre, y hasta con tintes moralizantes.
Libertino y reflexivo. Atento espectador y juicioso instructor. Estas son dos cartas que dejan ver una parte del escritor francés.
Veinte de febrero de 1781. Torreón de Vincennes
“Sí, soy un libertino, lo reconozco; he pensado todo lo que puede pensarse a este respecto, pero no he hecho todo lo que he pensado y seguramente no lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un asesino ni un criminal y, como se me obliga a situar mi apología junto a mi justificación, he de decir que puede que quienes con tanta injusticia me condenan como tal no estén en condiciones de contrarrestar sus infamias con buenas acciones tan evidentes como aquellas con las que yo contrarresto mis errores…”
“Soy un libertino, pero tres familias domiciliadas en tu barrio han vivido de mis limosnas durante cinco años, y las he salvado de las garras de la indigencia. Soy un libertino, pero he librado de la muerte a un desertor, abandonado por todo su regimiento y por su coronel. Soy un libertino, pero en presencia de toda tu familia, en Évry, arriesgué mi vida para salvar a un niño que iba a ser atropellado por las ruedas de una carreta tirada por dos caballos, abalanzándome yo mismo sobre él...”.
“Soy un libertino, pero nunca he comprometido la salud de mi esposa. Nunca he sucumbido a las otras ramas del libertinaje, a menudo tan fatídicas para la fortuna de los hijos: ¿los he arruinado a causa del juego o de otros gastos que hayan podido privarles de un solo día de su herencia? ¿No he sabido administrar mis bienes, mientras estuvieron a mi disposición? En una palabra, ¿he mostrado en mi juventud un corazón capaz de las perfidias que hoy se me suponen? ¿No he amado siempre todo lo que debía amar y a quienes debía tener en estima? ¿No he amado a mi padre?...”.
“¿Me entiendes, querida amiga? Volverás a leerla y verás que aquel que te amará hasta la tumba ha querido firmarla con sangre”.
Escena de la película 'Salo o las 120 jornadas de Sodoma', dirigida por Pier Paolo Pasolini en 1975
Carta a su esposa Renée, noviembre de 1783
“Pienso que si existiera un Dios, habría menos maldad en esta tierra. Creo que si el mal existe aquí abajo, entonces fue deseado así por Dios o está fuera de sus poderes evitarlo. Ahora, no puedo temer a un Dios que es o malicioso o débil. Lo reto sin miedo y sus rayos no me preocupan ni un comino”.
“Mi manera de pensar, dices, no puede ser aprobada. ¡Pues, qué me importa! ¡Bastante loco es quien adopta una manera de pensar como la de los demás! Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está implicada en mi existencia, en mi organización…”.
“Soy como un niño. Leo todo el día sobre ella y sueño con ella toda la noche. Escucha lo que soñé anoche con ella, mientras el mundo seguía ajeno a mí. Era más o menos medianoche. Acababa de quedarme dormido con la vida de Petrarca en la mano. De repente se me apareció. ¡La vi! El horror de la tumba no había deslucido su belleza, y sus ojos despedían el mismo fuego que cuando Petrarca los alabó. Iba vestida de crespón negro, con su hermosa cabellera rubia suelta con despreocupación. ¿Por qué te quejas en la Tierra? —me preguntó”.
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El Marqués que firmaba con sangre
Lun, 01/07/2013 - 03:01
Donatien Alphonse Francois de Sade pasó a la historia como un vicioso, pervertido y adicto a las aberracciones sexuales. Fue, podríamos decir, un autor maldito. Oscuro. Misterioso. Aunque al leer su